Llevábamos tres horas de rock a todo trapo cuando miré a mi amigo J. resoplando y le pregunté si esto era normal en un concierto de Bruce. “No lo sé”, gritó mientras seguía saltando con los brazos en alto al ritmo de una canción desconocida para mí. Era en junio de 1999, en el Estadio de La Peineta. Yo tenía 22 años y aún estaba en Primero de Bruce, por lo que poco sabía de sus veladas que traspasan de largo las tres horas largas de concierto.
Anoche le volví a ver, y cuánto han cambiado las cosas en estos años para mí. Anoche no fui solo a ver, oir y bailar, sino que fuí a Brucear, que es el arte de trascender cosas tan humanas como un concierto de rock, -oir, ver, cantar y bailar- encontrando huecos para orar. En esto Bruce no es el único capaz -ahí están los U2-, pero sí es el más veterano. De ahí lo de Brucear.
Entre aquel concierto del 99 y el de anoche han pasado unos cuantos años. Para El Jefe parecen haberlo hecho hacia atrás, rejuveneciendo. Los míos no han pasado ni hacia delante ni hacía atrás, sino que han transcurrido hacia Dios, que es cuando te haces más viejo pero vives más joven. En eso creo coincidir con Bruce, que ayer se superó.
Si en el 99 su actuación cerró tres horas y media después de dar saltos y carreras de una punta a otra del escenario, anoche rozó las cuatro en una mezcla de aquelarre rockero y Fiesta de las Familias. Impresionante la energía de su banda y de él mismo, a sus 62 años. Sorprendente el número de niños que, llevados por sus padres, disfrutaron de un concierto que nos dejó a todos tumbados. A dos de los pequeños incluso los sacó al escenario a bailar en sendas canciones, y de sus tres hijos y su esposa, Patty –corista en casi todas sus giras junto a él-, nos dio recuerdos desde New Jersey: “Patty está en casa cuidando de los niños. Os envía saludos”.
Anoche le volví a ver, y cuánto han cambiado las cosas en estos años para mí. Anoche no fui solo a ver, oir y bailar, sino que fuí a Brucear, que es el arte de trascender cosas tan humanas como un concierto de rock, -oir, ver, cantar y bailar- encontrando huecos para orar. En esto Bruce no es el único capaz -ahí están los U2-, pero sí es el más veterano. De ahí lo de Brucear.
Entre aquel concierto del 99 y el de anoche han pasado unos cuantos años. Para El Jefe parecen haberlo hecho hacia atrás, rejuveneciendo. Los míos no han pasado ni hacia delante ni hacía atrás, sino que han transcurrido hacia Dios, que es cuando te haces más viejo pero vives más joven. En eso creo coincidir con Bruce, que ayer se superó.
Si en el 99 su actuación cerró tres horas y media después de dar saltos y carreras de una punta a otra del escenario, anoche rozó las cuatro en una mezcla de aquelarre rockero y Fiesta de las Familias. Impresionante la energía de su banda y de él mismo, a sus 62 años. Sorprendente el número de niños que, llevados por sus padres, disfrutaron de un concierto que nos dejó a todos tumbados. A dos de los pequeños incluso los sacó al escenario a bailar en sendas canciones, y de sus tres hijos y su esposa, Patty –corista en casi todas sus giras junto a él-, nos dio recuerdos desde New Jersey: “Patty está en casa cuidando de los niños. Os envía saludos”.
De un concierto de rock uno se puede esperar pocas sorpresasa estas alturas, pero encontrar huecos para la trascendencia sumergido en 800.000 watios de guitarras eléctricas pasa muy pocas veces, por eso me he animado a escribir este post: porque Bruce es el único capaz de hacerlo sin que rechine.
A parte de las ya citadas casi cuatro horas de concierto –el más largo de toda su carrera, dicen ya las crónicas-, Bruce hiló canciones propias de un repertorio imprescindible con versiones clásicas del rock como un Twist and Shout muy divertido y el Seven nights to rock más eléctrico que yo haya oído jamás. Ambas canciones tienen más de 50 años y los chicos de la E Street Band la manejan como si hubiesen sido compuestas en formato mp4. Así fue el concierto entero, una cascada inagotable de música ordenada que manaba a borbotones de los instrumentos de los quince músicos de la banda.
A parte de ver a hijos disfrutando con sus padres de las canciones con las que muchos de ellos se enamoraron, ha habido tres momentos que hacen la diferencia entre un concierto de rock y un concierto de Bruce.
El primero, cuando enfilando los primeros acordes de My city of ruins, ha ido presentando uno por a uno a los miembros de la banda y nos ha recordado que no estábamos todos, aunque todos estaban con nosotros. La palabra “oración” se ha oído en diferentes ocasiones que nos han llevado a quienes nos veían desde el cielo. Podía no haberlo hecho ni dicho, pero lo hizo y lo dijo. “Estamos orando por entender. Estamos orando por recordar…”.
El segundo momentazo fue cuando con Tenth Avenue freeze-out, la banda guardó silencio al tiempo que se proyectaban imágenes de Clarence Clemons, saxofonista original de la banda, fallecido hace hoy precisamente un año, icono para el recuerdo de la E Street Band.
El tercero ha sido cuando en un español legible, El Jefe ha dedicado The river -Dios, qué canción!- a Nacho, un joven de 20 años que falleció hace dos semanas y que guardaba dos entradas para este mismo concierto en un cajón de su casa. “Está en nuestra plegaria”, ha dicho el Boss dirigiéndose a su familia y amigos.
Entre tanto y tanto Bruce ha ido desgranando las canciones que primero descubrí en vinilos y cintas de cassette, luego en cd’s, y que ahora guardo en mp3: Thunder Road, Born to run, No Surrender, Working on the higway, Born in the USA, Hungry heart, The Rising…
Ya era la una de la mañana cuando El Jefe nos ha dejado ir a casa. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de un concierto. Por momentos volví a disfrutar de todo lo que le rodea y que me hace un aficionado a la música en directo. He vuelto a vivir el quedarme afónico de cantar, a dolerme las manos de aplaudir, y he vuelto a entrar corriendo por los pasillos del metro para coger el último tren, que para más alegría, finalmente perdimos.
Como guiño a la parroquia, Bruce cantó Spanish eys, dedicado a todas las chavalas del local.
Un último apunte. Bruce conecta con el público porque es honesto en su trabajo y no escatima nada. Lo da todo. Se divierte haciendo lo que hace y lo hace de forma sana. Eso se contagia. Si no fuese una buena experiencia, qué padre en sus cabales se lleva a su hijo a un concierto de rock un domingo por la noche, como tantos que había anoche en el Bernabeu.
¿Qué tiene que ver todo esto con la temática del blog? Los cristianos estamos llamados a estar en medio del mundo y allí donde hay alegría sana, también está Dios. Y pocas veces tan en medio del mundo como en un concierto, entre canciones, recuerdos a los que se han ido ya al cielo y plegarias al ritmo de una buena banda de rock.
Los videos no son de ayer, pero son imagen de lo que digo. Os gustará:
Gracias a Dios por el talento de Bruce, y gracias a Bruce por dejarnos Brucear.
Gracias Mery, por compartirlo conmigo.
Para terminar, un texto que vi en una camiseta en inglés y me encantó:
Dios hizo al hombre.
El hombre hizo el rock.
El rock hizo a Bruce.
Bruce se hizo un "vagabundo como nosotros".