Sister Nirmala primera Superiora General de las Misioneras de la Caridad, tras la muerte de santa Teresa de Calcuta, relata algo que le sucedió: 

Un día estaba yo mirando cómo un rayo de luz entraba por un agujero de la pared y me permitía ver con claridad las motas de polvo. La habitación estaba llena de polvo, pero sólo se podía ver gracias a aquel rayito de luz. Entonces comprendí por qué la Madre había llegado a ser conocida en el mundo. La luz de Dios brillaba en ella. La Madre entregó su vida completamente a Dios1. 

Madre Teresa de Calcuta lo decía todavía con más claridad: No sé si soy santa o no. Ni siquiera me preocupa. Lo único que puedo decirle es que la santidad no es el privilegio de unos pocos, sino una obligación para todos: para usted y para mí.  Siempre repetía lo mismo: Todo por Jesús a través de María. Y hoy podemos repetirnos: la puerta es estrecha, sí; pero... todo por Jesús, a través de María. 

El conocimiento de Jesús es el que rompe la soledad, supera las tristezas y las incertidumbres, da el significado auténtico a la vida, frena las pasiones, sublima los ideales, expande las energías en la caridad, ilumina en las opciones decisivas. Así se lee en la Imitación de Cristo: 

Cuando está presente Jesús, todo es bueno y nada parece difícil; cuando Jesús está ausente, todo resulta gravoso. Cuando Jesús no habla interiormente, el consuelo no vale nada; en cambio, si Jesús dice una palabra tan sólo, se siente un gran consuelo... 

¿Qué puede darte el mundo sin Jesús? Estar sin Jesús -afirma Tomás de Kempis- es un infierno insoportable, y estar con Jesús es un dulce paraíso. Si Jesús está contigo, no hay enemigo alguno que te pueda hacer daño2. 

Por eso, ante la pregunta  espontánea que da lugar a Jesús a tratar sobre cuál será el número de los que se salven, su respuesta no es satisfacer nuestra curiosidad, sino recordarnos que, ciertamente, Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad; pero hay que esforzarse por hacer el bien, sacrificando lo que haga falta, pues la puerta es estrecha. Es lo mismo que si nos dijera: -Dejaos de preguntar qué va a ser de vosotros y de los demás en el futuro y preguntaos más bien por el presente: qué tipo de vida lleváis; pues el futuro será lo que sea la vida presente. Entrar por la puerta estrecha es igual a negarse a sí mismo, mortificarse, hacer penitencia, no dejarse llevar por los criterios o el egoísmo personal. Con estas palabras se nos pone de manifiesto que el cristianismo no es tan fácil como a veces pensamos o decimos, sino que lleva consigo entrar por la puerta estrecha, por senderos complicados que normalmente cuesta tomar. La senda difícil para llegar a Dios es el Evangelio. 

San Juan Pablo II afirma: 

Nadie es capaz de lograr que lo pasado no haya ocurrido; ni el mejor psicólogo puede liberar a la persona del peso del pasado. Sólo lo puede lograr Dios, quien, con amor creador, marca en nosotros un nuevo comienzo: esto es lo grande del sacramento del perdón: que nos colocamos cara a cara ante Dios, y cada uno es escuchado personalmente para ser renovado por Él. 

No nos debemos mirar tanto a nosotros mismos cuanto a Dios, y en Él debemos encontrar ese suplemento de energía que nos falta. ¿Acaso no es ésta la invitación que hemos escuchado de labios de Cristo: “Venid a Mí todos los que estáis fatigados y oprimidos, que Yo os aliviaré”? Él es la luz capaz de iluminar las tinieblas en que se debate nuestra inteligencia limitada; Él es la fuerza que puede dar vigor a nuestras flacas voluntades; Él es el calor capaz de derretir el hielo de nuestros egoísmos y devolver el ardor a nuestros corazones cansados3. 

Conocer a Jesús, amar a Jesús, vivir su Evangelio, reconocer nuestra debilidad y lo que Él hace en nosotros y, finalmente, participar de su Cuerpo divino, dejarnos alimentar por la Eucaristía. Así nos esforzamos en entrar por la puerta estrecha. 

