No es un riesgo actual, sino permanente, aunque en nuestro tiempo el peligro de que los ciudadanos se formen prescindiendo de lo trascendente, no es una posibilidad sino una triste realidad.

Hemos de observar si en la educación se otea lo que Peter Berger llama los indicios de la trascendencia: el deseo de confianza, el amor de los padres, el conyugal, el filial, el deseo del bien, la búsqueda de la verdad, el anhelo de justicia, la alegría del don y del perdón, la apertura al futuro con proyectos creativos…y cualquier motivo de gozo y paz, que son indicios de la acción de Dios en nuestra vida diaria.

El discernimiento entre lo positivo y lo negativo de nuestra cultura es un trabajo continuo, porque ésta, como afirmó el Cardenal Poupard, más que una herencia a conservar es una tarea a realizar. Añadamos que, en nuestra patria, es mucho lo que hay que realizar y mejorar.

Todo ello tiene mucho que ver con el hecho de que nuestra religión sea una religión de encarnación, más muerte y resurrección. Es decir: arraigo, desarraigo y transformación. Sin los dos aspectos últimos, la encarnación de la cultura en la fe sería literalmente insignificante. Un encuentro con lo sagrado que no produce un cambio ennoblecedor es un falso encuentro. No alcanza la finalidad redentora ennoblecedora de todo hombre y de toda cultura, como Dios se propuso. Soy muy consciente de lo lejos que están nuestras realidades de lo que estoy afirmando, pero, con ello, subrayo la gravedad de muchas situaciones que estamos sufriendo.
Juan Pablo II fue bien consciente de ello y fue contundente en la Unesco, al afirmar: “El hombre vive una vida verdaderamente humana por medio de la cultura. La vida humana es cultura, el hombre no puede desentenderse de la cultura, el hombre es el hecho principal y fundamental de la cultura. El vínculo fundamental del evangelio, del mensaje de Cristo y de la Iglesia, con el hombre en su humanidad, es creador de cultura en su mismo fundamento”.

La simbiosis evangelio-cultura es una tarea a realizar sin interrupción, y a todos los creyentes de nuestro tiempo se nos pide hacerlo, sea desde la inmediatez de nuestras costumbres o hábitos cotidianos –no paganizándonos-, sea desde el trabajo intelectual que realice la síntesis vida-pensamiento.

“Sin duda sabes muy bien qué cosa es la sabiduría, pequeño Carmides, puesto que has sido educado a la griega”. Así se expresaba Platón.

Queremos decir a las generaciones jóvenes y futuras de nuestro país: “Sabes muy bien qué cosa es la honradez, el espíritu de trabajo, el respeto a ti mismo y a los demás…, qué cosa es tener un espíritu abierto a la trascendencia, porque has sido educado a lo cristiano”.
“En el mundo todo es como es y sucede como sucede; en él no hay ningún valor, y aunque lo hubiera no sería ningún valor. Por eso no puede haber proposiciones de ética”. Así se expresaba Wittgenstein, que en su fondo añoraba lo trascendente. Así sienten y expresan algunos enseñantes y gobernantes en sus aulas o en sus leyes.

La influencia de las ideas es avasalladora en los comportamientos humanos. Y el rechazo de los valores y de la moral, en nombre de una pretendida racionalidad, es muy grave. Ni siquiera las cosas quedan indemnes, cuando se niega todo valor.

Resulta que Dios realizó la creación, dándole valores. El comentario de la Escritura, en cada momento de la creación, es que todo era muy bueno.

Si el hombre no valora las realidades nobles de sí mismo (amor, lealtad, nobleza…) ¿cómo dará valor a las cosas?. Perder el sentido de “criatura” de Dios, no sólo daña a los hombres, sino a toda la creación. No se puede romper el hilo conductor, que nos relaciona con Dios sin que todo caiga en el absurdo.. Lo real queda reducido a algo dominable y utilizable, porque el pensamiento pierde toda dimensión contemplativa y desinteresada. Y esto, ¿tiene consecuencias éticas? He aquí una actualísima Se destroza más la naturaleza que en otras épocas. Aparece, por ejemplo, una afán de destrucción creciente en las ciudades y de incendios en los montes. Pero ¿puede tener relación con alguna idea actual?

Comparto la opinión de Lipovetsky a este respecto: “El vandalismo, la rabia “hard”, se malinterpreta al considerarla una forma desclasada de reivindicación o de protesta simbólica. El vandalismo certifica este nuestro abandono que afecta a las cosas, a la vez que a los valores y a las instituciones sociales. Así como los ideales declinan y pierden su grandeza anterior, así los objetos pierden toda “sacralidad” en los sistemas acelerados de consumo. La degradación vandálica tiene por condición el fin del respeto por las cosas, la indiferencia a lo real, ahora vacío de contenido”.