Estas comunidades son un fenómeno global, en todos los continentes. Naturalmente, están presentes sobre todo, de diferentes modos, en Latinoamérica y África. Querría decir que sus elementos característicos son una mínima “institucionalización” ya que dan poco peso a las instituciones; un mensaje que es simple, fácil, y comprensible, y aparentemente concreto; y, como usted dijo, una liturgia participativa que expresa sentimientos de la cultura local, con algo de aproximación sincrética a las religiones. Todo esto les garantiza, por un lado, algún éxito, pero también implica una falta de estabilidad. Sabemos que algunos de los que se marchan, vuelven a la Iglesia católica o se trasladan de unas comunidades a otras. Por consiguiente, no necesitamos imitar a estas comunidades, pero deberíamos preguntarnos qué hacemos para dar nueva vida a la fe católica.
Yo sugeriría, en primer lugar, un mensaje sencillo y comprensible pero al mismo tiempo profundo. Es importante que el cristianismo no venga a ser un difícil sistema europeo, que no se puede entender o comprender, sino un mensaje universal de que Dios existe, Dios se preocupa, Dios nos conoce y nos ama, y que en concreto, la religión suscita colaboración y fraternidad. Por tanto un mensaje sencillo, concreto, es muy importante. Luego es también importante que nuestras instituciones no sean demasiado pesadas. Lo que debe prevalecer es la iniciativa de la comunidad y la persona. Finalmente, diría que una liturgia participativa es importante, pero no con sentimentalismo. El culto no debe ser simplemente una expresión de sentimientos, sino suscitar la presencia y el misterio de Dios en la que entramos y que por la que nos dejamos formar. Finalmente, diría respecto a la inculturación que es importante que no perdamos la universalidad. Preferiría hablar de “inter-culturación”, no ya de inculturación. Es cuestión de encuentro entre culturas en la verdad común de nuestro ser humanos, en nuestro tiempo. Entonces crecemos en fraternidad universal. No debemos perder algo tan grande como la catolicidad, que en todas partes del mundo somos hermanos y hermanas, somos una familia, donde nos conocemos y colaboramos con espíritu de fraternidad. (Benedicto XVI)
No es raro encontrarnos con personas que trasladan su vida de Fe a las comunidades evangélicas porque están desilusionadas con la Iglesia. El fenómeno no es exclusivo de África o Hispanoamérica, sino que se da en todo el mundo.
Es interesante reseñar, como indica Su Santidad, que las personas que migran a estas comunidades, no se radican de forma estable en ellas, sino que empieza a peregrinar buscando aquello que se dan cuenta que han perdido en el cambio. Afortunadamente, algunas de ellas vuelven de nuevo a la Iglesia.
Benedicto XVI no da unas pistas muy interesantes para afrontar este problema. Las resumo en los siguientes puntos:
- Transmitir de forma sencilla y profunda lo que significa ser católico. No se trata de quitar contenido ni profundidad a la fe, sino de transmitir todo esto de forma sencilla.
- Mostrar que existe un nivel de vivencia comunitaria que excede a la visión institucional que se suele dar por supuesto.
- Hacer entender cual es el objetivo del culto y la necesidad de diferenciarlo de aspectos emotivos o de socialización.
Hay que comprender que para muchas personas, la Iglesia parece una institución casi empresarial. ¿Por qué esto? Porque los fieles somos poco dados considerarnos Iglesia y difícilmente nos hacemos visibles como parte de ella. El lenguaje es otro aspecto del mismo problema. Quienes comunican qué es la Iglesia, suelen ser personas muy formadas que suelen utilizar un lenguaje que está desacreditado en la sociedad. Les pongo un ejemplo, si hablamos de pecado ¿Qué entiende la mayoría de las personas? Pues lo que los medios le han imbuido machaconamente: una atadura que los eclesiásticos utilizan para crear sentimientos de culpa y esclavizar a las personas. Cada vez que digamos la palabra pecado, estaremos tirando piedras sobre nuestro discurso. Entonces ¿No hay que nombrar el pecado? Nada de eso, hay que nombrar el pecado pero teniendo el cuidado de explicar claramente a qué nos referimos. No podemos dar por supuesto que las personas que tenemos delante tienen el mismo concepto de pecado que nosotros.
La comunidad católica es un problema central que todavía no hemos resuelto satisfactoriamente. Las comunidades en las que vivimos la Fe se sostienen más por la necesidad de cumplir preceptos, que por el gozo de vivir la Fe unidos. Muchas personas ven con envidia las comunidades de los hermanos evangélicos, ya que ansían esa vivencia integradora. Evidentemente no hablo de personas formadas y con una espiritualidad profunda, que pueden vivir la Fe de una manera menos emotiva. Hablo de aquellas personas que no encuentran en la comunidad católica lo que necesitan emocionalmente. Pero, las comunidades pueden ser heterogéneas y tener a personas con carismas más cognitivos o activistas que choquen con un planteamiento puramente emotivo. Esto nos lleva a pensar en comunidades equilibradas que sean capaces de acoger a personas de muy diverso tipo.
El culto es el siguiente problema, ya que es un gran desconocido de la mayoría nosotros. El culto se tiende a inculturizar destrozando la Liturgia o a simplificar, haciendo que se convierta en una excusa para reunirse socialmente. Benedicto XVI no dice que más que inculturizar, es necesario inter-culturizar el culto. Es decir prepararnos para vivir la Liturgia unidos de forma que nuestra cultura no sea un impedimento para orar, alabar y recibir los sacramentos. Tampoco se trata de llevar a la Liturgia a una “nada” que no estorbe, porque entonces la Liturgia deja de existir. Se trata de vivir la misma Liturgia desde la Fe que nos une, más que desde la cultura que tengamos.
Hemos de ser cuidadosos y no buscar soluciones fáciles a base se buscar la antítesis como solución. Tampoco se trata de quedarnos en un punto medio o llevar a un consenso. Se trata de dar sentido a estos tres aspectos de nuestra vivencia cristiana y hacerlo con armonía y proporción. No podemos dar el salto de un extremo a otro, ya que esto desorienta y confunde a las personas. Los cambios deben conducirse de forma natural guiados por la mano del Espíritu. El Señor nos ayude.