Hoy Su Santidad Benedicto XVI visitó la Universidad Católica en Roma y compartió con los asistentes una serie de reflexiones sobre la importancia que siempre ha tenido la relación entre la fe y la razón en la cultura europea 

Decía el Santo Padre: «Paradójicamente, justo la cultura positivista, al excluir la cuestión de Dios del debate científico, determina el declive del pensamiento y la debilitación de la capacidad de comprensión de lo real». 

Sin duda se puede partir de una actitud positivista de la realidad. Es decir, de una postura en la que el ser humano es quien, desde su subjetividad, pone medida a todo lo que existe. Pero esta planeamiento, aparentemente conciliador, termina por alejar a unas personas de las otras. En el mejor de los casos se llega a una tolerancia cordial, pero desafectada de quien tenemos delante. Esto se evidencia en la parábola del buen Samaritano. Quienes dejaron al Samaritano en el suelo, lo vieron e incluso pudieron compadecerse de él, pero la tolerancia les impidió acercarse y mezclar su vida con la de quien nos encontramos en el camino. 

La visión positivista, nos predispone a aceptar cualquier realidad alternativa y a no llegar a considerar la posibilidad de que exista una Verdad común a todos. 

«La nuestra, es una época en la que las ciencias experimentales han transformado la visión del mundo y la capacidad de comprenderse a sí mismo del ser humano. Los múltiples descubrimientos y las tecnologías innovadoras (...) son razón, con motivo, de orgullo; sin embargo, a menudo, no están exentos de inquietantes resultados ». 

Esta visión positivista conlleva que las herramientas que creamos, puedan ser utilizadas de manera inadecuada contra nosotros mismos. Pero lo peor de todo, es que nos permite justificar este empleo gracias a que se ignora a los más débiles. 

«… la búsqueda científica y la exigencia de sentido, aún en su fisionomía epistemológica y metodológica específicas, brotan de una fuente única, ese ´Logos´ que preside la obra de la creación y guía la inteligencia de la historia. Una mentalidad fundamentalmente técnica y práctica engendra un peligroso desequilibrio entre lo que es técnicamente posible y lo que es moralmente bueno, con consecuencias imprevistas” ». 

Si olvidamos que todo tiene un sentido único y que ese sentido es Dios, perdemos la capacidad de ver todo lo que nos rodea como un conjunto único y coherente. Se impone, por lo tanto, una visión dia-bólica. Es decir, una visión que separa, rompe y aleja. La visión del todo como un conjunto de partes independientes nos hace perder de vista las sinergias que las partes logran entre si y con el todo. Un entendimiento roto que reposa en un ser humano desafectado de quienes le rodean, da lugar a un desequilibrio y tal como dice Su Santidad, a consecuencias imprevistas. La técnica fabrica herramientas que somos nosotros quienes utilizamos y por lo tanto, es nuestra responsabilidad el resultado que produzcan estas herramientas. 

«Vivida en su integridad, la búsqueda se ilumina con la ciencia y la fe y, estas dos ´alas´ la levantan e impulsan, sin perder nunca por ello ni la humildad, ni el sentido del propio límite.» 

Tal como nos hace saber Benedicto XVI, la vida que integra fe y ciencia tiene consistencia y coherencia. Fe y razón son como dos alas que nos impulsan hacia Dios y los demás y todo ello con la necesaria humildad y con la consciencia de los límites que tenemos. 

«De esa forma, la búsqueda de Dios se hace fecunda para la inteligencia, es fermento de cultura, promotora del verdadero humanismo, búsqueda que no se detiene en la superficie»