En la puerta del colegio donde ejerzo de capellán colocamos una espectacular escultura de San Juan Pablo II del escultor Pedro Requejo, sobrino nieto de mártir y por cierto, también diputado de VOX por Zamora en el Congreso de los Diputados. A sus pies, una cerámica talaverana, recuerda una anécdota protagonizada por el Santo Papa polaco y nuestro Don Marcelo.
Por cierto, para los maledicentes la estatua se colocó en 2006 y VOX se fundó a finales de 2013. Queda dicha la aclaración. Esta es la cerámica:
Cuenta la anécdota que el papa polaco, que tenía ya grandes dificultades motoras, solo se levantó cuando Don Marcelo fue a despedirse. Al regresar a su sitio, algunos políticos se le acercaron a Don Marcelo para decirle que si tanto se conocían para que el anciano Papa se pusiese en pie para despedirlo (demostrando bastante ignorancia, pues ambos se conocían desde los tiempos del Concilio). Con su habitual socarronería, el cardenal toledano les dijo:
-Sí, algo nos conocemos...
Pues, me ha hecho recordar esta anécdota la estulticia de nuestros politicos que afirman que el grito de ¡Viva Cristo Rey! es franquista... el lema de los guerrilleros de Cristo Rey...
La ignorancia, continua... aunque pasen décadas. Que en nuestras tierras toledanas pidieron arrancar yugos y flechas de los Reyes Católicos, de San Juan de los Reyes, por "franquistas" (400 años antes de nacer Franco, ¡en fin!).
De todas formas, al tal Pedret, se lo agradezco. Así puedo ofrecerle lo que enseña la Iglesia. Y, además, no sé porque les chirría tanto lo católico, y les agrada, por ejemplo, tanto el Ramadán... por lo menos, igualemos las felicitaciones. Equiparen, por Dios, equiparen... Vds. son los adalides de ello...
«Feliz Semana Santa» de un diputado - ReL (religionenlibertad.com)
TU LO DICES: -YO SOY REY
El 7 de abril del año 30[1], a las 15 horas, fuera de las murallas de Jerusalén, un análisis realista habría constatado un fracaso total, un hombre totalmente vencido y una misión aniquilada. Y habría juzgado ridículas y veleidosas las palabras que había pronunciado pocas horas antes: “En el mundo tendréis grandes tribulaciones, pero tened confianza: Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
Jesús, Nuestro Señor, se había hecho hombre y había aceptado aquel suplicio para que los seres humanos, infelices y perdidos en el mecanismo satánico de la violencia, conocieran el inmenso, apasionado e inextinguible amor del Padre por cada uno de ellos. Amor que reveló precisamente dejando que los hombres desahogasen “hasta la saciedad” su más cruel ferocidad contra Él mismo, inocente ultrajado, perseguido, humillado y clavado en una cruz, dejándose degollar como cordero llevado al matadero.
Primero unos pocos, después miles de millones de personas iban siendo tocadas por la fuerza arrolladora de tan gran amor. Así comenzaba su Reino en el mundo, un reino que no es político, pero que es muy concreto: el de los corazones humanos. Y su trono es realmente la Cruz.
Horas antes había tenido lugar este diálogo, que recoge San Juan en su Evangelio (18, 33-37):
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
- ¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le contestó:
- ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
Pilato replicó:
- ¿Acaso, soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?
Jesús le contestó:
- Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
Pilato le dijo:
- Conque, ¿tú eres rey?
Jesús le contestó:
- Tú lo dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.
EL AMOR A JESUCRISTO
Esto es lo que profesaron todos los cristianos desde las persecuciones en el Imperio Romano; lo que han confesado todos los mártires de nuestros días; lo que seguirán repitiendo los confesores de la fe hasta el final de los siglos: ¡Jesucristo, Jesucristo, y sólo Jesucristo!
Demos un gran salto en la historia hasta el año 1933. Tras la victoria del nazismo, en Alemania muchos se rebelaron contra Hitler en nombre de Cristo Rey.
La Acción Católica, por ejemplo, levantaba el monograma de Cristo para diferenciarlo de la herética cruz gamada nazi. Mientras, el famoso cardenal Innitzer proclamaba ante miles de jóvenes reunidos en la Catedral de Viena el 7 de octubre de 1938: “¡Nuestro Führer es Cristo!”.
Cuando la Alemania nazi era la dueña de Europa en la Segunda Guerra Mundial, y todo el mundo temblaba ante su terrible dictador, Bernard Lichtenberg[1], un sacerdote confinado en el campo de concentración de Dachau, se rebelaba públicamente contra la doctrina imperante.
Mientras oía cómo gritaban continuamente a su lado “¡Viva Hitler, el Führer de Alemania!”, antes de morir mártir, él confesaba sin miedo alguno: “¡Mi único Führer es Jesucristo!”.
[1] El beato Bernardo Lichtenberg era párroco de la Catedral de Berlín; y al ver pisoteada la dignidad de Dios y la de los hombres, no cesaba de orar en público por los judíos inhumanamente torturados y detenidos. Por eso fue también apresado y destinado al campo de concentración de Dachau, donde, destrozado por los malos tratos pero impávido, dio su vida por Cristo el 5 de noviembre de 1943.
[1] Antonio SOCCI, “Los nuevos perseguidos” págs. 126-127 (Madrid 2003).