Últimamente la Nueva Evangelización se ha convertido en la coletilla que se pone en la Iglesia para apostillar todas las actividades, coloquios, conferencias y demás cosas que se hacen en ella.
Seguro que no soy el único que tiene activada una alerta Google de esas que hacen que llegue a tu correo todo lo que se escribe acerca de un tema, unas palabras, o una persona. Mi alerta se llama Nueva Evangelización, y todos los días me llegan varias noticias publicadas en la red utilizando la expresión.
Pero en este tema, como en casi todos en la vida, no hay atajos fáciles y del dicho al hecho hay más que un trecho. No por hablar a todas horas de Nueva Evangelización se está llevando a cabo la misma, por más que suene por todas partes.
De hecho deberíamos fijarnos en si se dan las condiciones que permiten una Nueva Evangelización en la Iglesia, antes de lanzarnos a utilizar métodos o entablar cruzadas evangelizadoras, pues corremos el riesgo de hacer un anuncio vacío, carente de contenido genuino.
Los lineamenta recuerdan que para ser evangelizador, primero hace falta ser discípulo y aquí es donde nos encontramos con el primer criterio de discernimiento para ver si es posible una Nueva Evangelización.
En otras palabras, si el evangelizador no está evangelizado, ¿qué anuncio cristiano se puede esperar de él?
Durante muchos años en la Iglesia nos hemos centrado en una pastoral sacramental y de mantenimiento, siguiendo el mandato del Señor “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.” (Mt 28,19)
Como decía un cura canadiense amigo mío, en la Iglesia hemos bautizado a todo lo que se mueve, y hemos enseñado a guardar los preceptos de la ley de Dios, pero se nos ha olvidado el tema de hacer discípulos.
No es lo mismo bautizar a una persona, que hacerla discípulo de Jesucristo.
De hecho uno de los grandes “agujeros pastorales” de la Iglesia de nuestros días es que hay una imperante necesidad de evangelizar a los bautizados.
Y el problema no está sólo en la grey, en el pueblo, pues muchas veces los llamados a educar y enseñar también carecen de esa experiencia básica y fundante de conversión, sin la cual hablar de un discipulado es ilusorio.
Cuanto más trabajo en el primer anuncio proponiéndolo a parroquias y comunidades, más me pregunto si acaso no estaremos frustrando de entrada este anuncio pues la pregunta consecuente a esta primera proclamación es ¿y ahora qué hago con la gente?
La respuesta es sencilla, hay que hacer de ellos discípulos de Jesucristo.
Ahora bien, nuestras parroquias no están diseñadas para hacer discípulos, sino para mantener cristianos que se supone que ya son discípulos.
Pero no es así. Cualquiera que mire a su alrededor en una misa de domingo se puede dar cuenta de esto. La sensación es que las parroquias tienen un exiguo número de gente que vive su fe de una manera activa, y un gran número de parroquianos que vienen a consumir lo que la parroquia les da.
Y la oferta se limita a la misa dominical, alguna charla de formación interesante y un sinfín de actividades que en última instancia no hacen crecer a la gente, sino que mantienen las cosas en el estado que están.
Por eso en el fondo las parroquias están desestructuradas, no tienen grupos de vida que las conformen, ni un laicado pujante, ni sacerdotes lo suficientemente descargados para hacer de sacerdotes y no de hombre orquesta.
La autocrítica y el examen que piden los lineamenta pasan por hacernos conscientes del modelo de Iglesia que tenemos, y las fuerzas con las que contamos.
Si el presupuesto de la Nueva Evangelización es que haya evangelizadores, lo primero que tendremos que preguntarnos es si estos tienen la capacitación adecuada para anunciar a Jesucristo.
Esta capacitación pasa por ser discípulos, y eso se aprende en comunidad, a los pies del maestro y conlleva un esfuerzo diferente al que estamos acostumbrados, que tiene más que ver con crear verdaderas comunidades que con hacer a todo el mundo muy santo en su vida individual.
Sólo entonces estaremos en condiciones de lanzarnos al primer anuncio.
Lo contrario es truncarlo de entrada, porque nadie da lo que no tiene, y aunque Dios haga milagros y supla nuestras deficiencias, si después vamos a ofrecer a los convertidos más de lo mismo, una iglesia que no hace discípulos, al final habremos perdido el tiempo y la oportunidad de una verdadera renovación.