Todos los católicos y no sólo nosotros asistimos entre sorprendidos y escandalizados a lo que está sucediendo en el Vaticano. Desde que en el mes de febrero empezaron las filtraciones de documentos reservados, el conocimiento de la situación interna de la Curia, los pecados y luchas por el poder de algunos de sus miembros, contribuyó al desprestigio de la Iglesia. Después vino la destitución tan extraña como fulminante del presidente del Banco del Vaticano, Ettore Gotti, que arrojó nuevo material a la ya inflamada hoguera de los escándalos. Ahora, esta semana, se ha sabido que hay un chantaje expreso sobre el Papa, por el cual o destituye al secretario de Estado y a su secretario particular, o se darán a conocer documentos que implican a este último en algún asunto grave.

Entre tanta hojarasca sensacionalista, poco a poco se va viendo, sin embargo, la luz. Porque lo importante no es saber lo que pasa, sino por qué pasa lo que pasa. ¿Por qué empezó la difusión de esos documentos reservados? ¿Quizá alguno quería hacer limpieza o forzar al Papa a que la hiciera? Esto es lo que dicen los “cuervos” –así se llama a los que han filtrado los documentos- para justificar su comportamiento. ¿Estamos ante una lucha por el poder, que busca colocar a uno de los miembros de uno de los partidos que existen en la Curia, en un puesto decisivo de cara a la sustitución del actual Pontífice por otro cuando le llegue la hora de ir a la casa del Padre? Esta es otra versión, que gusta mucho a determinados medios de comunicación.

Pero, ¿y si no fuera verdad ninguna de ambas explicaciones? ¿Y si la verdad estuviera más a la vista y la sucesión de escándalos no nos permitiera verla?

Benedicto XVI fue elegido por los cardenales para suceder a Juan Pablo II con una misión muy concreta: hacer limpieza en la Iglesia. Durante los primeros años de su pontificado, esa misión se centró en resolver la tragedia, el escándalo, el delito de la pederastia. Ha sufrido mucho por ello y algunos han intentado implicarle, sin éxito, para conseguir su dimisión. La campaña emprendida por “The New York Times” y la BBC en 2010 es una prueba de lo que digo. Pero ¿era la limpieza de la Iglesia lo que buscaban los que con tanto celo requerían que se acabara con los delincuentes que abusaban de menores? ¿No sería, quizá, otro el motivo que les impulsaba a desprestigiar a la institución y, a ser posible, a lograr que Benedicto XVI dimitiera? Porque, probablemente, lo que se estaba buscando con eso era evitar que se produjera la segunda limpieza, la económica.

El IOR, el Banco del Vaticano, es una institución singular. No es ningún secreto que estuvo implicado en el blanqueo de dinero –como otros Bancos- en aquella época oscura de monseñor Marcinkus, que le costó la vida –por un ataque al corazón ante el descubrimiento de lo que había- a Juan Pablo I. Benedicto XVI ha decidido acabar con lo que quedaba de eso. Ha puesto todo su empeño en que el IOR cumpla con los requisitos para ser admitido en la “lista blanca” de Bancos que no son sospechosos de estar implicados en ningún tipo de transacción delictiva. En ello lleva trabajando desde el primer momento de su Pontificado y en los próximos meses pueden verse culminada esta labor, pues está próxima la sentencia de las autoridades bancarias internacionales que darían el “placet” al IOR para que formara parte de la “lista blanca” de entidades financieras consideradas transparentes.

¿Y no será eso lo que algunos quieren evitar a toda costa? ¿No será todo una gigantesca campaña dirigida a hacer daño al Pontífice, a amedrentarle, a chantajearle e incluso a provocar su muerte golpeando a base de disgustos su cansado corazón? Creo que para algunos el Papa debe morir. Han intentado acabar moralmente con él, sin éxito. Ahora quieren frenar su labor reformadora y, como no lo logran a base de escándalos, buscan conseguirlo a base de disgustos.

Sólo Dios tiene en su mano la vida de los hombres. Por eso tenemos que rezar por el Papa. Más que nunca. Los enemigos de la Iglesia saben que hacerle daño es herir a la institución. Nosotros sabemos que defenderla es justo lo contrario. Pero también sabemos, cosa que ellos ignoran, que el Espíritu Santo defiende y defenderá siempre a la Iglesia. Un día el corazón del Papa se parará, por causas naturales o por un nuevo disgusto que acelere esa hora. También se paró el corazón de Juan Pablo I. Pero luego vino Juan Pablo II. La partida está claramente planteada, las cartas están sobre la mesa. Podrán matar al Papa, pero no podrán acabar ni con la Iglesia ni con la voluntad de reforma y el deseo de santidad que anima a la inmensa mayoría de los que formamos parte de ella.

http://www.magnificat.tv/es/node/1275/2