El hombre moderno es muy materialista; prescinde de Dios en lo individual y en lo social. Al erigirse como árbitro del bien y del mal y no admitir ningún ser superior a él, se encierra en sí mismo en actitud egoísta. Así es lógico que cada uno busque sus propios intereses en función de los cuales se justifica cualquier hecho por degradante que sea; incluso hay quienes intentan justificar la supresión de vidas de terceros. En otras palabras: se están perdiendo los grandes valores morales. Y recuperarlos es deber ineludible de todos, y deber de la autoridad, tutelarlos.
No hace mucho se insistía por parte de altas instancias del Gobierno, en la necesidad de recuperar los valores morales y éticos.
Porque si se trata de la moralidad pública, ahí tenemos el ataque sistemático en los medios de comunicación y en muchos sectores, a las creencias y valores morales de los ciudadanos, sin que valgan protestas ni reclamaciones.
Si se trata de moral familiar, ¿cómo se ha estado apoyando la estabilidad y la unidad de la familia en la legislación y en las actuaciones?
Si se trata de derechos humanos, el Gobierno anterior amplió los supuestos que permitían el aborto, haciéndolo depender de la decisión de la madre, a pesar de que realmente puede ser considerado como el mayor genocidio de la Historia. Porque recordemos que lo que se suprime en el aborto es nada menos que una vida humana.
Si se trata de legislar sobre la formación moral en los centros de enseñanza, ahí tenemos unas leyes que dificultan la educación en valores morales y éticos.
Y como si se diesen consignas para afirmar ante la opinión pública el interés del Gobierno en la formación moral y ética, aparecen algunos "teólogos oficiales" de televisión española diciendo que esta formación no requiere unas clases especiales, sino que debe darse en todas las actividades del centro educativo, incluso en la clase de matemáticas. ¡Por favor! Un poco más de seriedad. No nos tomen como niños de parvulario.
Naturalmente que en cualquier clase o en cualquier actividad hay que fomentar los valores, sobre todo si los profesores los viven; pero educar en valores es algo más que eso. No nos vengan con esa propuesta y, en vez de dificultar las clases de religión y de ética, de suma importancia para la estructuración de la personalidad y de los criterios morales, tengan una mayor seriedad y reglamenten debidamente dichas clases.
Espero que el actual gobierno dé la vuelta a esta situación y legisle insistiendo en la valoración de la moral y de la ética. Porque una de dos, o se cambia de proyecto educativo moral y ético, o hay que aconsejar muy claramente a los cristianos que voten a otro partido que tenga un proyecto racional en cuanto a educación en valores. Estamos muy pendientes de la economía, y hay que estarlo. Pero por bien que ande la economía, si no hay valores morales, no vamos a ninguna parte.
Desde luego que el gran valor que hay que poner en primer lugar, es Dios. Pero hay quienes, prescindiendo de Dios, ponen en primer lugar su libertad, pero no tienen en cuenta que hay un orden moral por el que debemos regirnos. Las libertades hay que conjugarlas con los derechos de los demás y con el orden natural. Por ejemplo, en el problema de la convivencia entre dos personas con mutua donación sexual, algunos dicen que a nadie le importa si yo convivo sexualmente con un hombre o con una mujer. Por tanto es un derecho que todos me deben respetar. Pero una cosa es que yo, hombre, tenga una tendencia sexual hacia otro hombre, y otra, que ejerza mi sexualidad con otro hombre. Igual que si yo, casado, tuviese una tendencia sexual hacia otra persona y ejerciese mi sexualidad con ella.
Y si se acepta ese ejercicio de la sexualidad en estos casos, ¿qué pasa si tengo tendencia a ejercerla con varias personas y la ejerzo? ¿Y qué pasa si somos un grupo que ejercemos la sexualidad indiscriminadamente unos con otros? ¿Y qué pasa si quiero que eso se equipare al matrimonio? Me da la impresión de que a veces, falta un poco, o más bien un mucho, de sentido común.
Esa actitud equivaldría, pienso yo, a destruir todo vínculo estable familiar. Una cosa es vivir como uno quiera y otra, que la sociedad admita la compatibilidad de cualquier postura con el bien común. Si la sociedad admitiese dentro de la ley esas posturas, ¿adónde llegaríamos? A la ley de la selva, y no sólo a la ley de la selva, sino mucho más allá.
En esta línea de hacia dónde vamos, en el próximo artículo hablaremos de la corrupción.
José Gea