O sobre cómo “rescatar” las vidas de nuestros mártires
Cuando el Obispo de Córdoba, Monseñor Ramón Guillamet, toma posesión de la diócesis, enseguida interviene en la reestructuración del Instituto de Hermanas de Enseñanza bajo el Patrocinio de la bienaventurada Virgen María. En varias de las cartas de comunicación de las religiosas con el Obispo (año 19181919), el interlocutor es don Fidel Doce. Ellas hablan del mártir como “colaborador” de Guillamet.
Familiar del Obispo Guillamet
Las noticias de “La Vanguardia” son mucho más claras cuando, en los últimos días del mes de abril de 1922, comunican la defunción de Monseñor Guillamet que llevaba seis años de Obispo en Barcelona, desde su traslado de la diócesis de Córdoba.
- “Se rezaron varias misas… habiendo sido (una de las primeras) la del familiar del obispo difunto, reverendo don Fidel Doce…” (La Vanguardia, viernes 16 de abril de 1926).
- “A las seis de la tarde fue bajado a la cripta de los prelados, abierta en el coro de la Catedral (de Barcelona), el féretro que guarda los sagrados despojos del doctor Guillamet. Estuvieron presentes en el acto… el familiar don Fidel Doce… y muy pocas personas más” (La Vanguardia, sábado 17 de abril de 1926).
También se puede leer en la noticia de La Vanguardia del sábado 29 de abril de 1926:
- “También dejará de alojarse en el Palacio (Episcopal de Barcelona) el beneficiado de la parroquia de Santa Ana doctor don Fidel Doce, que fue familiar del obispo que acabamos de perder para siempre”.
Por lo tanto, durante diez años el Siervo de Dios Fidel Doce trabajará pastoralmente como beneficiado de la parroquia de Santa Ana en el popular barrio gótico de Barcelona.
16 de marzo de 1937
Los padres de don Fidel, se llamaban Cesáreo Doce Ruiz y Jovita Vázquez Marcos. Vivía con los dos en su domicilio de Barcelona y, aunque no hable de su madre en el momento de la detención (más adelante se lee la carta en donde explica esa situación), lógicamente estaría en la casa, pues su muerte tiene lugar el 22 de septiembre de 1938.
Extrañamente, su propia familia, sitúa la muerte de don Fidel, en enero de 1939. Seguramente el desconocimiento de los hechos martiriales vividos por el sacerdote les lleva a poner esa fecha, en un recordatorio que se conserva para un funeral que, por madre e hijo, se celebraría en el pueblo leonés de Nogarejas en septiembre de 1939. Sin embargo, como indicamos desde el principio José Sanabre en su Martirologio afirma, sin titubear, que la fecha de muerte es la del 16 de marzo de 1937.
Tras decir que “fue detenido en Barcelona el 19 de julio de 1936, siendo libertado después de apaleado (en su carta él nos dice que “recibió algún revés” cuando intentó defenderse). El 13 de febrero de 1937 fue nuevamente detenido y conducido a la prisión del Convento de San Elías, en donde estuvo recluido tres semanas y es asesinado en Montcada el 16 de marzo de 1937”.
Don Fidel Doce tenía 46 años en el momento de su muerte martirial, pues Sanabre, también nos informa de su nacimiento en Ledesma (Salamanca) el 24 de noviembre de 1890.
Una carta impresionante
La familia del mártir conserva la siguiente carta, escrita el 22 de julio, nada más estallar la Guerra Civil. Al final de la misma, otras cuantas líneas escritas posteriormente y fechadas el 2 de diciembre.
Papel viejo, a modo de carta en la que narra y se desahoga sobre lo que le está sucediendo. A pesar de ser una fotocopia, se ven los trozos de celo que han sido colocados delicadamente en el original apegándose a cada letra para ser conservada y ahora leída setenta y seis años después.
JHS
Poco después de las ocho de la noche del día 21 de julio de 1936 llamaron a la puerta del piso (calle Casanova nº 72 - 2º, 2), salió a abrir la puerta mi padre y como quiera que estaba echada la tranca, solamente se abrió un poco la puerta, por la rendija apareció un fusil; con grandes gritos de: “-¡Paso a la autoridad! ¡Abra inmediatamente, sino tiramos la puerta!”; la puerta no podía abrirse sin quitar el fusil y hasta que se entendieron aumentó el nerviosismo de los de dentro y fuera.
Abierta la puerta preguntaron a mi Padre de que vivía y al responder que le sostenía un hijo suyo sacerdote le preguntaron dónde estaba. En aquel momento aparecí yo, vestido de guardapolvo. Sin dar tiempo a dar explicaciones ni manifestar el objeto de la detención me obligaron a salir de casa siempre encañonado por los fusiles de tres o cuatro que habían venido a buscarme. Bajando la escalera se hizo un disparo que me pasó por encima de la cabeza. Al sentirlo en casa creyeron mis familiares que ya me habían matado.
