Siempre se ha dicho que no es rico el que más tiene sino el que menos necesita. Se cuenta de Sócrates que recorría el mercado mirándolo todo pero sin comprar nada y concluía su paseo afirmando: “¡Cuántas cosas no necesito!”. Me da la impresión de que estas reflexiones, propias de los sabios de todos los tiempos, se van a poner de moda en los próximos años, nos guste o no nos guste. La austeridad se puede convertir en una obligación y no en una decisión personal.
Para los que han elegido como estilo de vida renunciar a todo lo superfluo quizás no vaya a cambiar gran cosa, pero para los que han cimentado su existencia sobre los “pequeños” placeres que nos puede proporcionar este lujo o aquel capricho, se les puede venir el mundo encima. Y es que en los últimos años nos hemos acostumbrado a tener dos coches, a cambiar de teléfono móvil todos los años, a ir de vacaciones a no sé donde, a tener 4 televisores en casa, a comer fuera una vez por semana mínimo, etc. etc. Pero si miramos solamente 30 años atrás ¿se vivía tan mal con un solo televisor? Yo pienso que no. Todos nos juntábamos a ver la “peli” del sábado por la tarde en el salón. No creo que sea lo máximo de la convivencia en familia, pero mejor que aislarse cada uno en su habitación…
Con este sencillo ejemplo no quiero decir que debamos renunciar a los avances de la tecnología y de la comunicación, pero sí estoy convencido de que la austeridad que la crisis nos está imponiendo, puede ser un incentivo eficaz para descubrir los perjuicios que la sociedad del consumo, del individualismo y del relativismo moral ha infligido a nuestra sociedad. El ruido y la multiplicación de luces e imágenes de la nueva civilización multimedia ha ofuscado nuestra mente y no somos capaces de reconocernos a nosotros mismos. Los mismos sentimientos de angustia y preocupación que nos acosan en estos días pueden ser un revulsivo importante ¿Por qué no replantearnos nuestra vida en su conjunto? ¿Cuáles son nuestras prioridades? ¿Qué puesto hemos dado a Dios? Las necesidades espirituales se pueden presentar en este momento como apremiantes. Siempre lo son pero no siempre nos damos cuenta de ello.
Los peligros de la desesperación, de la tristeza, de la incertidumbre, del pesimismo, de la desgana o desilusión total, son buitres que vuelan en círculos sobre nuestras cabezas. No podemos olvidar que muchos tienen sobradas razones para sentirse muy mal, porque no solamente deben renunciar a lo superfluo sino que empiezan a carecer de lo necesario, y eso es ya una injusticia intolerable. Y no es que la pobreza no existiera antes, pero puede dejar de ser un problema ligado a la marginalidad. Los nuevos pobres están convirtiéndose en multitud. Esto es, sin duda alguna, el reto más importante y urgente. Además de todo lo que cada uno, desde su posición social, pueda hacer con su trabajo honesto y responsable para fomentar el crecimiento económico del país, TODOS estamos llamados a aliviar y asistir a los que lo están pasando peor, a compartir lo poco que tengamos con los demás. Y ese aprender a pensar en el vecino puede ser un fruto maravilloso, una hermosa luz en medio de la oscuridad.