Instrumentum laboris (I)
Nueva evangelización: una cuestión, ante todo, espiritual
El flamante documento hará de disparador en la gran asamblea sobre la nueva evangelización del mes de octubre. Presento aquí una síntesis del primer capítulo, que aborda el tema de por qué evangelizar, y cuál es su relación con la fe.
En la mañana del martes 19 de junio, en la Sala de Prensa de la Santa Sede, Mons. Nikola Eterović, Secretario General del Sínodo de los Obispos, presentó el documento
Un espacio para Jesús
El primer capítulo está referido “al redescubrimiento del corazón de la evangelización, es decir, a la experiencia de la fe cristiana: el encuentro con Jesucristo” (IL 17), la vivencia que deviene de “creer en el amor a través del rostro y de la voz de ese amor, es decir, a través de Jesucristo” (IL 23). Este acontecimiento, que constituye “el núcleo central de la fe cristiana, que no pocos cristianos ignoran”, es “el fundamento teológico de la nueva evangelización” (IL 20):
“La fe cristiana no es sólo una doctrina, una sabiduría, un conjunto de normas morales, una tradición. La fe cristiana es un encuentro real, una relación con Jesucristo. Transmitir la fe significa crear en cada lugar y en cada tiempo las condiciones para que este encuentro entre los hombres y Jesús se realice. El objetivo de toda evangelización es la realización de este encuentro, al mismo tiempo íntimo y personal, público y comunitario.” (IL 18)
Jesús, claro está, “ha sido el primero y más grande evangelizador” (EN 7), llevando a cumplimiento la buena noticia, el evangelio preanunciado en las Sagradas Escrituras: “ellas son las que dan testimonio de mí“ (Jn 5, 39). Por ello su predicación comienza con las palabras: “El tiempo se ha cumplido” (Mc 1, 15). “Para Jesús la evangelización asume la finalidad de atraer a los hombres dentro de su vínculo íntimo con el Padre y el Espíritu. Éste es el sentido último de su predicación y de sus milagros: el anuncio de una salvación que, aunque se manifieste a través de acciones concretas de curación, no puede ser hecha coincidir con una voluntad de transformación social o cultural, sino con la experiencia profunda concedida a cada hombre de sentirse amado por Dios, y de aprender a reconocerlo en el rostro de un Padre amoroso y pleno de compasión” (IL 23).
Después de su muerte y resurrección, sus discípulos recibieron el mandato misionero: Vayan por todo el mundo y proclamen el evangelio a toda criatura (Mc 16, 15). “Por lo tanto, la tarea de la Iglesia consiste en realizar la traditio Evangelii, el anuncio y la transmisión del Evangelio […] que, en última instancia, se identifica con Jesucristo” (IL 26). El Papa Pablo VI nos dejó esta frase estupenda: “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (EN 22).
"Sin embargo, no faltan, lamentablemente, falsas convicciones que limitan la obligación de anunciar la Buena Noticia. En efecto, hoy se verifica ´una confusión creciente que induce a muchos a desatender y dejar inoperante el mandato misionero del Señor (cf. Mt 28, 19). A menudo se piensa que todo intento de convencer a otros en cuestiones religiosas es limitar la libertad. Sería lícito solamente exponer las propias ideas e invitar a las personas a actuar según la conciencia, sin favorecer su conversión a Cristo y a la fe católica: se dice que basta ayudar a los hombres a ser más hombres o más fieles a su propia religión, que basta con construir comunidades capaces de trabajar por la justicia, la libertad, la paz, la solidaridad. Además, algunos sostienen que no se debería anunciar a Cristo a quienes no lo conocen, ni favorecer la adhesión a la Iglesia, pues sería posible salvarse también sin un conocimiento explícito de Cristo y sin una incorporación formal a la Iglesia” (IL 27).
La “humanidad de hoy tiene necesidad de sentirse decir las palabras de Jesús ´¡Si conocieras el don de Dios!´ (Jn 4, 10), para que estas palabras hagan surgir el deseo profundo de salvación que se encuentra en cada hombre: ´Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed´(Jn 4, 15)”. […] “Y para poder acceder a esta experiencia, se necesita alguien que sea enviado a anunciarla: ´¿cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?´ (Rm 10, 14)” (IL 33).
Por esta razón no se puede olvidar que el anuncio del Evangelio es una cuestión, ante todo, espiritual. La exigencia de la transmisión de la fe, que no es una empresa individualista y solitaria, sino un evento comunitario, eclesial, no debe provocar la búsqueda de estrategias eficaces ni una selección de los destinatarios –por ejemplo los jóvenes- sino que debe referirse al sujeto encargado de esta operación espiritual. Debe ser un cuestionamiento de la Iglesia sobre sí misma. Esto permite ver el problema de manera no extrínseca, y pone en discusión toda la Iglesia en su ser y en su modo de vivir. Más de una Iglesia particular pide al Sínodo que se verifique si las infecundidades de la evangelización hoy, en particular de la catequesis en los tiempos modernos, es un problema sobre todo eclesiológico y espiritual.” (IL 39). “Antes de transformarse en acción, en efecto, la evangelización y el testimonio son dos actitudes que, como frutos de una fe que las purifica y las convierte, surgen en nuestras vidas de este encuentro con Jesucristo, Evangelio de Dios para el hombre” (IL 20). “Frecuentemente, ha sucedido que, como consecuencia del debilitamiento del propio vínculo con Cristo, se ha empobrecido la calidad de la fe vivida” (IL 39), como ocurre con los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35) que narran y propagan su propia frustración y falta de esperanza, haciéndose transmisores “de un anuncio que no da vida” (IL 38).
Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? (Mt 14, 31), dice Jesús a Pedro, cuando éste, a causa del viento y del miedo, comenzó a hundirse en las aguas por las que venía caminando. “En la persona de Pedro es posible reconocer la actitud de muchos fieles, así como también la de enteras comunidades cristianas, sobre todo en los Países de antigua evangelización”, dice el Prefacio del documento. Por eso sus primeras palabras son: Auméntanos la fe (Lc 17, 5).