Con grandes prisas me hicieron ir adelante hasta la redacción e imprenta de “Solidaridad Obrera”. Se me hizo entrar en un departamento estrecho, que debe servir para dejar la ropa de los operarios. Allí fui minuciosamente registrado, hallaron: el pañuelo de bolsillo, un cuaderno de notas y el monedero. El que hacía de jefe me hizo extender ambas manos examinándolas minuciosamente y oliéndolas; se pretendía encontrar pruebas de que era uno de los que disparaban desde el terrado. No podía hablar y por intentarlo recibí algún revés.
Quedé custodiado por uno de la milicia, mientras se retiraron a deliberar los restantes. A poco se presenta el que hacía de jefe y me enseña el pañuelo preguntándome a qué eran unas pequeñas señales esféricas que se percibían en el mismo. Contesté que mi pañuelo no tenía antes aquellas señales. Se marcharon y me dejaron solo; de cuando en cuando se asomaba alguno. Apareció una mujer joven que no pasó de la puerta para insultarme y decirme que me había visto en el terrado disparando, de no haberlo impedido alguno de los de las milicias, que cerraron la puerta, seguramente me habría sacado los ojos, como decía.
Entre los que entraron en el local donde me encontraba hubo un señor que recriminó un tanto a los que habían estado conmigo, diciéndoles que el buen nombre del periódico y de la misma entidad exigían otra cosa; le pregunté quién era y me dijo: un redactor del periódico.
Siento no saber el nombre para estamparlo aquí, (ni tampoco) de otro señor, mejor trajeado que los demás, quién después de interrogarme se marchó, volviendo al poco rato para hacerme salir del lugar donde estaba, porque decía él: “-No queremos detenidos”. Llegamos hasta la puerta y allí me hizo sentar en una silla. Esperé un rato mientras ellos cambiaban impresiones. Con otros de la milicia entró el que me registró al principio y al mismo tiempo que me decía que acababa de matar a un sacerdote, me hizo una caricia no muy agradable. Al fin, sin el asentimiento pleno de este miliciano, y acompañado de un miliciano y dos señores con pistola, uno de ellos el que me hizo salir a la puerta, me dirigí a mi domicilio, donde se efectuaba un minucioso registro, no encontrándose ninguna arma, como yo había asegurado. Regresé a casa hacia las 21,30h.
Encontré a mi Padre en una cama, a donde había sido llevado por los vecinos, que acudieron a los gritos de mis familiares y que vieron a mi padre que se caí al suelo. Gracias a la oportuna asistencia y a una inyección de aceite alcanforado que le suministraron, se mejoró bastante, logrando ponerse en pie al verme a mí.
Entre los milicianos con que tuve ocasión de hablar hallé uno de buenos sentimientos, que había tenido una buena madre que trató de educarle cristianamente, pero, según confesión propia, fue él siempre rebelde, ya que no estaba conforme con la resignación tan predicada a los pobres.
No creí volver a salir del lugar de mi detención, por eso, mientras estuve solo, me preparé para morir, recibiendo del Señor una tranquilidad y un sosiego tan grandes que yo mismo estaba admirado. Contentísimo de ofrecerme al Señor en satisfacción de mis pecados. Quiera el Señor concederme este estado de ánimo cuando sea llegada la hora.
Barcelona, 22 de julio de 1936
Fidel Doce, Pbro. (firmado)
El día dos de diciembre a las diez de la mañana vinieron al piso dos milicianos de las patrullas (de) control de la 2 (Calle Aragón, 182), se portaron muy correctamente, les enseñé el documento de libre circulación que se me expidió el 17 de agosto por las Oficinas de “Milicias antifeixistes de Catalunya” (Secretaría General núm. 8190, folio 249) y manifestaron que les acompañase a las oficinas de control citadas. Convinieron con mi padre en que fuese a buscar una persona que respondiese por mí; mientras tanto quisieron ver mi despacho y en él examinaron brevemente algunos papeles cambiando algunas apreciaciones acerca de religión y política. Hablaron a solas los dos milicianos y convinieron en dejarme en mi domicilio, del que di palabra de honor de no moverme, como lo vengo haciendo desde el 21 de julio, y comprometiéndome a enviar a las oficinas de control a persona que respondiese de mí. A los pocos momentos, acudió don Guillermo García en un auto al Comité de Propaganda, acompañado de mi Padre. En uno de los despachos hablaron con dos milicianos y convinieron en que el Guillermo me proporcione un documento para creditar mi personalidad y los milicianos del control se ofrecieron a defenderme, caso de una identificación injustificada.