Así lo afirma y lo razona Serrano Oceja en un interesante artículo que publicó en Alfa y Omega (VI.MMX. alfayomega.es). Quiere demostrar que al mundo de hoy lo que le interesa es la noticia llamativa, el escándalo, el “fogonazo”, sin importarle un bledo profundizar en los hechos y en los datos. Nos quedamos en la superficie de la vida, y no nos interesa el más allá de las cosas. Por eso hay tanta incultura. Los medios nos han enseñado a vivir el minuto presente, sin pensar en el minuto pasado o en el que ha de venir, a no ser el anuncio de una catástrofe. Dice Oceja:
El hombre es esclavo de la rutina y la soberbia es esclava de la curiosidad fugaz. Si un ovni con marcianos apareciera en la madrileña Puerta del Sol, o junto a la torre Eiffel, o aterrizara en la Quinta Avenida los medios informativos le dedicarían sus portadas durante al menos siete días. Luego comenzaríamos a investigar si no se trata de un fraude. No concluiríamos nada, claro está, pero la duda seguiría flotando en el aire, e incluso sospecharíamos del mago Coperfield. El punto final del proceso sería que los marcianos dejarían de ser objeto de curiosidad para convertirse en entes molestos, provocadores de grandes atascos de tráfico y otras molestias que destrozarían nuestra rutina. La cuestión sobre la existencia de la vida extraterrestre y, lo que es más importante, lo que supondría la existencia de otras razas o civilizaciones, pasaría al olvido: simplemente, la rutina habría hecho que no significaran nada para el hombre ni que la actuación del hombre cambiara lo más mínimo.
De esa realidad tangible pasa al plano religioso, para concluir que con Dios pasa lo mismo.
Pedimos a Dios que se nos muestre, pero, si lo hiciera, tampoco supondría nada. El reto del siglo XXI no consistirá en la demostración empírica de Dios, sino en el descubrimiento de la poquedad del conocimiento humano. A fin de cuentas, ¿quién ha dicho que el conocimiento transforma al hombre? Todo depende de cómo se metabolice ese conocimiento. A fin de cuentas, para obtener respuestas sobre el origen y el destino del hombre, lo que hay que hacer es plantear correctamente las preguntas. Lo demás, se da por añadidura. Dios lo da por añadidura.
Comenta el libro El mito de la violencia religiosa del teólogo William T. Cavanaugh. Este autor –dice- puede con la titánica misión de asentar las bases de una nueva forma de hacer teología, es decir, de pensar el cristianismo y el tiempo presente, desde un conocimiento más que acreditado del pensamiento clásico, especialmente en el eje Aristóteles-Santo Tomás de Aquino.
Este libro es uno de los desmantelamientos más serios que se han escrito últimamente de algunas de las repetidas paparruchas de la progresía cultural. Recomienda su lectura a todos los teólogos modernos que a veces construyen sobre bellas palabras pero sin fundamento serio. .. Denuncia que el mito de la violencia que produce la religión es uno de los mitos fundacionales que legitiman al Estado nación-liberal.
El autor demuestra que la ideología y sus instituciones pueden ser tan absolutistas, disgregadoras e irracionales como las que se achacan a las religiosas. Es como decir “quítate tú para que me ponga yo”, con la única pretensión de ocupar el lugar que le corresponde a Dios. El final es la implantación de una religión sin Dios, o más bien, con un dios llamado hombre. Y puestos a elegir, “que me quede como estoy”. Prefiero estar en las manos de Dios que en las garras de algunos hombres. Hay que pensar más allá de lo que me ofrece la actualidad.