“El último monarca ortodoxo ruso y los miembros de su familia se nos presentan como personas que buscaron con sinceridad encarnar en su propia vida las profesiones del Evangelio. En los sufrimientos que soportó con paciencia y resignación, la familia del zar desde su detención y su muerte como mártir en Ekaterinburgo (en los Urales), el 17 de julio de 1918, brilla la luz todopoderosa de la fe de Cristo”, se explicaba, en un comunicado, el Concilio ortodoxo que canonizó a la entera familia.
La decisión no dejó de ser problemática, hasta el punto de que el propio patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa, Alexis II, hubo de reconocer que “existen opiniones diferentes dentro de la Iglesia sobre el hecho de si la familia del zar debe ser incluida en la comunidad de santos”, mientras expresaba su esperanza de que la polémica no provocara un cisma.
Y eso que ni siquiera era la primera vez que el Zar era canonizado, pues ya lo había sido con anterioridad en 1981, en ocasión tal por la Iglesia ortodoxa rusa en el extranjero, separada de Moscú tras la revolución de 1917. Tampoco era el primer miembro de la realeza rusa canonizado, pues antes que él ya lo habían sido Vladimir el Grande, que cristianizó Rusia en el año 988; Daniil, jefe del principado de Moscú; Dimitri Donskoi, que venció a los tártaros; y Elizaveta, hermana de la Zarina Alejandra.
Al triunfar la Revolución rusa en octubre de 1917, y derrocado el gobierno de Kerensky por los bolcheviques de Lenin, el Soviet Central a cargo de Yákov Sverdlov, personaje muy cercano a Lenin, ordena el traslado del Zar, a Moscú primero, y a Ekaterimburgo -bajo control del Soviet de los Urales- después.
Ante el avance de la Legión Checoslovaca hacia la ciudad y la eventualidad de que pudieran liberar a la familia, el 4 de julio de 1918 Filipp Isaevich Goloshchekin se persona ante Sverdlov en Moscú. Éste consulta al Soviet Central y el 16 de julio un escuadrón de la Cheka, (la policía del régimen que daría después nombre a los temidos calabozos de tortura y exterminio en zona republicana durante nuestra Guerra Civil), al mando de Yákov Yurovski, recibe la orden del Soviet de los Urales de liquidar a toda la familia.
Los cuerpos serán depositados en una mina abandonada. Al día siguiente Yurovski ordena su destrucción por fuego y ácido, y el traslado de los restos a la “Mina de los cuatro hermanos”, a doce kms. de la ciudad.
El Soviet de los Urales emitió el siguiente comunicado:
“Decisión del Presídium del Consejo de Diputados, Obreros, Campesinos y Guardias Rojos de los Urales:
En vista del hecho de que bandas checoslovacas amenazan la capital roja de los Urales, Ekaterimburgo y que el verdugo coronado [sic] podía escapar al tribunal del pueblo (un complot de la Guardia Blanca para llevarse a toda la familia imperial acaba de ser descubierto), el Presídium del Comité Divisional, cumpliendo con la voluntad del pueblo, ha decidido que el ex zar Nicolás Romanov, culpable ante el pueblo de innumerables crímenes sangrientos, sea fusilado.
La decisión del Presídium del Comité Divisional se llevó a cabo en la noche entre el 16 y 17 de julio”.
En cuanto a sus restos, no serán hallados hasta 1979, cosa que harán los historiadores Aleksandr Avdonin y Geli Riábov en el bosque de Koptiakí, si bien hasta el 12 de abril de 1989 no se informa del hallazgo. Abierta la tumba en 1991, se hallaron en ella nueve cuerpos, todos los asesinados menos los del Zarevich Alexis y la Gran Duquesa María, que serían encontrados, según se informó, con posterioridad, en 2007, muy cerca de donde habían sido hallados los del resto de la familia.
Reposan desde el año 1998 los restos de la santa familia en la Catedral de San Pedro y San Pablo de San Petersburgo.
©L.A.
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