Dentro de la serie que vengo dedicando a exponer mi concepción del patriotismo, (, , y otros) en el último que titulé mi compañero y vecino de la derecha (él escribe en la columna de la derecha y yo en la de la izquierda), Manuel Morillo, sacaba a relucir en la columna de comentarios un viejo argumento cual es el de la relación entre el patriotismo y el pago de impuestos, sobre el que aunque sí respondí algo en su momento, me gustaría volver ahora con los pensamientos más ordenados y más espacio para exponerlos.
Una muñequera con la bandera española que lucía en su brazo mágico en los tiempos difíciles en los que nadie exhibía los colores patrios, y en los que en algunas regiones españolas te costaba, por supuesto, la marginación -algo que no ha cambiado-, pero en otras también la vida; ese hacerse acompañar por la mamá a cada torneo que disputaba; ese perrito “ñoño” (“ñoño” en el parecer de estos ingenieros de la opinión pública, que no en la mía) que siempre salía a escena cuando ganaba los innúmeros torneos que ganaba; ese arrojo sin par que ponía en su juego algo menos acompañado por una técnica depurada, en una España a la que aún molestaba que le recordaran que sus grandes éxitos deportivos estaban más relacionados con la furia que con el talento… todo ello hizo que esta chica sin par, uno de los grandes deportistas de la historia del deporte y la gran deportista femenina española de todos los tiempos, no encajara muy bien en el imaginario colectivo español inducido desde los laboratorios de ingeniería del pensamiento de la progresía nacional.
Alguien descubrió que en todo o en parte, tributaba en Andorra, lo cual vino de perlas a esos mismos ingenieros para realizar un torticero argumento que relacionaba dicha tributación con el patriotismo que a todas luces exhibía Arantxa, y que tanto ha molestado siempre –nunca he entendido muy bien por qué- a la izquierda española.
Y eso que la cuestión, a mi entender, se limitaba a un sencillísimo razonamiento que nada tenía que ver con el patriotismo, y que se resumía y se resume de la siguiente manera: ¿Vd. reside efectivamente en Andorra? Pues muy bien, legalmente tiene Vd. que tributar allí. ¿Qué no reside Vd. en Andorra y todo es una estratagema para tributar a los beneficiosos tipos fiscales andorranos? Pues lo siento, tendremos que enviarle a un inspector para determinar cuál es la cantidad evadida, lo que junto con las sanciones correspondientes y las penas a las que ello pueda dar lugar, asciende a tal cantidad y a tal o cual multa. Punto final: el patriotismo aquí, como diría un italiano, “non c’entra”.
No pagar impuestos o defraudar a Hacienda está muy mal, sumamente mal, pero ni el patriotismo, ni la condición más o menos religiosa de la muchacha, ni la naturaleza de su corazón, ni el cariño que profese a sus seres queridos, ni su capacidad de amar y ser amada, ni ninguna otra sandez que se le pueda ocurrir a ningún ingeniero del pensamiento de la opinión pública española, tiene nada que ver con el tema. Todo el mundo tiene derecho a intentar pagar menos impuestos, de la misma manera que tiene derecho a intentar pagar menos por las cosas que consume, aunque sean españolas, y el patriotismo en esto ni entra ni sale.
Y eso que la cuestión, a mi entender, se limitaba a un sencillísimo razonamiento que nada tenía que ver con el patriotismo, y que se resumía y se resume de la siguiente manera: ¿Vd. reside efectivamente en Andorra? Pues muy bien, legalmente tiene Vd. que tributar allí. ¿Qué no reside Vd. en Andorra y todo es una estratagema para tributar a los beneficiosos tipos fiscales andorranos? Pues lo siento, tendremos que enviarle a un inspector para determinar cuál es la cantidad evadida, lo que junto con las sanciones correspondientes y las penas a las que ello pueda dar lugar, asciende a tal cantidad y a tal o cual multa. Punto final: el patriotismo aquí, como diría un italiano, “non c’entra”.
No pagar impuestos o defraudar a Hacienda está muy mal, sumamente mal, pero ni el patriotismo, ni la condición más o menos religiosa de la muchacha, ni la naturaleza de su corazón, ni el cariño que profese a sus seres queridos, ni su capacidad de amar y ser amada, ni ninguna otra sandez que se le pueda ocurrir a ningún ingeniero del pensamiento de la opinión pública española, tiene nada que ver con el tema. Todo el mundo tiene derecho a intentar pagar menos impuestos, de la misma manera que tiene derecho a intentar pagar menos por las cosas que consume, aunque sean españolas, y el patriotismo en esto ni entra ni sale.
