Creo que el cuento es de origen árabe, pero me parece muy acertado.
Un profesor, al terminar el curso, fue insultado por un alumno.
Pero el profesor en lugar de ofenderse despidió amablemente al ofensor.
Los presentes se extrañaron, y el profesor contestó:
Si alguien te ofrece un regalo y tú no lo aceptas, el regalo se lo queda él, ¿no es así? Pues lo mismo pasa con los insultos.
Si te enfadas es señal de que aceptaste el insulto, pero si lo ignoras el insulto cae sobre el ofensor.
Todo esto está muy bien, pero un cristiano debe ir más allá y elevar el corazón a Dios diciéndole:
“Gracias Señor por poder ofrecerte este insulto que es mucho menor de los que Tú sufriste por amor a mí”.
Se trata, naturalmente, de ofensas personales intrascendentes.
Puede haber ocasiones en las que el insulto no se deba permitir.
JORGE LORING, S.I.
jorgeloring@gmail.com
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