Durante estos días de Cuaresma y Semana Santa somos muchos los que practicamos la devoción del Vía Crucis, que tantas parroquias organizan cada viernes. Al iniciarse cada estación nos arrodillamos y rezamos esta oración: “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa Cruz redimiste al mundo”. Pero son mayoría los que desconocen el origen de esta piadosa oración.
Su origen se remonta a San Francisco de Asís, y en concreto a su intenso amor por la Eucaristía, por Jesús Sacramentado. Este amor lo vemos expresado con toda su fuerza en la carta que San Francisco de Asís dirige a toda la Orden y en la que leemos lo siguiente:
“¡Tiemble el hombre entero, que se estremezca el mundo entero, y que el cielo exulte, cuando sobre el altar, en las manos del sacerdote, está Cristo, el Hijo del Dios vivo ¡Oh admirable celsitud y asombrosa condescendencia! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, pues el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, de tal manera se humilla, que por nuestra salvación se esconde bajo una pequeña forma de pan! Ved, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante él vuestros corazones; humillaos también vosotros para que seáis ensalzados por él”.
Poniendo en práctica sus propias palabras, San Francisco, siempre que divisaba una iglesia, se detenía, se arrodillaba y rezaba esta oración:
“Te adoramos, oh Señor Jesucristo, en esta iglesia y en todas las iglesias del mundo, y te bendecimos, porque con tu santa Cruz has redimido el mundo”.
Esta oración, muy querida por los franciscanos, es la que empezaron usar, en una forma resumida, cuando impulsaron la devoción del Vía Crucis en toda la Iglesia. Esta práctica es mucho más antigua (se puede trazar su origen hasta la propia Virgen María y san Jerónimo), pero fueron los franciscanos quienes, tras hacerse responsables de la Custodia de los Santos Lugares en Tierra Santa, la impulsaron y extendieron.
Resulta interesante considerar cómo San Francisco de Asís está en el origen de la tradición navideña de los belenes y de la tradición cuaresmal del Vía Crucis. En ambos casos se trata de contemplar dos momentos claves de la vida de Jesucristo, que no es ninguna idea, sino Dios encarnado en un tiempo y lugar concretos.