Lo explica David F. Pierre en Catholic World Report. El pasado mes de abril la Conferencia Episcopal de Estados Unidos publicó su informe anual sobre acusaciones de abusos sexuales realizados por sacerdotes en cumplimiento de los compromisos tomados en 2002 en Dallas. El informe concluye que en 2011 ha habido siete casos de acusaciones creíbles. Estamos de acuerdo en que cualquier cifra superior a cero es un dato triste y desgarrador, pero también es evidente que el esfuerzo por erradicar los abusos sexuales a menores está dando resultados.
Pero a la prensa liberal estadounidense parece que no le importa mucho la realidad e insiste en el viejo mantra. Un editorial del Washington Post afirmaba recientemente que la Iglesia aún “proteje a los abusadores” y que “se mantiene más centrada en salvaguardar su imagen que en proteger a las víctimas”. Y en el desprestigiado New York Times Maureen Dowd escribía que a la Iglesia “le ofenden más unas monjas volcadas en los pobres que la sórdida pedofilia de los sacerdotes”. En el Boston Globe, por último, Joan Vennochi sostiene que el Papa Benedicto XVI “tolera una red mundial de sacerdotes que hace posible el abuso a menores”.
Esta actitud, sectaria y poco honesta con la realidad, se transforma radicalmente cuando las acusaciones de abusos sexuales van contra otra institución, por ejemplo los numerosos casos que se están dando en la escuela pública en Estados Unidos. Recientemente se ha sabido, por ejemplo, que ha habido 248 quejas por conducta sexual inadecuada de empleados de escuelas públicas sólo en la ciudad de Nueva York… y sólo en el primer trimestre de 2012 (una media de 2,75 quejas por día, incluyendo los fines de semana, en una sola ciudad). Esto sí que es una plaga, esto sí que es noticia… excepto para los medios de comunicación de mayor tirada. El New York Times, por ejemplo, le ha dedicado sólo un comentario en uno de sus blogs, muy lejos de su cruzada contra la Iglesia católica.
Ante tan evidente doble vara de medir uno no puede dejar de preguntarse si lo que les preocupa a estos periódicos y a quienes los elaboran es el daño infligido a los niños víctimas de abusos sexuales o meramente desprestigiar a la Iglesia católica.