Pues bien, el Pantaléon en cuestión nace hacia el 275 en Nicomedia (actual Izmit, en Turquía). Es su padre un rico pagano, Eustorgio de Nicomedia, y es su madre Eubula, que le instruye en el cristianismo. Un fenómeno, por cierto, este de la cristianización por vía de hembra, muy común en el cristianismo de primera generación, del que son claros exponentes el Emperador Constantino, a quien educa en la religión de Cristo su madre Santa Elena, o San Agustín, a quién forma en ella su madre Santa Mónica.
El martirio de Pantaleón es de lo más “pintoresco” si se me permite el término, una característica que comparte en las crónicas con muchos otros martirios, alguno de los cuales como el de hemos tenido ocasión de glosar en esta misma columna. Pantaleón será primero quemado con antorchas, momento en el que se le aparece Jesús para curarle y apagar las llamas. Introducido después en un baño de plomo liquido, el mismo Jesús entra en la caldera con él, extinguiendo el fuego y enfriando el plomo. Lanzado al mar, la piedra que había de arrastrarlo al fondo flota. Lanzado a las bestias salvajes, éstas se le acercan mansamente para que las bendiga. Atado a una rueda, soga y rueda se parten. Cuando lo van a decapitar, la espada se dobla y los verdugos se convierten. Es precisamente este hecho el que le da nombre, Panteleimon [Παντελεήμων, el todo-compasivo], pues ante tesitura tal, el santo no hace otra cosa que pedir al cielo por sus ejecutores. Y todo hasta que él mismo considera llegado el momento de dar testimonio, "permitiendo" que la espada, finalmente, le siegue la cabeza.
El legendario añadido de este tipo de "adornos hagiográficos" al martirio, muy notorio aquí, no es óbice, sin embargo, para la existencia histórica del personaje y menos aún, supuesto que existe, para su muerte martirial. De hecho, los testimonios sobre San Pantaleón son tempranos y numerosos, entre ellos el “Martyrologium Hieronymianum”, atribuído a San Jerónimo (n.h. 340-420); el “Graecarum affectionum curatio”, de Teodoreto de Ciro (n.h. 393-m.h.460); y el “De aedificiis Justiniani” de Procopio de Cesarea (h. mitad del s. VI).
Se veneran las reliquias del santo en San Denis, en París, y su cabeza en Lyon. Frasquitos con su sangre milagrosa existen en varios santuarios del mundo, entre ellos el de Ravello en Nápoles, del que podría provenir el que se guarda en Madrid… Sobre él nos dice San Alfonso Ligorio:
“En Ravello, ciudad del reino de Nápoles, hay un vial con su sangre, que se licúa cada año y puede ser vista en este estado como si fuera leche, como el autor de este trabajo la ha visto”.
Registra asimismo gran veneración en las iglesias orientales, donde tiene templo o se honran sus reliquias en Skopje y Gorno Nerezi (Macedonia); en San Petersburgo (Rusia); en el Monte Athos (Grecia); en el monasterio de Gandzasar Monastery y Nagorno Karabakh (Armenia), y en otros muchos lugares.
Y también, como se sabe, en el Convento de la Encarnación de Madrid, donde el vial con su sangre milagrosa lo custodian las monjas agustinas recoletas. Según el ABC de 27 de julio de 1996, la reliquia habría sido donada al convento por una de sus monjas, Aldonza del Santísimo Sacramento, hija de Juan de Zúñiga, virrey que fue de Nápoles entre 1586 y 1595. Una donación que se habría producido hacia el año 1611, es decir, simultáneamente a la fundación del monasterio por la Reina Margarita de Austria.
(1) He visto utilizar para el proceso que ocurre todos los años con la sangre de San Pantaleón el término “licuefacción”. Según el Diccionario de la RAE, mientras “licuación” es el paso al estado líquido desde el sólido o el gaseoso indistintamente, la “licuefacción” es el paso al estado líquido sólo desde el gaseoso. En el caso de San Pantaleón y de su sangre, nos hallamos pues ante una licuación, y no ante una licuefacción.
©L.A.
Si desea suscribirse a esta columna y recibirla en su correo cada día,
Otros artículos del autor relacionados con el tema
(haga click en el título si desea leerlos)