Una oración de petición necesita en su constitución principalmente de dos elementos. Tiene que tener puesta su esperanza en la bondad divina, en su generosidad y misericordia. Pero también tiene que ser humilde, partir de la realidad tal y como es, siempre necesitada de Dios, pero no siempre por el mismo motivo, porque las situaciones son cambiantes y muy diversas.
El humilde realismo es algo fundamental no solamente en la oración, sino en el resto de la vida del creyente, también en la evangelización. Difícilmente se puede anunciar el evangelio, iniciar en la fe o llevar a cabo la labor propiamente pastoral, si no se sabe ni cómo es el mundo en el que se está ni el tono muscular de la Iglesia.
El pasado día de Santiago, un año más, me volvió a llamar la atención la oración de esta solemnidad; concretamente lo siguiente: «España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos». Esto da por supuesto que España es ahora fiel a Cristo y se pide que lo siga siendo hasta el término de la historia. No voy a entrar ahora en si España ha de durar o no hasta la Parusía. Lo que me sobrecoge año tras año es lo que se presupone del presente.
¿Es España hoy fiel a Cristo? Permitidme que tenga serias dudas. Ciertamente la historia de España está íntimamente ligada a la fe en Jesucristo, que esto ha dejado importantes huellas en la cultura, en la lengua, en las obras de arte, etc. Todo ello, no cabe duda, está presente en forma de vigencias y usos sociales. En nuestros obrares y decires hay un momento de inercia cristiano sin necesidad de que intervenga explícitamente nuestra voluntad. ¿Pero todo esto es suficiente para poder decir que España es hoy fiel a Cristo?
Desde luego el porcentaje de bautizados es muy elevado, ¿mas garantiza este hecho la fidelidad de España a Cristo?
Durante décadas, decenas de miles de abortos se han cometido en España; a las cifras oficiales habría que añadir más, incluyendo los provocados por la píldora abortiva, eufemísticamente conocida como del día después. La eutanasia, sin estar expresamente despenalizada, tiene una amplia aceptación social y, al parecer, debe de ser una práctica más extendida de lo que se podría pensar y consentida bajo una capa de cómplice silencio colectivo. La balanza anual de matrimonios y divorcios es alarmante; a la que habría que añadir la aceptación social del concubinato y la frecuente práctica del amancebamiento. ¿Qué decir de la legalización del pseudo-matrimonio entre homosexuales? ¿Cuál es el tono de fidelidad a Cristo cuando en un país se sopesa que en su capital la llamada marcha del orgullo gay sea considerada como fiesta popular? En materia económica, las corrupciones son abundantísimas y gozan de numerosos adeptos; a esto habría que añadir el trato que reciben muchos trabajadores... y parados. ¿Qué decir de la extendidísima explotación de muchas prostitutas? ¿Qué pensar del alcoholismo, de las demás drogas, de la iniciación desde niños a la laxitud sexual, por no decir a la promiscuidad?
La lista podría alargarse mucho más y habría que añadir cómo es la vivencia del cristianismo de los que se dicen cristianos, qué creen los que dicen creer, cómo viven su fe,… Desde luego que siempre ha habido males y pecadores, pero no estamos hablando de eso, sino de la generalización en la aceptación social y vivencia en porcentajes alarmantes de determinadas formas de obrar, de hacer y deshacer, etc. Todo lo cual refleja un entramado de "valores" sociales. Y también habría que hablar de patologías eclesiales.
Y respecto al futuro, ¿cuál es el proyecto nacional? ¿Qué quiere ser España? ¿Quiere ser cristiana o quiere otras cosas?
¿España es fiel a Cristo, quiere ser cristiana o es un país de misión? Desde hace años es difícil no darse cuenta de que España es tierra de misión. En realidad, siempre lo ha sido, porque cada recién nacido, cada persona que abandona la fe, cada conciudadano o inmigrante no cristiano, necesita que se le anuncie el evangelio y aprender, si se convierte, a ser cristiano. Habría que hablar de constante evangelización, porque cada persona es un mundo nuevo. La evangelización no es como las invasiones bárbaras, no tiene lugar por oleadas sucesivas, sino personalmente.
Año tras año pienso que tal vez tendría que considerar la Conferencia Episcopal cambiar la oración del día de Santiago.
[La refrescante cascada es cortesía de una lectora]