La primera vez que lloré por un partido de futbol tenía 10 años. Jugábamos los de 5º A contra el B y después de haber ido ganando 2 a 1 nos remontaron el partido y perdimos 2 a 3. Yo marqué un gol de cabeza y lo recuerdo como si hubiese sido esta mañana misma. Vi venir el balón al saque de un córner y lo enchufé con todas mis fuerzas por el centro de la portería. Pero de poco sirvió. Al final perdimos y yo llegué a clase llorando como un niño. Es lo que era….

La segunda vez que lloré por otro partido fue poco tiempo después, una aciaga tarde de la primavera de 1988. Estaba a punto de cumplir los 11 y la Quinta del Buitre se estrelló contra un muro de antifutbol en Eindhoven. No pude ver los últimos minutos del partido porque me encerré en mi habitación a pedir de rodillas a Dios que el Madrid marcase un gol. Recé un montón de avemarías seguidas, por lo menos dos o tres. Pero el PSV nos eliminó y me desconcertó el hecho de que habiendo rezado tanto, no llegase el gol.

Durante los últimos años de infancia le pedía a Dios de vez en cuando que el Madrid ganara alguna vez otra Copa de Europa, y mi adolescencia se despertó con la primera que ganaba el Barça en su historia, así que decidí que Dios era culé y que pasaría de él durante un tiempo según me diese el aire o no.

El fútbol me apasiona. Es que me gusta mucho. Me gusta por dos motivos. Uno de ellos porque es un deporte de equipo, y donde haya un vestuario con compañeros que se quite cualquier deporte individual. El segundo motivo es que se juega con el pie, lo cual requiere una habilidad especial. Es un desafío a nuestra naturaleza, que nos ha dado pies para andar y manos para manejar las cosas. Botar un balón con la mano es más o menos fácil. Manejar una raqueta, con la mano, con un poco de práctica también. Pero para conducir un balón con el pie hace falta una destreza inusual.

Qué tendrá el deporte rey que también es de los pocos deportes –si no el único- cuyos partidos no necesitan de puntuación para haber sido emocionantes. ¿En qué deporte un partido puede acabar empate a cero y haber sido un partidazo?

En mi afición futbolera cambié las botas y el campo por la cerveza y el salón a medida que iba cumpliendo años. En esa frontera por fin llegó mi primer gran momento futbolístico: La Séptima. El Madrid ganaba la Copa de Europa en 1998, cuatro días antes de que yo cumpliera 21 años. Cuatro años después ya había ganado la Octava y la Novena. Será una Diosidencia o no tendrá nada que ver, pero por aquel tiempo en que parecía que Dios se hacía merengón fue cuando mi inquietud por saber de Él apareció.

Después de tales alegrías, efímeras e inservibles como pocas, solo quedaba ver un triunfo de la Selección. Los futboleros de este país necesitábamos de una vez ver a España en la semifinal de un campeonato internacional, ya fuese europeo o mundial. La fecha clave llegó el 22 de junio de 2008, ayer hizo exactamente cuatro años.

Los augurios no podían ser peores. El rival era Italia, selección que ha labrado su enorme historia a base de malos partidos y triunfos grotescos en los que mereciendo perder logró ganar, todo lo contrario de lo que le solía suceder a España.

El partido acaba empate a cero y la prórroga también. Fue en la tanda de penaltis donde todo acabó. Por fin. De modo que fue en la tanda de penaltis donde todo empezó de nuevo, como una conversión.

 

Luego ganamos aquella euro y también el Mundial, pero sinceramente creo que el partido clave, la mayor alegría, fue la de eliminar a Italia, en cuartos y por penaltis. Ese día nos quitamos tres maldiciones juntas de un solo tirón.

Por entonces yo ya no le pedía a Dios ni que España ni el Madrid ganasen. Puse todo esto en su lugar. Pero una vez ganado el Mundial me acordé de todo esto y de una idea que mi amigo Rafa, con quien vi la gran final, dice a menudo, la cual me ha servido de excusa perfecta para escribir todo este post. La idea es la siguiente: Cuando tú le pides algo a Dios, Él nunca responde con un no definitivo y determinante, sino que siempre se mueve entre tres posibles respuestas diferentes:

Sí.
Todavía no.
Tengo algo mejor para ti.

Aquella noche de 1988 el PSV nos eliminó, sin embargo, siendo más mayor, pude disfrutar no de aquella Copa de Europa sino de tres, de una Eurocopa y un Mundial. Y os digo que si aquella noche de llanto en mi habitación se me hubiese aparecido un ángel y me hubiese anunciado todo lo que iba a suceder en mi futuro futbolero a largo plazo, no de inmediato, no me lo hubiese podido creer.

Así funcionan las cosas de Dios en todos los caminos de la vida. En los importantes, en los trascendentes -y por qué no, en el fútbol también-. Nosotros queremos lo inmediato, pero Dios sabe de eternidad.

Recuerda que tu Padre Dios solo tiene esas tres respuestas:

Si.
Todavía no.
Tengo al mejor.

Pues eso. La Champions, la Euro y el Mundial.

 

Hoy nos volvemos a jugar los cuartos. Esta vez frente a Francia, a quien nunca hemos ganado en partido oficial. Este reto, en el plano futbolístico, es un paso más a la “eternidad”. En el plano vital, un efímero rato de diversión, que también hace mucha falta.

Una cosa quede en acta: aunque mi deporte favorito sea el fútbol, allá donde juegue un español o la Selección, ya sea basket, chapas o petanca, yo me pongo la roja y me como el televisor.

¡Vamos España!