«Por tanto, hemos de instituir una escuela del servicio divino». La respuesta de S. Benito a este reverdecimiento de la llamada no es la de un francotirador. No es un voy a, sino un vamos a; ciertamente porque toda vocación tiene una dimensión eclesial, mas algunas el dan un tono particular al nosotros: no hay maestro sin discípulos, padre sin hijos, regla sin monjes ni abad. En cuanto discípulo, S. Benito se ha implicado en este prólogo en un nosotros en el que no dejaba de perder su carácter de maestro-padre. Ahora el nosotros se va a dilatar.
S. Benito, su magisterio y paternidad, no van a quedar circunscritos al presente, el nosotros no va a ser algo entre él y sus contemporáneos, sino que ahora va a quedar abierto para que en él se impliquen otros en el futuro. El presente del patriarca de Montecasino es singular, de ahí que podamos llamarle patriarca. En su ahora ha recibido la tradición del monacato anterior, pero él no va a ser simplemente un maestro espiritual que trasmita a su vez lo recibido, por mucha huella que pudiera haber dejado en esa tradición.
En la continuidad de la tradición, ahora se constituye algo nuevo hacia el futuro: una escuela del servicio divino. Al principio, ese nosotros estará constituido sólo por contemporáneos: S. Benito, como creador-padre de la escuela del servicio divino y como abad, y los monjes que con él empiezan ese camino. En el futuro, en ese nosotros, además del abad/es y los monjes, permanecerá S. Benito como creador-padre de la escuela del servicio divino.
¿Pero qué es una escuela del servicio divino?