La identidad de Europa está ligada al cristianismo. Cristianismo que la convirtió en cristiandad hasta que los descubrimientos de nuevos continentes llevó a pensar en diversidad de cristiandades.
Como indica Luis Suárez en su maravilloso libro: “la construcción de la cristiandad europea”: “Europa hasta mediados del siglo XV se llamaba a sí misma Cristiandad, manejando dos conceptos esenciales: Uno, universitas cristiana, es decir comunidad sometida a valores morales que están por encima de la actividad personal; otro, res publica cristiana, es decir, el bien común que es el que debe perseguir todo poder político. Sobre estas bases se edificó una cultura, que era la síntesis de tres elementos: la trascendencia heredada de Israel, el ius que es patrimonio romano y el valor de la persona humana que había defendido el helenismo.”
Aunque la universitas cristiana nunca fue un todo homogéneo, existía una elite intelectual que entendía el cristianismo como parte fundamental de la sociedad. Hoy en día este entendimiento se ha diluido en el pensamiento débil incluido dentro de lo políticamente correcto.
Su Santidad liga la identidad europea con lo que conlleva esta identidad: evangelizar con mayor empeño. Ser cristiano y evangelizador debería de ser un todo sin posible separación. Cristo nos dijo “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mt 16,15), pero ¿realmente lo hacemos?
¿Por qué no evangelizamos? Creo que lo que nos pasa es que vivimos un cristianismo cómodo y sencillo. Tan cómodo, que no sentimos la necesidad de ser coherentes con nuestra Fe. El cristianismo ha sido domesticado por la sociedad y se ha vacunado contra el virus de la observancia a toda la población. ¿Qué testimonio damos de nuestra Fe? Poco o nada. Tan sólo llegamos a proclamar el “buenismo” relativista tan de moda hoy en día. Lo malo es que este “buenismo” se proclama más a menudo de los creemos.
Algún lector se preguntará si lo que defiendo es la violencia y el “malismo”. Evidentemente, si no defiendo el “buenismo”, estoy con el “malismo”. La terminación de estos dos neologismos nos da la pista de que hablamos de ideologías. El problema de las ideologías es que no aceptan la bondad fuera de sus dominios, por lo que todo lo que exceda sus modelos, es maligno. Por eso el cristianismo activo y evangelizador es algo dañino para la sociedad y se combate con las armas disponibles. Incluso con amenazas de muerte su hace falta.
El primer paso para la evangelización conlleva ser capaz de reconocerse cristiano en público. ¿Por qué nos da miedo reconocernos cristianos? Simplemente por el “qué dirán”. Nos olvidamos de una de las bienaventuranzas:
“bienaventurados seréis cuando, por causa mía, os insulten y digan toda clase de calumnias contra ustedes, alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los cielos.”
¿Nos creemos esta bienaventuranza? Básicamente no. La promesa de la vida eterna parece algo imposible de entender hoy en día. Los propios cristianos no somos conscientes ser cristianos. Tendemos a ser cristianos de apariencia.
¡Ánimo! No dejemos de orar por esta intención del Papa y tampoco dejemos de evangelizar.