Siempre vuelve a ponerse en el foco mediático eclesial la petición de que haya una renovación de la visión del sacerdocio en la Iglesia que permita que hombres casados puedan ser sacerdotes ¿Has pensado alguna vez por qué los curas no nos casamos?
Lo primero que diré es que ciertamente el celibato obligatorio se da en la Iglesia Católica latina. Las Iglesias orientales valoran el celibato, pero permiten ser sacerdotes a hombres casados. Es una cuestión que podría cambiar, no hay un mandato directo del Señor en esto.
Lo segundo que diré es que en ocasiones detrás de sacerdotes, obispos y cardenales que piden esto puede haber también heridas personales dentro de la vivencia su sacerdocio. Digo “puede”, no afirmo tajantemente. Una pregunta para que me entendáis. ¿Qué pensáis denota un hombre casado que se dedicase más a hablar de las nuevas formas matrimoniales que tendría que aceptar la Iglesia en vez de hablar de la belleza de su propia vida matrimonial? ¿Me entendéis?
También hay gente que pide el celibato para nosotros diciendo que no nos han dejado elegir, lo cual es falso. Claro que nos han dejado elegir. Libremente hemos dicho que si al celibato al recibir la Ordenación, es algo que sabíamos que es parte esencial del sacerdocio. Y digo “esencial” porque para entender el celibato en la Iglesia hay que darse cuenta de que está en el núcleo de lo que significa ser sacerdotes. El celibato no es un añadido o un complemento de quita y pon según los tiempos.
Os lo explico. ¿Qué está en el núcleo de la vida de los esposos? La entrega esponsal. El aprender a amarse en donación de la propia vida el uno por el otro, en el plano físico, en el psíquico y en el espiritual. De hecho la Carta a los Efesios exhorta a los esposos a amar a sus mujeres “como Cristo ama a su Iglesia”. ¿Y cómo ama Cristo a su Iglesia? Dando la vida por ella, toda su sangre, para que ella viva. Dar la vida engendra vida.
La clave para entender el celibato es que los sacerdotes también somos esposos. ¿De quién? De la Iglesia. Como todo hombre, también nosotros llevamos en el corazón el deseo de entregarnos, de cuidar, de guiar, de sostener y de dar vida. Tenemos un corazón de esposos. Como buenos esposos, queremos amar a una sola mujer y amarla durante toda nuestra vida. Esa mujer es la Iglesia, por ella nos entregamos, a ella cuidamos, sostenemos y guiamos, por ella damos la vida, a ella la defendemos y no tratamos de cambiarla y modelarla a nuestra medida.
Se puede entender bien con la fórmula del consentimiento matrimonial: “Yo, N, te recibo a ti, Iglesia, como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida”.
El celibato es mucho más que una antigua tradición, o que una norma disciplinar, o que una cuestión de exigencia práctica. A esas cosas se agarran los que quieren cambiarlo. El celibato es una cuestión de esponsalidad. Somos esposos, no solterones, ni funcionarios. El sacerdote es “otro Cristo”. Amamos con corazón de hombre a la Iglesia mujer. Este es el motivo por el cual está reservado a hombres. También por lo que no sea para hombres que manifiesten tendencias homosexuales arraigadas, lo cual es tratado con mucha delicadeza en la Iglesia.
Y hasta aquí la explicación. No nos veáis como un trabajador más que hace un servicio sino como esposos que estamos dando la vida cada día. Gracias por rezar por nosotros. La Paz.