La huella que una persona deja en este mundo queda perfectamente reflejada en su funeral. Es curioso, pero la forma en que la gente dice adiós a sus seres queridos suele ser una perfecta muestra de cómo vivieron.

Hará unos ocho años asistí al funeral de la madre de un alto ejecutivo deportivo. Una señora que había muerto bastante mayor, cerca de los 90 años. Había sido una mujer buena, pero poco había dejado espiritualmente en sus hijos y nietos. No hubo misa y los asistentes estaban más preocupados porque el ejecutivo los viera que por rezar por la señora fallecida. Mientras el sacerdote decía unas palabras, todos cuchicheaban al oído de la persona que tenían más cerca y nadie atendía al oficiante. Aunque no está bien emitir juicios, sí que os confieso que por un momento pensé: “qué pena morirse así”.

Hace cuatro años murió mi suegra y unos días después del entierro en Bello, pueblo que vio nacer a mi suegro, se organizó una misa en el colegio Santa Isabel, donde mi suegra había sido profesora y mis suegros se habían conocido. La iglesia quedó pequeña, la fila de comulgar no se acababa, mientras Clara González Manich entonaba con el sentimiento especial que suele hacerlo la preciosísima canción Cara a Cara. Mi suegro, emocionado, nos dijo al concluir la ceremonia: “vaya misa más hermosa”.

Buceando ayer por las ondas para saber cómo iba el partido que jugaban Grecia y la República Checa, me encontré con que en Radio Marca habían conectado con el funeral celebrado en el mismísimo El Molinón, por el que fuera entrenador del Sporting, Manolo Preciado, quien falleció a causa de un infarto la semana pasada. Desde aquellos maravillosos años en que viniera Juan Pablo II a España, no recuerdo otra misa en un estadio de fútbol –seguro que las habrá habido-. Alrededor de 10.000 personas llenaron la tribuna de El Molinón en ese adiós espiritual al técnico que dio muchas tardes de gloria al club asturiano en los últimos años.

Fernando Fueyo, capellán del Sporting, ofició la ceremonia (hay que felicitar ante todo al conjunto gijonés por ser todavía uno de los clubes que cuentan con capellán, algo enormemente sano para cualquier equipo deportivo). Don Fernando, además de resaltar varias veces el enorme optimismo con el que Preciado solía afrontar cualquier situación, expresó claramente el motivo por el que las 10.000 personas se habían reunido en El Molinón:

“No hemos venido aquí esta tarde ni por un partido ni por un homenaje. Hemos venido para hacer una oración por el hermano que se fue inesperadamente”.

Manolo Preciado fue un gran entrenador, a quien le gustaba que sus equipos practicaran un buen fútbol, sin importar a quién tuvieran delante o lo grande que fuera el rival. Así, llevó al ascenso a la máxima categoría del fútbol español al Levante y, más tarde, a un Sporting que acabaría convirtiéndose en el club de sus amores.

Pero este hombre dejó mucho más que optimismo o el gusto por el fútbol preciosista. Dejó una huella imborrable que arrastró a 10.000 personas a El Molinón a rezar por él, miles de seres humanos que guardaron un fervor admirable y un silencio impresionante durante la misa por su entrenador, un funeral en el que quedó probado que la vida de Manolo Preciado valió la pena ser vivida.