La palabra schola, traducida por escuela, fácilmente puede llevarnos a confusión. Ciertamente es escuela, pero también es un cuerpo de servidores y más concretamente de tropa de legionarios, por tanto, cuartel, y también lugar de entrenamiento. Cuerpo de servidores que son guerreros, donde se adiestran y mantienen en forma para la lucha. Desde luego no es un edificio ni es aprendizaje teórico, sino más bien práctico; al que no se acude individualmente cada día, sino del que se forma parte; cualificado por el servicio al soberano. Entrenamiento que, para unos, será aprendizaje de lo elemental y, para otros, mantenerse en condiciones y perfeccionar las artes y habilidades ya adquiridas.
Pero, en nuestro caso, es una escuela cualificada no por cualquier servicio, sino por el servicio divino, para servidores y soldados de Cristo, que es el verdadero rey. Quizás se trate de un genitivo de identidad; si fuera así, podríamos traducirlo como «escuela que es el servicio divino». En ese caso, fácilmente se comprende que a servir se aprende sirviendo, que servir al Señor es aprender a servirlo y que se va sirviendo cada vez mejor según se va sirviendo.
Pero se tiene que aprender, no se trata de una floración espontánea. Por eso hay que instituir esa escuela, ese camino de aprendizaje, ese modo de vida en el que se va aprendiendo según se va sirviendo y se va sirviendo conforme se va aprendiendo, en el servicio, a hacerlo. De alguna manera es un método, es decir, un meta-odós, un camino-hacia, o mejor, un camino que es un caminar; no es la calzada, sino el marchar mismo, en una determinada manera, hacia aquello con lo que concluye este hermoso prólogo: «para que también merezcamos compartir su reino».
Y un caminar de quienes se ponen al servicio del rey, que necesitan serlo y, por ello, tienen que vivir como tales. Esta expresión de S. Benito, «escuela del servicio divino», que evoca en el lector la palabra griega leitourgía (liturgia), servicio público, y la pasión de Cristo (cf. Mc 10,45), que aparece en esta parte final –«participaremos de la pasión de Cristo»–, no pueden por menos de hacernos pensar que se trata de un modo de vida cúltico, oblativo, sacrificial.
S. Benito se dispone a instituir un modo de hacer verdad, de realizar en cada uno, la llamada evangélica: «El que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16,24). El verdadero guerrero es un liturgo.
[La foto es cortesía de un contertulio del blog]