Hemos visto cómo el Estado en asociación con la banca infló de manera premeditada el precio de la vivienda. Así, entiendo que he dejado probado que la burbuja inmobiliaria no fue un fenómeno “casual” ni propio de ningún “mercado libre”. Se trató más bien de un fenómeno organizado por los Estados para manipular el precio de un producto de consumo básico y financiar con ello el gasto mastodóntico del Estado. En este entorno tan propicio, la banca se lanzó a vender otro producto ingenioso: las hipotecas en divisas.
El mercado de divisas es muy complejo. Como en cualquier otro, se puede ganar dinero pero se trata de una actividad altamente especulativa. Aclaro para quienes consideran “pecado” la especulación, el ahorro, la inversión, el consumo y prácticamente todo lo que tenga que ver con el dinero, incluyendo el dinero en sí mismo, que no es así. Ya lo veremos en otra ocasión, pero quédense con que la especulación, como el propio Estado, tiene su función económica sin la cual el mercado tampoco funcionaría de manera eficiente -en las ineficiencias de una economía está el origen de sus niveles de pobreza-.
Además, se trata de un mercado profundamente intervenido y manipulado. Recuerden que, absurdamente, los ciudadanos les hemos concedido a los Estados la potestad exclusiva de emitir y falsear el valor de la moneda a capricho –vaya, emitir confeti-. Así que, imaginen el riesgo que supone para un inversor el comprar divisas con la idea de venderlas antes de que los bancos centrales decidan manipular el precio a su antojo. Así sucedió sin ir más lejos el pasado agosto con el franco suizo, cuando el banco central de este país fijó el precio mínimo en 1,20 francos por euro. Podría oscilar por encima de este valor pero nunca por debajo, dado que en ese caso el banco central intervendría para frenar su apreciación. La decisión le costó el cargo a su gobernador porque curiosamente y justo antes de imponer ese límite, su mujer había vendido francos para comprar 400.000 dólares norteamericanos, sacando un pingüe beneficio de la decisión de su marido. El resto de las personas que no estaban casadas con este señor se dejaron hasta las cejas en esta intervención.
Ahora, los inversores ya sabemos lo que hay. Pero, ¿un ahorrador es un inversor? Ya hemos visto que no. ¿Se le puede vender a un ahorrador un producto que está basado en la cotización de las divisas en un mercado de alto riesgo? Por supuesto que se puede y no voy a ser yo quien proponga ningún tipo de prohibición, pero es tan considerado como soltar a un ciego por las inmediaciones del faro de Finisterre. Bueno, ¿pues qué han vendido los bancos y sus “inocentes” comerciales a sus clientes en los últimos años? Un buen puñado de hipotecas en divisas. Es decir, hipotecas cuyos pagos mensuales e importe total de la deuda oscilan en función del cambio entre el euro y otras monedas que estos “avispados” gestores consideraron que podían cotizar a la baja. Por supuesto, cuando las condiciones cambiaron para oscilar al alza, ni siquiera se molestaron en avisar a sus clientes para que pasaran su hipoteca a euros. ¿Para qué? Si el cambio les perjudica y no pueden devolver la hipoteca, “nos quedamos con la vivienda y con lo que hayan pagado hasta el momento”.
Así por ejemplo, los bancos colocaron hipotecas en yenes que según su estimación, y por concederles el beneficio de la duda, “tenía que depreciarse respecto al euro”. Claro, Japón era un “país sometido a tensiones deflacionistas” y, siguiendo sus dogmas keynesianos que “nunca fallan” salvo cuando lo hacen, que es casi siempre, “el yen tenía que depreciarse forzosamente”. Además, “como Japón tiene una deuda pública muy superior al doble de la media europea, razón de más para que el yen japonés se depreciara”. Pues busquen una gráfica de la cotización del yen en euros y verán que naranjas del Japón.
Mi cábala del porqué no se ha depreciado el yen, tal y como muchos esperaban, es porque los acreedores del gobierno japonés son mayoría nipones, lo que significa que su deuda pública es más bien “interna” mientras la deuda externa de Japón, gracias al ahorro de los japoneses, es más bien baja. Y el hecho de que la deuda de un país sea externa o interna afecta severamente a la capacidad de recaudación de un Estado y, por lo tanto, a su capacidad para devolver sus deudas.
En conclusión, creo que Japón, mal que bien, sigue pudiendo recaudar para ir amortizando esa deuda pública de un 200 % sobre su PIB, mientras Europa, cargada con una deuda externa descomunal, las pasa malas para devolver una deuda pública que es la mitad de la japonesa. Y pese a que Japón ha intentado incluso depreciar su propia moneda, no lo ha conseguido porque los inversores siguen prefiriendo el yen ante el temor de que Europa sea la que se anticipe y logre depreciar su moneda o peor, la haga desaparecer. A fin de cuentas, depreciar es la intención de todos los países que integran el euro salvo Alemania, en un reconocimiento claro de que no pueden devolver todo lo que pidieron prestado. No me dirán que los temores de los inversores no están justificados. La fuerza de Alemania, indudablemente, no es infinita y sus socios no paran de pedir una intervención del BCE para depreciar el euro. El resultado es que el yen ha cotizado al alza en estos últimos años atrapando a los ahorradores que tomaron por bueno el consejo de su comercial de banca de toda la vida. ¿Recuerdan que además este tipo de hipotecas es una de las causas de la quiebra de Islandia? Pues ahí les tienen a estos linces vendiendo dinamita a los niños como si fuesen petardos.
Eso sí, como el mercado de las divisas es caprichoso –funciona según el capricho de las decisiones de la banca central-, podría darse la vuelta dando una oportunidad para salir corriendo.
La próxima semana, las conclusiones. Pero de momento y una vez más, desconfíen de cualquier producto que les recomienden los comerciales de la banca.