Recibir la Eucaristía significa transformarse en Cristo, permanecer en Él, vivir para Él. El cristiano, en el fondo, debe tener una sola preocupación y una sola ambición: vivir para Cristo, tratando de imitarlo en la obediencia suprema al Padre, en la aceptación de la vida y de la historia, en la total dedicación a la caridad, en la bondad comprensiva y sin embargo austera. Por esto, la Eucaristía se convierte en programa de vida. Sólo mediante la Eucaristía es posible vivir las virtudes heroicas del cristianismo: la caridad hasta el perdón de los enemigos, hasta el amor a quien nos hace sufrir, hasta el don de la propia vida por el prójimo; la castidad en cualquier edad y situación de la vida; la paciencia, especialmente en el dolor y cuando se está desconcertado4. 

La imagen de la puerta estrecha nos habla de la exigencia y dificultad de seguir a Jesús. Ya hemos aclarado las vías: el Evangelio, el sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía son las posibilidades para recorrer sin pérdida el camino. Pero insistamos como hace Jesús mismo: porque muchos intentarán entrar en su Reino y no podrán. La advertencia de Jesús, en efecto, se dirige a los judíos, que creen tener asegurada la salvación por el hecho de pertenecer al pueblo de Dios. Pero la lectura es también para nosotros. No basta, por consiguiente, ser cristiano o estar bautizado o ser sacerdote o venir a Misa o rezar algo, para ser reconocido por Cristo el día de nuestra muerte. ¡No! Porque Él dice: ¡Alejaos de Mí, malvados! ¡No sé quiénes sois! 

Hace falta algo más: vivir como Él, vivir su Evangelio, parecernos a Él en nuestras palabras, en nuestros deseos y pensamientos... Hace falta amar.

Sin duda, este es el ejemplo que la Iglesia nos propone mañana que celebramos la santidad de Teresa de Jesús Jornet e Ibars, canonizada por San Pablo VI y que fundó la Congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Fue Superiora General desde los primeros días hasta su muerte, ocurrida el 26 de agosto de 1897, después de una vida de sacrificios heroicos al servicio de los ancianos desamparados. Con todo derecho la Iglesia la honra con el título de patrona de la ancianidad. En una de sus cartas afirma: 

Yo no lo sé, pero si he de juzgar por mis obras y las de algunas otras como yo, está nuestro amor muy resfriado. Por Dios, que pongamos en ello remedio, y ofrezcamos con verdad al Niño que, de hoy en adelante, al cumplir con nuestros deberes, hemos de imitar las virtudes de que, en su nacimiento, se nos presenta como modelo... 

Pero todas estas virtudes suponen otra más principal que les da realce, la de su ardentísima caridad. Es tan grande, que dice: “He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!”. Por eso, su Corazón arde en llamas de purísimo amor; con ese purísimo amor es menester que amemos y tratemos a nuestros pobres, interesándonos muchísimo por su bienestar temporal y eterno5. 

Así lo recoge el Catecismo en palabras de Santa Rosa de Lima: Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús (CEC n. 2449). 

El camino señalado por los mandamientos para llegar al cielo, para alcanzar la felicidad, pasa por el amor, por el servicio al hermano. Enseña San Juan de la Cruz: Pues que en la hora de la cuenta te ha de pesar de no haber empleado este tiempo en servicio de Dios, ¿por qué no le ordenas y empleas ahora como lo querrías haber hecho cuando te estés muriendo? (Dichos, 77). 

Ahora es cuando el Señor espera que confirmemos la autenticidad de nuestro amor a Dios con obras de caridad hacia el prójimo. Que las dificultades que nos toca vivir no sean obstáculo para nuestro amor y generosidad. Que no nos cansemos de servir, y siendo conscientes de nuestros límites personales superemos el temor y vivamos siempre en la Verdad. 

