En la encíclica Mystici corporis del Papa Pío XII hay una frase maravillosa que recuerda esa misteriosa relación entre la acción de la gracia y la colaboración del hombre. Sólo Dios puede perdonar, bendecir, santificar, pero se requiere la libre cooperación de ser humano: “Misterio profundo y nunca suficientemente meditado que la salvación de unos depende de las oraciones y voluntarias mortificaciones de otros” (cito de memoria).
El hecho de que las obras buenas hechas en gracia de Dios, las oraciones y los sacrificios estén santificando al mundo entero, es ciertamente muy aleccionador. Nada se pierde, todo tiene un fruto eterno, pero también terreno. Nuestras buenas acciones hacen al mundo mejor, pueden transformar la existencia de muchas personas. Esto puede tener al mismo tiempo una explicación sociológica y psicológica. Lo que hacemos, lo que decimos, lo que escribimos, lo que transmitimos a través de los casi inagotables medios que nos ofrece la telecomunicación moderna, está creando una forma de pensar, una filosofía, una cultura que otros pueden asumir como criterio, como norma, como tendencia.
Ahora bien o “ahora mal”, también el mal que hacemos produce un fruto negativo eterno y terreno. El mal se transmite, se contagia, se difunde, destruye primero por dentro y luego por fuera. Si existe comunión de los bienes espirituales, naturalmente sucede lo mismo con los males. Cuando obro mal e incluso cuando pienso mal, hay una parte de la humanidad que se corrompe, que se convierte en oscuridad, egoísmo, muerte…
Los católicos y algunos que no lo son estamos muy contentos por la próxima reforma de la ley del aborto en España. Creo que podemos decir que estamos positivamente sorprendidos, pues muchos no nos lo esperábamos. Después de tantos discursos superficiales, razonamientos que no merecen tal nombre, slogans absurdos, silencios culpables, indiferencia inexplicable; alguien se ha atrevido a hablar y hacer algo contra el mayor genocidio del tiempo presente o quizás de la historia de la humanidad: el aborto provocado y encima despenalizado, protegido, fomentado e incluso pagado con dinero público. Inmediatamente tenemos que decir que no estamos satisfechos, que no basta salvar de la condena a muerte a los niños enfermos, disminuidos físicos o mentales, es necesario y justo salvar a todos. La penalización del aborto en las legislaciones de todos los países del mundo será el mayor signo de que la humanidad del siglo XXI está despertando de un terrible letargo moral.
Mientras tanto ¿cuáles son las consecuencias de la sangre derramada? Ríos de sangre inocente han bañado el suelo español ¿Pensamos que quedaremos impunes? Es cierto que Dios juzga personalmente a cada uno, pero todos los españoles sufriremos en este mundo y en este tiempo las consecuencias, porque nuestras manos (Dios sabe en qué medida cada uno) están manchadas de sangre. Es cierto que Dios es misericordioso pero en él hay un equilibrio perfecto entre su justicia infinita y su misericordia infinita, y respeta el curso de la historia, las consecuencias de nuestros actos libres, los frutos terribles de la semillas de cizaña y de veneno sembradas ¿Podemos extrañarnos de la crisis económica, del desempleo, de la violencia, del desamor, de la crisis de la familia? Hemos convertido lo que debería ser un acto de amor puro en un mero placer pasajero, y el fruto que es una vida humana, lo matamos y lo tiramos a la basura como un estorbo, como si no fuera nada, y sin embargo es “alguien”. Después de esto todo lo que nos pase es poco…