La Iglesia cuenta con miles de universidades alrededor del mundo. Es decir, miles de oportunidades para plantear la fe dentro de un marco de responsabilidad académica, científica y ciudadana. El problema es que, con el tiempo y la reducción de vocaciones religiosas, así como la falta de laicos bien formados en el carisma de las congregaciones que las fundaron, han venido a quedar en manos de gestores que paradójicamente (aunque no en todos los casos, pero si en muchos) llegan al colmo de despreciar el ideal cristiano que les ha dado origen haciendo hasta lo imposible para lograr que despidan a los catedráticos que, desde dentro, se esfuerzan por mantener la identidad católica de la universidad. Muchas veces, los que más cosas positivas hacen en favor del nivel académico y de la evangelización son los que reciben mayor número de desaires. Lo anterior, nos tiene que hacer despertar y tomar acciones concretas. Desde luego que no se trata de imponer a Jesús ni de rechazar a los estudiantes que no crean en él, sino de proponerlo explícitamente y en positivo. La pedagogía católica cuenta con todo un bagaje filosófico que es capaz de enriquecer a cualquier licenciatura. No hay área académica en la que nuestra fe no tenga una figura o referente cultural.

Muchas de nuestras universidades, aunque se escuche mal, están ideológicamente secuestradas por un gremio que, vive de ellas pero que no comulga con ellas y este tipo de inconsistencias son las que, entre otras cosas, han contribuido a que la Iglesia sufra diversas crisis como, por ejemplo, la falta de vocaciones. Hay magníficos aspirantes a catedráticos que son descartados injustamente en los exámenes de oposición con toda clase de obstáculos burocráticos por ser competentes desde el punto de vista profesional y, al mismo tiempo, convencidos en su fe. ¿La razón? El gremio que no valora la identidad católica de la universidad (y que, por desgracia, la controla en gran medida), sabe que si son contratados los pondrán en jaque y los sacarán de su zona de confort. No les conviene una nueva generación docente que ponga las cosas en su lugar. Por ejemplo, a un aspirante para una cátedra de Derecha no lo contrataron porque citó, en el examen de oposición, una ley que superaba los cinco años de vigencia que se requiere en el modelo pedagógico. ¿Se imaginan el disparate? Las leyes son vigentes mientras no se abrogan. En la legislación no se puede hablar de “citar solamente las que tengan un mínimo de hasta cuatro años de antigüedad”. Son absurdos para no contratar nuevas figuras e impedir el aire fresco. Necesitamos, por lo tanto, rescatar nuestras universidades y desempolvar el ideal fundacional. No se trata de volver al pasado de modo enfermizo, sino de acudir a la raíz, tipo lo que hizo Santa Teresa de Jesús cuando se encontró el convento de las calzadas echo un caos y planteó una reforma que hoy sigue siendo uno de los más grandes aciertos que ha tenido la Iglesia en su historia.

Necesitamos directores de carrera que, de verdad, vivan el espíritu de la universidad. Tener a una persona que lance consignas agnósticas o panteístas, tipo ONG, no es lo que se espera, pues el verdadero académico es el que mira más allá de lo aparente y superficial. No repite bulos, sino que abre camino y eso es justamente lo que la fe pide de sus universidades. Muchos estudiantes ateos llegan a pedir que su universidad católica lo sea en su filosofía, en sus eventos, en sus espacios. ¿Queremos mayor claridad? Y que sea católica no quiere decir rancia, tétrica, desconectada. Todo lo contrario. Le toca estar a la vanguardia pero desde el Evangelio. Tecnología de punta, aulas inteligentes, proyectos de transformación social dentro de una verdadera pastoral universitaria marcada por la nueva evangelización.

A veces, frente a universidades secuestradas ideológicamente por personas que viven a costa de ellas sin interesarse por su ideal, habría que tomarle el ejemplo a Jesús cuando expulsó a los vendedores del templo. Quizá es el pasaje más desconcertante de la vida de Cristo pero es muy elocuente cuando vemos que se pierden espacios valiosos de evangelización por un grupo de personas que llegó y perdió de vista el carisma fundacional. Ahora bien, ¿cómo recuperar las universidades? Sin duda, los estudiantes y los profesores que ubiquen el problema deben hacer propuestas a los capítulos generales de las congregaciones respectivas para que, al menos, se escuche una alternativa. Ubicar que hay catedráticos que podrían hacer realmente una labor magnífica desde la fe pero a los que no se les abren las puertas porque hay pequeños grupos de poder que no quieren salir de su zona de confort. Es tiempo de trabajar por la renovación de las universidades católicas. Una buena pista la podemos encontrar en la visión que tenía el cardenal Newman sobre el particular y los últimos documentos de la Santa Sede al respecto.