Abba Andrés era muy caritativo; a todos acogía y a todos ayudaba sin preguntar nada y sin decir nada más que la bendición en el Señor. Al llegar la noche, abba Andrés pecaba con plena voluntad y conocimiento. Oraba en su interior: "Solo Dios es bueno. No debo atribuirme el bien que Él hace por mí, porque soy un miserable pecador". Por la mañana, abba Andrés volvía a practicar la santa caridad; y pecaba de nuevo por la noche. Decidió no pecar más, y no pecó a partir de entonces. Un día se le apareció Nuestro Señor Jesucristo con el sol del mediodía y le dijo: "Andrés, se ha enfriado tu caridad. Volverás a pecar para que vean que lleváis mi tesoro en vasijas de barro". Abba Andrés hizo tanto bien como Dios le permitió; y se humilló tanto que al morir los demonios dijeron: "Dejemos a todo pecador humilde".
Abba Serapión tuvo la tentación de abandonar su celda. Salió y fue a la ciudad. En la puerta vio a un borracho que le llamaba: "Ayúdame a ponerme en pie". El borracho asió el brazo del monje y se orinó encima; luego le dijo: "Llévame con mi padre". Pero el padre llegó y despreció a su hijo por borracho y holgazán, y quedó solo con Serapión. Este lo acompañó a un portal oscuro, lo acostó, lo cubrió con su manto de piel de cordero y lo bendijo. Díjole el borracho: "El demonio del alcohol me golpea, pero he leído el Apocalipsis y la Señora me salvará". Abba Serapión le preguntó si era cristiano. "No, respondió el borracho, soy inocente." Entonces el monje se arrodilló ante él y rompió a llorar.
Abba Demetrio vivía echado en el suelo y sonreía. Le decían que era un vago, un esclavo de la pereza. Pero él respondía: "Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas." Entonces algunos le escupían y le daban patadas. Abba Demetrio murmuraba dulcemente: "No confiáis en Dios y pecáis." Pasado un tiempo, Demetrio enfermó; y, a punto de morir, exclamó: "¡Soy la víctima!" Un batir de alas inundó la celda y se abrieron las puertas del Cielo y vieron a Demetrio en pie ante el Hijo del Hombre.
Abba Agamenón era el peor de los monjes. Su torpeza trastornaba el cenobio. Hablaba a voz en grito y no cumplía el ayuno. Abba Poemen le dijo: "No ayunas, ni callas, ni trabajas bien. Haz propósito de enmienda o serás pasto de las llamas." En eso, un diablo se acercó a Poemen y le dijo: "Tiene buena voluntad y un hombre con buena voluntad es todopoderoso."
Abba Mateo era muy bondadoso. Un día se dijo: "Pediré al Señor que olvide todo lo que hago." El Señor se lo concedió. Así el monje hacía el bien pero no lo recordaba. Y decía a todos: "Alabad al Señor por las gracias que recibís y dad gracias por mí, que soy tan desagradecido que no recuerdo los bienes que hace mi Señor".
Abba Nicéforo enfermó y cuando fueron a curarle dijo: "Alejaos de mí, ¿voy a enterrar este talento que Dios me da?" Acto seguido calló y no abrió nunca más la boca, aunque murió entre horribles dolores.