El misterio estaba velado y para descorrernos ese velo, quiso el Cielo valerse de la mano ayuna de academia de María Magdalena a través de esos 28 lienzos cargados de simbolismo, en donde la metáfora visual plasma con acierto el camino que inexorablemente ha decidido recorrer la humanidad con su desprecio de Dios. Y así sus cuadros, usando de esas imágenes simbólicas que tanto recuerdan al simbolismo moral de El Bosco, no sólo reflejaban la dramática lucha espiritual en la que se encontraba la humanidad sino el terrible destino que le espera a pesar de las bagatelas de la técnica. María Magdalena miraba más allá de lo aparente porque Otro era el que le hacía ver la verdad que latía por dentro. Es la crucifixión de la humanidad: los tiempos de su dolor. El conjunto está plagado de simbolismo, tanto que casi pasan desapercibidos los alegres jóvenes del ángulo superior izquierdo. En primer lugar contrasta esa actitud frívolamente alegre de esos jóvenes en un entorno que se deshace en pedazos. Y aún con todo, con toda la carga simbólica que rezuma el cuadro, cierto detalle nos confirma que estamos ante una obra de marcado carácter profético y no meramente ante una metáfora moral. Algunos de esos jóvenes que festivamente corren hacia su cruento destino van vestidos con pantalones vaqueros. Y en el año de 1950, año en que María Magdalena realiza la obra, no era una prenda usual entre los jóvenes, al menos entre los europeos. Ciertamente es un detalle menor pero tan significativo que traslada toda la narrativa moral que se describe a un tiempo histórico futuro, pero concreto. El juicio moral que se nos presenta ya no pertenece a una época vaga e inconcreta.
Pero ese dolor no será suficiente. La humanidad, a pesar de las dificultades, ahora patentes, seguirá eligiendo su destino perverso. Dura es entonces la búsqueda de Dios, su encuentro. Y todo un Cielo se esfuerza por rescatar a las almas. Pero duros será los tiempos para llegarse a Dios y dura la batalla personal para no desfallecer.
Entonces, la descripción moral de la humanidad, su batalla moral, sus elecciones perversas en el desprecio de Dios y el sufrimiento del débil (porque esta es una característica continua en su obra, donde la entrega a los vicios, al poder, al pecado, se hace risueñamente sí, pero a costa del sufrimiento de los otros) habría de tener un final perverso (como esa mano que saliendo por detrás de la humanidad crucificada espera asestarle la puñalada definitiva) que por Misericordia de lo Alto será detenido. Es el triunfo de Dios. Misterioso triunfo con ecos simbólicos del triunfo de María profetizado en Fátima, porque Ella no habrá de venir sino cuando sea reclamada, con verdad de plegaria, por una humanidad desesperanzada y abandonada.
Sólo así llegará la victoria de Dios a través del triunfo de su Iglesia, Un Solo Pastor, Un Solo Rebaño, como símbólica representación de aquello que ya dijera siglos atrás San Luis María Grignon de Monfort, que el triunfo habría de venir por María, y que de ese triunfo habría de venir otro, el triunfo de la Iglesia que acogerá en su seno la conversión de tantas otras religiones.
Pero quizá el hecho más desconcertante sea cómo se le dio a conocer a María Magdalena el mundo futuro, el mundo que habrá de tomar el relevo a esta modernidad perseguidora de Dios, de lo bello, de lo bueno. Y es un mundo tan contrario a las pompas de éste que sorprende. Porque será la reconstrucción de una era destrozada, pero no para reconstruir sus babeles y brillos, sino para reconstruir la verdadera vida en Dios. Es un acercamiento visual de cómo será aquello, incluso de como es posible aquello. Y las imágenes son elocuentes, con la recuperación de la familia, la simplicidad de vida, la pobreza en una alegre esperanza. En fin, el encuentro del hombre con todo aquello que creyó perdido: Dios, la naturaleza, la familia, la sociedad más rural que urbana centrada en Dios y que hace de Dios su centro
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