En la semana de las llamadas Antífonas O, la liturgia nos va introduciendo en el misterio que el día de Navidad quedará desvelado para todo hombre. Los días de las consideradas ferias mayores del adviento, nos quieren señalar aquellos momentos de la historia en los que la salvación se hacía patente en la sencillez y en lo cotidiano de la vida.

De esta manera, estos días la Escritura nos habla de anuncio, de vida, de salvación, de confianza, de obediencia, de deseo de Dios. Las promesas hechas por Dios a los profetas, se ven cumplidas en el sí de una virgen, en la fecundidad de una anciana, en la duda de un hombre de Dios, en la obediencia de un justo que acoge la buena noticia. La salvación de Dios al hombre se hace manifiesta a todos en una vida que transcurre en el silencio, y es oculta a los hombres, pero que ha sido narrada para que cada persona se sienta amada y pueda conocer que Dios viene a ella en su vida concreta. Una existencia que muchas veces transcurre en el silencio y en la pequeñez de lo ordinario, pero que es lugar de salvación y gracia en la que Dios se derrama.

Este tiempo, ya próximo a la celebración del misterio del Nacimiento del Hijo de  Dios, la Escritura nos señala el servicio de los que reciben la llamada para comunicarla a otros; nos indica un mensaje que ha de ser transmitido porque no puede quedarse encerrado en sí mismo. La salvación tiene que ser revelada  al hombre para que este se sepa amado en lo que vive. Como estos personajes de la Escritura, Dios viene a cada persona en su propia existencia, esperando de ella un sí, una confianza que se expresa en el fiat a su voluntad, aunque a veces resulte conmovedora ya que supone una entrega que se envuelve en el desconcierto y el drama de la propia vida. En este sentido, María, José, Isabel y Zacarías señalan las promesas cumplidas para el pueblo de Israel, y para todo hombre. En ellos, el plan de salvación de Dios para con la humanidad han supuesto el sí definitivo del Señor para cada persona, en su historia. Ellos son el cumplimiento del plan de Dios con el hombre.

Por lo cual, Dios en ellos han entrado en la historia concreta de cada ser humano. Dios se ha hecho cercano a cada uno. El Señor se ha introducido en la vida humana, asumiendo todo lo que ella conlleva de fragilidad y entrega. El Hijo de Dios, que existía junto a Dios, y gozaba de comunión perfecta con el Padre y el Espíritu, quiere estar entre los hombres haciéndose uno de ellos. El Nacimiento del Hijo de Dios en la carne, nos desvela el amor de Dios por el hombre que quiere estar con él, en su existencia débil y frágil. Dios asume lo humano. Se hace un niño para que el hombre no tenga miedo de Dios, y pueda reconocer en su vida, su ternura y su bondad.

El día de Navidad en el que la liturgia nos marca el Prólogo del evangelio de San Juan, escucharemos de modo solemne: el Verbo se ha hecho carne. La Palabra quiere hablar al modo humano. Dios toma un cuerpo que asume la miseria, y el pecado del hombre para poder salvarlo. El Hijo que hablo a los profetas y a los patriarcas, en el cumplimiento de las promesas se aproxima al ser humano en el balbuceo de un bebe para que cada persona pueda reconocer el lenguaje en el que Dios se le quiere comunicar.

Así, todo comienza en un sí de una mujer sencilla, en un pueblo, en una cueva, en el lugar más recóndito donde uno podría imaginar que Dios quería nacer. Pero, Jesús viene ahí, en tu vida. En tu sí cotidiano a una voluntad que en ocasiones no entendemos. Quiero nacer en tu vida, que muchas veces es pobre y humilde, pero en la que Dios se quiere manifestar. El Señor viene a tu casa, a tu cueva para nacer el día de Navidad y que puedas decir con toda la Iglesia: el Verbo se ha hecho carne. En la oscuridad y en el silencio de una noche, Dios entra en la historia.

De este modo, el milagro de la Navidad se hace visible de nuevo en el hoy de la vida. El misterio de Dios se desvela para cada uno, en su existencia. El Altísimo, que no cabía en los cielos, viene a morar en el corazón humano y llenarlo por completo. El sí de una madre, el fiat de un hombre que hace las veces de padre, quiere llenar la existencia humana y darla un verdadero sentido. El hombre puede vivir como hijo en las manos del Padre, porque Dios quiere nacer en su corazón, en su casa, para que sienta la acogida de una madre, que quiere amarlo, porque un Niño le ha sido confiado, en Navidad. El hombre ya no vive solo sino acompañado en su existencia por el amor de Dios que se ha hecho carne.

Belén Sotos Rodríguez