La cuestión de Turquía, de su relación con Europa y de su papel en Oriente Medio es un tema recurrente que con cierta frecuencia reaparece en el debatre público. Como, también con demasiada frecuencia, las discusiones se basan en apelaciones sentimentales y carecen de bases sólidas, me parece que no estaría de más tener presente un dato que creo que es sumamente relevante: la personalidad jurídica de la Iglesia en Turquía.
Porque la cuestión es ésta: la Iglesia católica en Turquía carece de personalidad jurídica, es decir, no existe para la ley.
Las consecuencias son también importantes, como se ha podido ver a raíz de la medida de la Comisión para la Reconciliación del Parlamento Turco de devolver los bienes incautados en los años 30 del siglo XX por Mustafá Kemal Ataturk a las comunidades no-musulmanas. En juego están unos 200 inmuebles (escuelas, iglesias, hospitales…), pero la Iglesia no puede recuperarlos pues no posee reconocimiento legal y en consecuencia no puede ser propietaria de los mismos. De hecho, los inmuebles que en la actualidad posee la Iglesia están a nombre de personas vinculadas a la Iglesia, con todos los problemas que esto puede ocasionar. Y esto a pesar de que Turquía mantiene relaciones diplomáticas con el Vaticano desde hace 60 años.
Antes de volver a hablar del futuro de Turquía en Europa, empecemos por acabar con esta injusticia patente. La Iglesia católica debe ser reconocida legalmente para empezar siquiera a considerar una relación más estrecha.