No sin razón, el Concilio nos dice en la Constitución sobre la Iglesia: “La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la Iglesia, cooperen a la regeneración de los hombres”. María está a la cabeza de todos los santos por ser modelo de correspondencia a la gracia de Dios. A Ella confió Dios la misión más grande que pudo confiar a una criatura: ser la Madre de su Hijo y Madre de la Iglesia. ¡Cuántas gracias de Dios recibió para cumplir esta misión y qué fielmente correspondió! 

Al meditar su vida santa, a la luz de la vida de su Hijo, podemos entrar más a fondo en el soberano misterio de la santificación de los hombres, porque María refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe, atrae a los creyentes a Jesús y al amor del Padre6. 

Con María todo será muchísimo más sencillo, como afirmaba san Maximiliano Mª Kolbe: 

¡Cuántas veces en la vida, pero especialmente en los momentos más importantes, he experimentado la protección especial de la Inmaculada...! ¡Pongo en Ella toda mi confianza para el futuro! 

Oh María, condúcenos a todos al Reino de santidad, de verdad y de vida del Señor. Tenemos que buscar con empeño este camino de fe. El Corazón del Señor tiene que triunfar en nuestros corazones y en nuestra sociedad. La preocupación por las almas, por los otros, tiene que llenar todo nuestro interés, toda nuestra vida. Hemos de seguir rezando con fortaleza, no venirnos abajo. 

PINCELADA MARTIRIAL

ESCLAVO DE LA VIRGEN. Beato José Polo Benito[1]. Deán de la Catedral Primada. Toledo

Este viernes pasado celebramos la conmemoración de su muerte martirial. 

Fue, sin duda, la Virgen del Sagrario la que le hizo, para siempre, esclavo suyo y, para siempre, libre. Era el deán de Toledo devotísimo de la Virgen toledana. Él había fundado la Esclavitud de la Virgen del Sagrario, y él era su presidente. Y él organizaba todos los años las fiestas solemnísimas que en honor de la Santísima Virgen se celebraban a mediados de agosto. Esta fue la razón de encontrarse, por esta época, como todos los años, en Toledo. Fue, pues, su amor y su devoción a la Virgen lo que le puso en coyuntura de caer en las garras de las fieras. 

En 1923, en los tres últimos días del Octavario, el Cabildo catedralicio organizó un triduo de sermones. En la mañana del día 22, el beato José Polo Benito, deán, fue el encargado de la predicación y durante su sermón expuso la idea de fundar una cofradía-esclavitud bajo la advocación de Nuestra Señora del Sagrario, proyecto que al ser comunicado al cardenal primado, Enrique Reig, éste ofreció su total ayuda y colaboración. Los estatutos por los que había de regirse la Esclavitud fueron aprobados por un decreto del prelado el 25 de enero de 1924. 

El caso fue de esta manera. El 23 de julio de 1936, a los dos días de haberse apoderado de Toledo las milicias marxistas, se presentó en casa del señor deán un crecido grupo de milicianos. 

Al frente de ellos iba un albañil de Toledo, llamado Rosell. Este hombre infame era uno de los que más favores había recibido del señor Polo Benito. Varias veces el caritativo sacerdote le había encomendado obras en su casa con el único intento de socorrerle cuando el obrero se encontraba sin trabajo. Y el mismo albañil se gloriaba, públicamente, de su amistad con el señor deán. 

Ahora, el amigo y el socorrido capitaneaba aquel pelotón de criminales que buscaba al sacerdote para asesinarle. Lo mismo, lo mismo que Judas.

Rosell conocía perfectamente la casa del señor deán y sabía muy bien lo que había en ella. A pesar de ello, lo primero que hizo aquella horda fue registrar, de arriba abajo, toda la casa. Y hallaron lo que todo el mundo sabía que tenía en su casa el deán de Toledo: muchos libros, muchos papeles, instrumentos de su trabajo apostólico, cultural y social. Pero nada que le pudiese comprometer, ni un simple papel que sirviese para fundar una acusación o una sospecha. A pesar de ello le detuvieron. 

