De él dice la Enciclopedia Católica:
“Fecha de nacimiento desconocida. Consagrado alrededor de 31 de julio de 1009 y fallecido el 12 de mayo de 1012. Pedro Hocico de Cerdo (Bucca Porci) era hijo de Pedro Zapatero, de la novena región de Roma (Pina) y antes de ser Sergio IV había sido obispo de Albano (desde septiembre de 1004).
Contuvo el poder de patricio Juan Crescencio que dominaba Roma apoyando al partido de los alemanes. Se conoce poco de los actos de Sergio excepto que por concesiones de privilegios, los papiros originales de algunos aún existen, eximió a algunos monasterios de la jurisdicción episcopal. Aunque su poder temporal era mínimo, varios nobles pusieron sus tierras bajo su protección. Se mostró amigo de los pobres en tiempos de una gran hambruna. Fue enterrado en la basílica Laterana”.
De él sabemos también que había nacido en Luna (Toscana), y que es el octavo papa que para reinar se cambia el nombre. Una escasa reseña como la de tantos papas de esta época todo lo que sabemos de los cuales es lo poco que sobre ellos recoge el Liber Pontificalis.
A Sergio IV, que no debió de ser un mal Papa y no fue, desde luego, el peor de su época a pesar del horrible sobrenombre por el que era conocido, le tocó vivir una época particularmente dura de la vida de la Iglesia: la que los historiadores dan en llamar el seculum obscurum, el siglo de hierro o el siglo de plomo. Un siglo en el que como consecuencia de las tensiones existentes entre los dos grandes imperios europeos, el Imperio Bizantino y el Sacro Imperio Romano-Germánico, y sobre todo las existentes en la propia ciudad de Roma entre las grandes familias de la ciudad, los spoletos, los crescencios, los túsculos, con la inquietante presencia de personajes como Anastasio el Bibliotecario, Teodora, Marocia, Hugo de Arlés, Alberico, y otros muchos, la corrupción alcanzada tocó cotas de lo inadmisible, con una producción de papas (hasta medio centenar en siglo y medio) y de antipapas (al menos una decena) prolífica al extremo; con papas que fueron antipapas antes que papas y antipapas que fueron papas con anterioridad; con papas cuyo ministerio duró unas horas, papas que lo fueron varias veces y períodos en los que están vivos varios papas (hasta tres en 904 y cuatro en 1046); con papas asesinos y papas asesinados; con papas seglares, papas casados, papas promiscuos y papas simoníacos; con papas que son hijos de papa y padres de papas, papas menores de edad y otras lindezas que enfangaron durante el período la vida de la Iglesia. Los pecados de la Iglesia, en suma, por los que Juan Pablo II pidió perdón tantas veces (algunos dicen que más de cien) durante su pontificado.
Y todo ello ad majorem gloriam Dei, si es que con el sagaz cronista de la época, Baronio, no hemos de reconocer que todo haya sido en aras a que quedara demostrada la sobrenatural solidez de los cimientos de la Iglesia, levantados por su propio fundador. De otra manera, desde luego, no podría entenderse.
©L.A.
Otros artículos del autor relacionados con el tema