Chantal Delsol acaba de escribir un comentario a las recientes elecciones presidenciales francesas en Valeurs Actuelles. Delsol se centra en la cuestión del matrimonio homosexual, que Hollande introdujo y apoyó en la campaña… pero que ella considera que Sarkozy también hubiera acabado aprobando. Parece pues que esta cuestión es ineludible.

¿Por qué? Porque nuestros regímenes políticos, sostiene Delsol, se han vaciado por completo de cualquier fundamento que los trascienda. Religiosos, por supuesto, pero también aquellos fundados en la ley natural, asumidos por todas las sociedades que en el mundo han sido (hasta llegar a nuestro experimento actual, que Finkielkraut advierte que es único en la historia de la humanidad y dudosamente sostenible). En una sociedad sin fundamento más allá de lo que ella decida en cada momento (siendo precisos ella nunca decide nada, unos pocos deciden lo que ha de decidir y le hacen creer que es ella quien decide) los límites desaparecen… y con los límites la propia civilización.

De hecho, sigue la filósofa francesa, en todas las sociedades los límites son definidos y precisados; es lo que hizo entre nosotros el cristianismo que ha conformado nuestra civilización. Es lo que ha hecho en China el confucianismo con, por ejemplo, el valor que da a la familia y a la filiación, lo que les hace rechazar la clonación. Aquí, al abjurar del cristianismo, hemos rechazado también la civilización y nos hemos quedado literalmente sin nada en que fundamentar los límites necesarios para llevar una vida humana. Nihilismo absoluto, aunque lo sirvan en un envoltorio engañoso.

Delsol lo explica a la perfección: “La exigencia del matrimonio homosexual y de la adopción de niños que le va aneja, es un proyecto nihilista porque rechaza por principio debatir la cuestión de los límites: todo lo que yo quiera, ahora mismo y sin importar cuáles sean las consecuencias”. Esta es la lógica detrás del matrimonio homosexual.

Y sigue Delsol extrayendo las conclusiones lógicas.

Por un lado, la religión, con sus límites, es detestada. Los adeptos del nihilismo están “claramente dispuestos a todo, incluso a destruirlo todo, para destruir definitivamente las creencias enemigas. De aquí el odio con que actúan, un odio que les ha llevado a querer hacer ilegal cualquier opinión contraria a la suya”.

El segundo factor es “la sustitución de los valores morales por el único criterio del sufrimiento y del deseo individuales: impedir que los homosexuales se casen es inhumano pues esto les provoca sufrimiento. ¿Por qué impedírselo si se aman? Con este razonamiento se justifica cualquier cosa. Unos holandeses han acordado un matrimonio de tres. Un joven australiano se ha casado el año pasado con su perro. Niños de diez años podrían casarse si se quieren. Y también un padre con su hija, si también se quieren.

Cuando nada detiene el deseo, ni la religión, ni la tradición, ni ninguna sabiduría más alta, entonces el daño no está lejos. Nuestros contemporáneos lo saben bien pues en todos los otros ámbitos militan contra el deseo todopoderoso: en el medioambiente o en la economía. En esos ámbitos son conservadores en el buen sentido del término: en el sentido de que debemos conservar el futuro.
¿Por qué tendríamos que limitar nuestros caprichos con el fin de proteger el futuro de los bosques o el de los trabajadores y no proteger el futuro de la familia y de la filiación?

Me parece que Chantal Delsol ha dado en el clavo.