Ahora bien, el demonio no es algo, equivalente a la energía, sino alguien. Así lo definió el Catecismo de la Iglesia Católica en base a las Sagradas Escrituras:
2850: “La última petición a nuestro Padre está también contenida en la oración de Jesús: "No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno" (Jn 17, 15). Esta petición concierne a cada uno individualmente, pero siempre quien ora es el "nosotros", en comunión con toda la Iglesia y para la salvación de toda la familia humana. La oración del Señor no cesa de abrirnos a las dimensiones de la economía de la salvación. Nuestra interdependencia en el drama del pecado y de la muerte se vuelve solidaridad en el Cuerpo de Cristo, en "comunión con los santos" (Cf. RP 16).
2851: “En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El "diablo" ["dia-bolos"] es aquél que "se atraviesa" en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo”.
El que exista una jerarquía de demonios, es decir, de ángeles caídos por tratar de ser más que Dios, no significa que debamos obsesionarnos con el tema y tener miedo, pues Cristo ha muerto y resucitado. Lo anterior, no deja lugar a dudas. Satanás ha sido derrotado a partir de la cruz y su acción tiene fecha de caducidad. En otras palabras, Dios permite la existencia del mal para que seamos probados en la fe y el amor, sin embargo, no nos deja solos. Al contrario, nos ha liberado del pecado. Mientras seamos hombres y mujeres de bien, es decir, capaces de levantarnos de nuestras caídas, no hay razones para preocuparse o perder el sueño. Ya lo decía San Pío de Pietrelcina: “El maligno es como un perro rabioso encadenado. Mas allá del radio que le permite la cadena, no puede morder a nadie…”. Ahora bien, es normal que el ritmo de las tentaciones vaya en aumento cuando más cerca nos encontramos de Dios, pues el demonio lo que quiere es que nos alejemos de Cristo y desperdiciemos la felicidad que nos ofrece. Retomemos lo que dice el P. Pío: “Ten por cierto que cuanto más crecen los asaltos del tanto más cerca del alma está Dios”. ¿Qué toca hacer al respecto? Poner en práctica la oración y el ejercicio de los sacramentos.
Si bien es cierto que existe el demonio y el infierno, contamos con la ayuda y la misericordia de un Dios cercano. Nos toca vivir equilibradamente la fe, sabiendo que el mal no puede triunfar sobre el bien. Por último, no se trata de creer en Dios por miedo. Nada más triste y negativo que eso. Lo que él nos pide es que confiemos en su palabra y que la pongamos en práctica, guiados por el magisterio prudente de la Iglesia. Así evitamos todo exceso o confusión. Tampoco se trata de asustar a los niños y a las niñas de la catequesis, pues para todo hay una forma, edad y momento. En lugar de caer en el relativismo, debemos reconocer la existencia del mal, el demonio y el infierno, al tiempo que nos sabemos amados por Dios, quien nos llama a la conversión.