Hay momentos en la vida en que ésta parece pedirnos un esfuerzo extra de energía y entrega, para el que a menudo nos sentimos incapaces. Una buena manera de aceptar y acoger con amor ese desafío, es cerrar los ojos, y ofrecer a Dios todo ese esfuerzo que humanamente nos excede. Hacerlo con profundidad, aunque sea en un breve instante, puede convertirse en el rayo de luz que atraviese luego cada una de nuestras acciones, las eleve por encima de ellas mismas, y nos dé también la fuerza de mantenernos serenos y en paz.