Si pagar impuestos fuera de nuestro país hubiera de ser antipatriótico, ¿acaso no lo sería menos consumir productos extranjeros en lugar de nacionales, un buen camembert en lugar de un delicioso manchego? ¿No sería antipatriótico invertir, crear una empresa, comprarse una vivienda en el extranjero, en lugar de hacerlo en España? ¿No sería antipatriótico contratar trabajadores extranjeros (incluso para trabajar en casa), en vez de contratar a un español? ¿No sería antipatriótico colocar los ahorros en un banco extranjero, en vez de colocarlos en la ruinosa deuda pública española (por cierto, mejor pagada que ninguna otra)? ¿No sería antipatriótico comprar acciones de empresas extranjeras o incluso vender acciones españolas? ¿No sería antipatriótico pasar las vacaciones fuera de España o mandar los niños a estudiar al extranjero? ¿No sería antipatriótico comprar en tiendas regentadas por extranjeros y ostensiblemente más baratas? ¿No sería antipatriota colaborar con ONGs que operan en el extranjero en vez de hacerlo con ONGs que trabajan en España? ¿Cuántos de los que acusaron a Arantxa de antipatriota no practicaban y practican estos comportamientos, y no tributarían fuera de España si pudieran y fuera favorable a sus intereses económicos?
El argumento pergeñado contra la pobre Arantxa, una chica patriota como pocas, proveniente, a mayor mérito, de una región española cuyos dirigentes llevan a gala dar continuas muestras de antiespañolidad, caló bien en la opinión pública. Como calaron antes y después otros argumentos lanzados al mercado de los argumentos por la siempre eficaz maquinaria propagandística de la progresía y el pesoísmo para contrarrestar cada arranque de patriotismo o de exaltación patriótica por parte de los españoles. Algo que, como ya he dicho y vuelvo a repetir, por alguna extraña razón que no consigo entender, irrita profundamente a nuestra izquierda. No diré que en un proceso único en España, pero sí que no ha alcanzado en ningún otro país la intensidad alcanzada en el nuestro.
El argumento, que hasta nombre tenía, la "instrumentalización de la bandera", nació en tiempos de Felipe González y aún antes, en tiempos de Suárez, quizás para contrarrestar las multitudinarias concentraciones humanas que conseguía reunir al tronar de la bandera Blas Piñar (nunca acompañadas, por cierto, del correspondiente éxito electoral), y también, en menor medida, Alianza Popular. El último al que oí recurrir al argumento haciendo el ridículo incapaz de identificar que le pillaban ya con el pie cambiado, fue a aquel portavoz pesoíta del Congreso que se llamaba y se llama López Garrido, que lo enarboló cuando una manifestación contra la política antiterrorista convocada por el Foro de Ermua terminó a los acordes de la Marcha Real… Sólo que, ¡ah amigo!, la cosa ahora no tenía nada que ver, pues ya no era el faccioso Piñar el que sacaba el himno a la calle, no, era ni más ni menos que… ¡un correligionario del Sr. López, y con carnet del PSOE, por cierto, mucho más antiguo que el suyo (bastante moderno dicho sea de paso)!: el Sr. Buesa, D. Mikel Buesa.
Nunca he tenido ocasión de agradecerle al Sr. Buesa aquel gesto arrostrado, valiente, patriótico, bellísimo, en que consistió terminar una manifestación multitudinaria a los acordes de un himno que a fuerza de no escuchar, los españoles empezábamos a olvidar (en serio, había niños que no lo conocían): ¡¡¡el de nuestro propio país!!! Aprovecho la ocasión para hacerlo ahora, y para señalar que aquel gesto ocurrido en una manifestación en la que participé intensamente, me sirvió para constatar, por fin, que ser de izquierdas no tiene porque ir inexorablemente unido (aunque sí vaya, por desgracia, frecuentemente unido) al desprecio por la patria.
Engarzar extraños argumentos con la patria no es algo que no se haya vuelto a intentar desde el pesoísmo. Uno de los más esotéricos intentos y al que, por el contrario de lo ocurrido con el anterior, no acompañó el éxito y sí un estrepitoso fracaso acompañado del ridículo, fue el realizado por ese superdotado intelectual que fue D. José Luis Rodríguez Zapatero, cuando enunció aquello de que decir que venía la crisis… ¡¡¡era antipatriótico!!! Dicho por quien obligó a las tropas españolas a abandonar Irak entre los huevos que arrojaban a nuestros soldados… ¡¡¡los italianos!!!; o por quien rindió la maquinaria del estado a un grupo terrorista que por encima de todo se autodefine como antiespañol; o por el famoso autor de la teoría de la nación española “discutible y discutida”; o por quien mandó a su ministro de asuntos exteriores a negociar asuntos de estado con un concejal de un pueblo llamado Gibraltar (entre otras felonías), no estaba nada mal.
Pero en definitiva, y volviendo a lo que nos ocupaba al principio y da título a este artículo: de pagar impuestos fuera de España se podrá decir lo que se quiera… lo que se quiera menos que sea antipatriótico. Discúlpenme pero no cuela...
©L.A.
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