¡Qué tontería! dirán Vds.. Una tanda de penaltis que pone a España en la final y punto. Poco más que comentar. Pues no, porque de todas las cosas, hasta de una tanda de penaltis como la de antier en el extraordinario Portugal-España que nos pone ante nuestra segunda final consecutiva del Europeo de fútbol, y hasta de menos si se lo proponen Vds., se pueden sacar conclusiones y enseñanzas.
Para empezar, ésta la primera, una de Cristiano, de Cristiano Ronaldo claro está. A mi entender, jugó ayer el madeirense a político más que a futbolista, pidiendo lanzar (si es que como es presumible lo iba a lanzar él) el quinto penalti de su equipo. Bien sabía él que con toda probabilidad, y sobre todo yendo de segundo, ese penalti no se lanzaría nunca. Con lo cual, si no se lanzaba porque Portugal estaba eliminado (como fue el caso), él quedaba exonerado de la derrota a los penalties. Y si llegaba a lanzarlo y servía para que Portugal ganara el partido, sería indiscutiblemente la portada de los diarios deportivos del mundo. Yo creo que Ronaldo se asustó: se asustó porque ya lleva unos cuantos penalties clave marrados, el último en la ronda que le costó al Madrid el pase a la final de la Champions. Y asustado como estaba, jugó a hacer política. Habría esperado más de quien se presenta, es, y desea ser, el gran líder de todos los equipos en los que juega, que sea el Madrid, que sea la selección nacional de su país.
Para seguir, ésta segunda: los verdaderos líderes han de tirar no el quinto penalti, al que con gran probabilidad no se llega. No: han de tirar el primero, el que está llamado a dar tranquilidad a los compañeros del equipo, y el cuarto, uno al que llegándose casi siempre, puede ser definitivo o para ganar (o perder el partido), o para seguir en estado agónico y acometer el quinto. Primero y cuarto pues: el penalti de los líderes.
Y para terminar, ésta tercera, la que más me gusta: los dos penaltis que pusieron punto final a la serie, a saber, el cuarto que lanzó Bruno Alves para Portugal, y el quinto que lanzó Cesc para España, fueron dos penaltis magníficos. Magníficos primero, porque fueron magistralmente lanzados los dos. Segundo porque en los dos, los porteros intuyeron la trayectoria y se lanzaron en un vuelo espectacular digno de la mejor escena de “Evasión o victoria”. Ambos penaltis tuvieron una cosa en común: por bien que se lanzaron los porteros, eran inalcanzables, y de hecho ninguno de los dos cancerberos tocó el balón. Y una que los diferenció: el uno, el lanzado por el portugués, después de tocar en el palo se fue para fuera; el otro, el español, después de tocar en el palo… se fue para adentro. ¿Se dan Vds. cuenta? Los dos magníficos. El uno sin embargo, dio la gloria; el otro… el fracaso.
Y es que la vida es siempre así: cuanto más rozamos la perfección, más cerca estamos de incurrir en el más estrepitoso fracaso. Se puede aspirar a tener éxito sin arriesgar, pero cuanto más arriesgamos para alcanzar algo más que el éxito, la gloria en realidad, la perfección, la probabilidad de cosechar el fracaso se agiganta. La vida, no sé si les parece a Vds., es una continua apuesta al siete y medio (asumo que todos Vds. conocen ese juego de la baraja que es el siete y medio): la última carta, la que sirve para completar el siete y medio, la que hace saltar la banca y le hace a uno rico, es también la que puede decidir que uno se queda sin opción alguna de ganar, es más, sin opción alguna de seguir jugando. Real como la vida misma.
Me alegré mucho como español. Lo sentí mucho por los portugueses: "os nossos irmâos portugueses", no les quepa duda.
Me alegré mucho como español. Lo sentí mucho por los portugueses: "os nossos irmâos portugueses", no les quepa duda.
©L.A.
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