De acuerdo con la nota oficial de la Santa Sede, el Papa Emérito Benedicto XVI, que obedece al nombre secular Joseph Ratzinger y nació en tierras bávaras (donde asumió, en el siglo pasado, responsabilidades arzobispales), ha fallecido hoy, 31 de diciembre de 2022, a las 9:34.
El lugar de fallecimiento ha sido, concretamente, el monasterio Mater Ecclesiae de la Ciudad del Vaticano, donde estaba siendo asistido, en un estado de considerable convalecencia (razón por la que, a mediados de semana, el Papa Francisco llamó a orar por él). De hecho, ayer, Día de la Sagrada Familia, atendió su última Misa.
Lo acontecido hoy ha sido una noticia de gran impacto emocional para muchos, incluso para gente no creyente pero tampoco alineada con el Mal. No solo nos deja un enésimo y legítimo Sucesor de Pedro, sino una gran eminencia intelectual y teológica, con una gran capacidad de llamar a la contrarrevolución práctica.
Es por ello por lo que quiero que los lectores recuerden, no solo hoy, desde la más absoluta y estricta humildad, una parte de sus valiosísimas. Concretamente, me refiero a la homilía de la misa Pro Eligendo Pontífice, el 18 de abril de 2005 (un día antes de su nominación como Pontífice). Lo veremos a continuación.
El mal del relativismo
Cuando prescribía el camino hacia la plenitud de Cristo, a fin de tener una fe adulta de verdad, al máximo posible, advertía sobre algunas de las peligrosas tempestades de los últimos tiempos, que no son, realmente, algo que se remonte a periodos de corto plazo como pudieran ser un bienio o un lustro (más bien, muchas décadas, dentro de las fases de un maldito proceso evolutivo).
Hablaba sobre los vientos de doctrina, tal y como se puede leer en este párrafo:
¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!... La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (cf. Ef 4, 14). A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos.
A todo esto, proponía hacer frente mediante la consideración del Hijo de Dios como la medida del hombre verdadero. Para él, el camino no era lo que, a modo de símil, describía como «continuas peripecias de quienes son como niños zarandeados por las olas». Su consejo era entablar amistad con Cristo, lo cual nos faculta y empodera para discernir entre el engaño y la verdad.
Un mal bastante cotidiano
El problema del relativismo no solo se da en centros de adoctrinamiento (estos pueden ser colegios, institutos, universidades y escuelas de negocios que estén totalmente comprometidas con la formación revolucionaria y con la cultura de la cancelación), sino en escenarios tan cotidianos como la barra del bar o la mesa de comida familiar.
Como sociedad, no solo nos estamos viendo tentados por el Demonio para ir apartándonos de Dios, sumergirnos más en los vicios o dejar de creer en general (actitud nihilista). Estamos empezando a ser demasiado literales sobre la cuestión de la "verdad absoluta" y confundiéndonos al hablar de "respeto", de modo que, inocentemente, aceptamos el "todo vale".
Creemos que la libertad natural y negativa de la persona para poder elegir y discernir libremente ha de tolerar cualquier procesamiento de la razón, sin perjuicio de que se faculte a su favor, en su contra o en una indiferencia con consecuencias absolutamente negativas a largo plazo (el efecto del monóxido de carbono).
De esta misma forma, comenzamos a intentar llevar a la práctica, en estas cuestiones, el hecho de que hay que respetar a todas las personas (incluso, consciente o inconscientemente, podemos reconocer que no existe, por inmoralidad e imposibilidad natural, un patrón homogéneo de pensamiento único impuesto artificialmente).
Esto acaba arrastrando a la regla de la mayoría, en ausencia de consenso- Básicamente, porque se piensa, una vez más, que cuanto más, mejor (esto ocurre cuando se habla de limpiar la casa, de ganar dinero, beber agua con fines de hidratación, ahorrar o lavarse los dientes con fines de higiene bucodental). En este caso, se hablaría de enfrentarse a un número nulo o ínfimo de personas.
La regla de la mayoría y la responsabilidad humana
La regla de la mayoría siempre puede acarrear consecuencias negativas, ya sea a corto, a medio y a largo plazo. De una u otra forma, todo puede acabar teniendo una repercusión en la sociedad. Es más, en base a nuestra mentalidad, nuestros dones y nuestros defectos, podemos determinar el funcionamiento de otras unidades de funcionamiento y organización artificial, que puedan requerir de la acción humana no necesariamente individual.
Los seres humanos podemos asumir responsabilidades en órganos de representación asamblearia o de dirección de cualquier entidad como pudiera ser una empresa, una escuela o un hospital. De hecho, todo liderazgo, con independencia de lo transaccional que sea, siempre va a promover una filosofía, unos principios, una base deontológica.
De nuestras responsabilidades pueden emanar categorías concretas de bienes y servicios así como normas administrativas y jurídicas que quedarán circunscritas a un ámbito concreto, donde habrá un segmento de la sociedad que puede tener unas dimensiones muy diversas (hablemos, en otros términos, de ordenamiento).
La letalidad del "todo vale"
Al considerar que "todo vale", no solo estamos reduciendo posiciones ocupadas en el tablero de cara a un mayor avance de un enemigo cultural, político y religioso (la cuestión del islamismo es una de las más claras, como se puede ver en determinadas partes de Europa Occidental: Francia, Bélgica, España, Países Bajos y Suecia).
De igual modo, como consecuencia de una sociedad que al no creer en nada tiende también a desplazar y despojarse de Dios, abrimos la puerta a expresiones muy diversas del Mal, lo cual, en otras palabras, supone una ausencia o reducción de barreras para el avance y desarrollo de ese proceso del demonio que se llama Revolución y es enemigo de la espontaneidad.
Así pues, podemos ser testigos de los atentados contra la dignidad humana, de las vulneraciones a la libertad natural y la propiedad privada, la destrucción de riqueza, la corrupción moral, las pretensiones de demolición de la familia y otros cuerpos intermedios, las propuestas de "falsos dioses y religiones", la atomización que dará lugar a una nueva esclavitud estatal, etc.