El centro del cristianismo es la actualidad de Jesucristo, es decir, su Presencia poderosa, amigable, en nuestra vida, en nuestra existencia hoy.
 
Y es que Él, por su santa Pascua, está vivo, aquí y ahora, presente, caminante, glorioso, Señor de todo.
 
 
¡Ah!, ¿pero no fue un personaje del pasado que nos dijo que había que ser solidarios? ¿Él no fue alguien que vivió hace ya mucho y decía que fuésemos buenas personas? ¿Un profeta religioso? ¿Un revolucionario? Más bien no. Esa es la imagen ilustrada, es decir, de la Ilustración, de la post-modernidad y del secularismo reinante.
 
Si no está vivo, nada tiene sentido. Si se le confina encerrado al pasado y a un mensaje ético, ¿cómo tocaría hoy nuestra vida, la salvaría, la santificaría? ¿Sería solamente un ejemplo a seguir, o sería su amistad y su gracia la que permitirían que viviésemos?
 
No. No es un personaje del pasado que se quedó en el pasado, sino que es Presente, Actuante, Señor del tiempo y contemporáneo nuestro. Actual.
 
Ese es el secreto y la alegría de la Pascua. El moralismo cayó en picado; el humanitarismo mostró sus límites. El lenguaje cansino de la "solidaridad", los "valores", ser "buenas personas", se desmoronó como la ideología que lo sostenía.
 
Estamos en algo distinto: el Señor está vivo, presente, se nos da y nos ama. De su Gracia depende todo, por lo cual la vida se transforma en algo hermosísimo y sin límites, llegando a la eternidad.
 
 
"Con ocasión del congreso internacional «Jesús, nuestro contemporáneo» que se está celebrando en Roma del 9 al 11 de febrero de 2012 por iniciativa del comité para el Proyecto cultural de la Conferencia episcopal italiana, le dirijo un cordial saludo a usted, venerado hermano, a los señores cardenales y a los obispos presentes, a los relatores, a los organizadores y a todos los que participan en un acontecimiento tan significativo.
 
Me alegra mucho y agradezco la elección de dedicar a la Persona de Jesús algunas jornadas de profundización interdisciplinar y de propuesta cultural, destinadas a tener resonancia en la comunidad eclesial y social italiana. Muchas señales, de hecho, revelan que el nombre y el mensaje de Jesús de Nazaret, aun en tiempos tan distraídos y confusos, suscitan frecuentemente interés y ejercen un fuerte atractivo, incluso en quienes no llegan a adherirse a su palabra de salvación. Por eso, nos sentimos estimulados a suscitar en nosotros mismos y por doquier una comprensión cada vez más profunda y completa de la figura real de Jesucristo, como puede brotar únicamente de la hermenéutica de la fe puesta en fecunda relación con la razón histórica. Con este fin escribí mis dos libros dedicados a Jesús de Nazaret.
 

 


Es muy significativo que, dentro de la obra de elaboración cultural de la comunidad cristiana, se estudie como tema algo que no puede considerarse objeto exclusivo de las disciplinas sagradas, como lo muestra muy bien la amplitud de las competencias y la pluralidad de las voces llamadas a participar en este congreso. La evangelización de la cultura, a la que se orienta el Proyecto cultural de la Conferencia episcopal italiana, se funda en la convicción de que la vida de la persona y de un pueblo puede ser animada y transformada en todas sus dimensiones por el Evangelio, para alcanzar con plenitud su fin y su verdad.

 
Durante mi pontificado, en repetidas ocasiones he recordado que abrir a Dios un camino en el corazón y en la vida de los hombres constituye una prioridad. «Con él o sin él todo cambia», afirmaba incisivamente el título del anterior congreso del comité para el Proyecto cultural. No podemos confiar nuestra vida a un ente superior indefinido o a una fuerza cósmica, sino sólo al Dios cuyo rostro de Padre se nos ha hecho familiar gracias al Hijo, «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14). Jesús es la clave que nos abre la puerta de la sabiduría y del amor, que rompe nuestra soledad y mantiene la esperanza frente al misterio del mal y de la muerte. Por lo tanto, la vida de Jesús de Nazaret, en cuyo nombre también actualmente muchos creyentes, en distintos países del mundo, afrontan sufrimientos y persecuciones, no puede quedar confinada a un pasado lejano, sino que es decisiva para nuestra fe hoy.
 
¿Qué significa afirmar que Jesús de Nazaret, que vivió entre Galilea y Judea hace dos mil años, es «contemporáneo» de cada hombre y mujer que vive hoy y en todos los tiempos? Nos lo explica Romano Guardini con palabras que siguen siendo tan actuales como cuando las escribió: «Su vida terrena entró en la eternidad y así está vinculada a toda hora del tiempo terreno redimido por su sacrificio... En el creyente se realiza un misterio inefable: Cristo que está “arriba”, “sentado a la derecha del Padre” (Col 3, 1), también está “en” este hombre, con la plenitud de su redención, pues en todo cristiano se hace de nuevo realidad la vida de Cristo, su crecimiento, su madurez, su pasión, muerte y resurrección, que constituye su verdadera vida» (El testamento de Jesús, Milán 1993, p. 141).
 
Jesús entró para siempre en la historia humana y sigue viviendo, con su belleza y potencia, en aquel cuerpo frágil y siempre necesitado de purificación, pero también infinitamente colmado de amor divino, que es la Iglesia. A él se dirige en la liturgia para alabarlo y recibir la vida auténtica. La contemporaneidad de Jesús se revela de modo especial en la Eucaristía, en la que él está presente con su pasión, muerte y resurrección. Este es el motivo que hace a la Iglesia contemporánea de todo hombre, capaz de abrazar a todos los hombres y todas las épocas, porque la guía el Espíritu Santo con el fin de continuar la obra de Jesús en la historia.
 
Confiándole estos pensamientos, venerado hermano, le envío de corazón a usted y a todos los participantes en el congreso mi cordial saludo, con el deseo de éxito. Acompaño vuestros trabajos con la oración y con mi bendición apostólica, propiciadora de una comunión cada veza más íntima con Jesús y con el Padre que lo envió a nosotros" (Benedicto XVI, Mensaje al Congreso Internacional "Jesús, nuestro contemporáneo", 9-febrero-2012).