Ayer tuve la visita en casa de un amigo que se dedica a la evangelización como laico y es el líder de un grupo que todos los meses sale a llevar la palabra de Dios en la noche del madrileño barrio de Chueca.
Nos conocimos en Manresa, en el Congreso de Nueva Evangelización, nos hemos visto después en Bilbao en las Jornadas de Católicos y Vida Pública de la ACdP y ahora nos vemos en Madrid.
Mi sensación es que mi amigo tiene algo de San Pablo en las venas, no sólo por viajero, sino por ese celo apasionado por evangelizar que le bulle por dentro y le hace meterse en todos los fregados que conoce en la Iglesia. Todo su afán es llegar a los alejados; a tiempo y a destiempo habla de Dios a la gente, reparte frases de la Biblia sacadas al azar, rosarios y evangelios, estando dispuesto a gastarse con quien necesite acompañamiento en los caminos de Dios.
Por supuesto, siempre que puede anima a todos a evangelizar, ya sean laicos, sacerdotes, consejos pastorales, e incluso si se tercia algún que otro obispo.
Cuando la gente le dice que son cristianos, él les responde muy ignacianamente: “¿y cuánto te cuesta ser cristiano?”.”¿Qué has tenido que dejar para serlo?””¿Darías tu vida por Cristo ahora mismo?””¿Y por los demás?”
El caso es que gente así no se la encuentra uno todos los días en la Iglesia actual. En algún momento del camino la gente ha perdido ese primer ardor, y se conforma con una vida de formación, práctica piadosa e innumerables reuniones, convirtiendo su parroquia, movimiento, orden, o asociación, en un mundo aparte donde rara vez entra un alejado.
Y el problema es que, como decía el Evangelio de ayer, el Señor nos llama a tener fruto, no simplemente a pasearnos por la vida con ese halo de niños buenos cristianos que nunca se concreta en nada.
Me gustó escuchar de labios de este San Pablo español otra pregunta que hace a los cristianos: “¿cuánta gente se convierte por tu medio?”
En una formación que di recientemente en una diócesis a cincuenta personas, comencé precisamente preguntando eso, cuánta gente conocía algún converso a quien hubieran acompañado en su ingreso en la fe. No llegaron a diez los que levantaron la mano. La pregunta subsiguiente fue: ¿y cuántos creen que pueden ser medio para que alguien se convierta? Y tampoco muchos levantaron la mano.
Evangelizar es algo que está al alcance de todos, y se nos presenta por Jesucristo como un mandato, “id y predicad”, que resuena en la Iglesia siendo parte constitutiva de la misma así como la razón por la que existe.
Una Iglesia que no es misionera, que no evangeliza será lo que quiera decir que es, pero no está dando el fruto para el que ha sido llamada.
En este tiempo en que nuestros pastores llaman a una Nueva Evangelización, esto se concreta en la absoluta y grave obligación que todos tenemos de ponernos a trabajar de una manera diferente (nuevos métodos) y pedir al Espíritu Santo un “nuevo ardor” para llevar a cabo la tarea.
Pero ojo, como dicen los Lineamenta, anteriormente, con la Evangelii Nuntiandii, se consideraba evangelización a todo lo que se hace en la Iglesia. Pero de alguna manera este documento de trabajo aclara que la Nueva Evangelización va más allá de “la predicación, la catequesis, la liturgia, la vida sacramental, la piedad popular, el testimonio de vida de los cristianos (cf. EN 17, 21, 48 ss).”
Con lo cual, quien se quede en sólo esto, todavía no ha entrado en la dimensión de la Nueva Evangelización.
Recordando a San Pablo con su célebre “ay de mi si no predicara el Evangelio” (1Cor 9,16) también hay que se conscientes de que no todos tienen el don de la palabra para predicar, la santa desvergüenza para hablar a extraños, o la fuerza y juventud para deambular por Chueca entablando diálogo con los alejados.
Pero la buena noticia es que en la Iglesia hay multitud de carismas, por lo que cada cual puede servir desde lo que sabe hacer. En Alpha sin ir más lejos se buscan, cocineros, predicadores, intercesores, adoradores, gente que haga la logística, ayudantes y líderes de grupos, coordinadores, barredores, decoradores, presentadores, dialogadores, e incluso gente que venga a hacer bulto. Por supuesto también hacen falta muchísimos “andreses” (el discípulo que llevó a Pedro al maestro).
Esa es la bondad de los métodos, que ponen en marcha a toda la comunidad cristiana, y reparten el trabajo para no depender de tener un San Pablo de visita en la parroquia, o del cura superman-todo-lo-hago-yo de turno, por aquello de involucrar a los feligreses en la que ya desde el Concilio se llama la hora de los laicos.
Al final necesitamos gente extraordinaria para este tiempo tan difícil, y ojalá que aparezcan muchos San Pablos ardiendo con esas ganas de evangelizar, que arrastren a otros “menos extraordinarios” a la Nueva Evangelización.
De momento hay pocos, poquísimos. Están ahí en potencia, pero hace falta darles carta de naturaleza en la Iglesia, cambiar la mentalidad formativa y explicarles que la Iglesia del futuro se construye afuera, en las calles de Chueca, en los atrios de los gentiles, en las postrimerías de un mundo moderno y descreído necesitado de Dios.
Lo contrario es dedicarnos a construir desde dentro para los de dentro, y pescando en pecera nunca vamos a evangelizar a un mundo que no cree, pero que está esperando con sed que le hablemos de Dios.