Hace dos años, “The New York Times” y a BBC encabezaron una campaña feroz contra Benedicto XVI, pidiendo su dimisión, bajo la acusación de haber sido negligente con un sacerdote pederasta. Hace pocos meses, el abogado que llevaba la acusación contra la Iglesia retiró la demanda, al constatar que el juez iba a fallar en contra de sus pretensiones (pretensiones de dinero, por cierto). Pero de esa desestimación de la demanda, los medios citados no se hicieron apenas eco y el resto de los que en el mundo corearon la camp aña anti Papa, o no informaron o lo hicieron de forma que pasó casi desapercibida.

¿Es esto justo? ¿Es esto información y opinión veraz y contrastada? ¿Se puede pasar por alto, como si nada, la desestimación de una acusación por la que se pedía, como castigo, nada menos que la dimisión del líder espiritual de más de mil millones de personas? Pues, por desgracia, se puede. Y aquí no pasa nada. Insultan, calumnian, enlodan y, si les sale bien, se hacen riquísimos –como el abogado aludido- y si les sale mal no tiene consecuencias para ello. Es verdad que, por desgracia, hay casos abundantes en los que basar acusaciones de pederastia contra miembros de la Iglesia. Pero también es verdad que los enemigos de la misma están pescando en río revuelto y aprovechando los desgraciados crímenes llevados a cabo por curas pederastas para ensuciar a toda la Iglesia y hacerle a ésta el mayor daño posible.

Vuelvo a este tema no porque me guste, pues no me gusta nada, sino porque de nuevo la actualidad ha puesto a un miembro de la jerarquía en el punto de mira de los mismos, de los de siempre. El cardenal Brady, arzobispo de Armagh (Irlanda del Norte) y primado de toda Irlanda, ha sido acusado por la BBC -¿sorprendente?- de haber sido negligente -¿sorprendente?- ante un cura pederasta hace muchos años. El cardenal ya ha aclarado que en aquel momento él era el secretario del obispo y que asistió a la investigación que se hizo en calidad de tal, limitándose a tomar nota de las declaraciones de los menores que acusaban al criminal sacerdote. Ha insistido en que él no tenía ninguna competencia para tomar decisiones y que no podía hacer otra cosa más que lo que hizo. No sabemos qué pasará con la acusación contra el cardenal, pero de momento nada menos que el vicepresidente de Irlanda y ministro de Exteriores ha pedido públicamente su dimisión. Ante esto, yo me pregunto qué está  pasando en ese país, antaño ejemplo de catolicismo, para que haya cerrado su embajada ante el Vaticano y llegue al extremo de acoger una acusación que los tribunales podrían desestimar –como sucedió con la lanzada por la BBC hace dos años- y pedir la dimisión nada menos que del primado católico del país, el cual para colmo es obispo de una diócesis que está en otro país, pues Irlanda del Norte pertenece al Reino Unido. ¿Y si luego la acusación queda en nada, como ha sucedido con la que le hacían al Papa? ¿Qué hará ese político, dimitirá, le pagará de su bolsillo una cuantiosísima indemnización al cardenal por los daños morales que le ha hecho? Tengo la respuesta a estas preguntas: No sucederá nada, porque no ha sucedido nada con aquellos que intentaron enlodar el nombre de Benedicto XVI. Calumniar a la Iglesia es gratis total. A eso hemos llegado.

Ahora bien, aquí hay más de fondo que lo que se ve a simple vista. No es casualidad que sea Irlanda el país donde se está dando esta batalla. No es casualidad porque los enemigos de la Iglesia quieren romper, a toda costa, la vinculación con la Iglesia de aquellas naciones que eran sus apoyos más firmes: Italia, España, Irlanda y Polonia. En España ya lo han conseguido y en Polonia están lográndolo, aunque les haya costado eliminar a su presidente católico con un sospechoso accidente aéreo. Irlanda está ya en sus manos. Les queda Italia y allí ya comenzaron la campaña de desprestigio contra la Iglesia con la difusión de documentos comprometedores del pasado mes de febrero.

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