Con él apresaron también a su sobrino don Antonio Martín Poveda, y a los vecinos del segundo piso de la casa, don Félix Sáez de Ibarra, organista de la catedral, y sus sobrinos Teodoro y Félix, seminaristas de Toledo.

El crimen de todos estos detenidos era indudablemente, el mismo: el de ser personas honradas, sacerdotes o allegados de sacerdotes. Y el fin que, al detenerlos, se proponían se vio enseguida. 

Bajáronlos a todos al patio y pusiéronles en fila. Ante ellos se colocó el pelotón de milicianos. Los milicianos prepararon sus fusiles. Y hubo un instante en que parecía como si esperasen algo. Y estaban inquietos, nerviosos. Pero lo que esperaban no llegó. El miliciano encargado de romper el fuego, llegado el momento, tembló azorado, y no acertó a manejar el arma. Sus camaradas, desconcertados y frenéticos, se volvieron contra él y se desataron en denuestos y amenazas. 

-Si no vales para el fusil, tíralo, le decían. 

Pero el incidente libró, por entonces, a los presos de una muerte que habían tenido muy cerca. 

Fracasado el primer intento de asesinato, Polo Benito fue trasladado con los demás detenidos de su casa, a la Diputación Provincial. Pero, a los dos días, le separaron ya de su sobrino y de sus amigos y, en unión de otros sacerdotes, le llevaron a la cárcel de la ciudad.

Aquí, en la cárcel, iba a celebrar el sacerdote devoto de la Virgen la novena de aquella Virgencita toledana, que era el grande amor de su corazón piadoso y sacerdotal. Y en la cárcel la celebró. 

¡Qué distinta de la de otros años esta entristecida novena de la Virgen del Sagrario! Otros años, el deán rodeado de toda la pompa de su catedral primada, ofrecía a la Virgen los oros y las sedas, los himnos y los júbilos de la Ciudad Imperial. Y, puesto a los pies de la Señora, en plenitud de vida y de libertad, se declaraba y se consagraba esclavo de Ella. Este año, el señor deán de Toledo no puede ofrecer a la Virgen del Sagrario, en su novena, ofrendas pomposas y alegres. Sólo tiene en sus manos y en su corazón –para regalárselo a la Reina- espinas, angustias, sobresaltos. Que también le agradan a la Virgen. Y le agrada, sobre todo –y más que otros años- la ofrenda de su esclavitud que este año le hace el deán. Porque la esclavitud que este año tiene Polo Benito para ofrecérsela a la Virgen, es mucho más hermosa que la de otros años. Este año no hace falta que se declare y se consagre esclavo. Lo es, de verdad. Esclavo, preso. Y esclavo de la Virgen. Porque, por Ella, por preparar su fiesta, le sorprendieron en Toledo y le hicieron preso, esclavo. Bien puede, pues, el señor deán de Toledo apropiarse la frase de Pablo y enorgullecerse con un título parecido. San Pablo se llama a sí mismo Vinctus Cristi; Polo Benito es Vinctus Virginis, el Preso, el Esclavo de la Virgen.

Tras semanas de prisión, recibió la palma del martirio en las primeras horas del 23 de agosto de 1936, junto a la Puerta del Cambrón en la ciudad de Toledo.

 

1 CRISTINA ANSORENA, Sor Nirmala, a la sombra de la Madre Teresa, página 59 (Barcelona, 2000).

2 JUAN PABLO II, Orar, su pensamiento espiritual, página 22 (Barcelona, 1998).

3 Ibídem, páginas 53-55.

4 Ibídem, página 67.

5 Santa TERESA DE JESÚS JORNET E IBARS, De las Cartas, en Liturgia de las Horas, Tomo IV, páginas 1873-1874.

6 Eduardo FUENTES, Editorial de “Vida cristiana”, nº 283, noviembre 1987.

[1] Tomado del libro de Aniceto DE CASTRO ALBARRÁN, Este es el cortejo... Héroes y mártires de la Cruzada Española, páginas 243-250 (Salamanca, 1938).