Leo que ha muerto Lesley Brown. No podía ser de otra manera. A todos nos llega el turno de que nos piquen el billete (sólo ida) a la eternidad. Si esa eternidad es de gozo o de sufrimiento queda en manos del juicio de Dios. Y no seré yo quien le haga uno a la señora Brown.

Estoy convencido de que a estas alturas, muy pocos saben quién fue esta señora a la que el Altísimo concedió 64 años de vida. Fue la madre de Louise, una niña cuya existencia está marcada desde su inicio más primigenio, la fecundación.

En primer lugar, porque los focos de los medios estuvieron sobre ella desde el primer minuto. En segundo lugar, porque no fue la única. Sino que hubo muchos más hermanos suyos que fueron despreciados.

Louise es la primera niña nacida tras un proceso de fecundación in vitro. La señora Brown, su madre, afectada de obturación de las trompas de falopio, se prestó a servir de eslabón en la cadena de la soberbia científica que se acerca a la creación con suficiencia y no con ojos de admiración hacia su Creador. Por dos veces, pues el mismo método sirvió para seleccionar a su segunda hija nacida, Natalie.

Tanto el doctor Robert Edwards, como Lesley, han sido loados por este siglo, llegando a recibir incluso el premio Nobel de Medicina. El juicio humano posmoderno, relativista y descafeinado de nuestra era los ha elevado al olimpo del utilitarismo y la cosificación de la persona. 

Respecto al juicio divino, reitero el inicio de estas líneas. No seré yo quien juzgue a la Señora Brown, ni al médico que la utilizó. Ójala se haya arrepentido antes de partir.