El Espíritu en la vida del cristiano. La unción de los bautizados está en continuidad con el bautismo del Señor. Por este sacramento asimilamos en nosotros mismos al Espíritu que, siendo imagen del Hijo, nos hace también a nosotros semejantes al Verbo de Dios. Al ungir al bautizado, el Espíritu permanece en él y lo transforma, de manera que por su inspiración y guía el creyente vive la vida cristiana, que es "vida en el Espíritu" hacia la resurrección final, una vez que ha asimilado al que es el Espíritu de vida, a condición de que lo conserve hasta el fin de su paso por este mundo, cuando se tornará inmortal al recibirlo plenamente. Este es el hombre perfecto, es decir, el espiritual, porque toda su historia discurre bajo el signo del Espíritu que porta en su propio espíritu.

 

«Quienes temen a Dios y creen en la venida de su Hijo, y por la fe mantienen en sus corazones al Espíritu de Dios, se llaman con razón hombres puros y espirituales que viven en Dios» porque el Espíritu de Dios limpia con su presencia el corazón de aquellos en quienes habita, y, unido a ellos, los eleva al nivel de la vida divina. El Espíritu Santo es quien, transformando al cristiano desde su interior, lo hace vivir la novedad de vida obedeciendo a Dios.  Y como solamente los de corazón puro verán a Dios, por ello la vida del Espíritu en el hombre es condición para que éste pueda poseer el Reino.

 

El Espíritu en la vida de la Iglesia. El Espíritu dio vida a la Iglesia en su nacimiento, y por él ésta continúa viviendo; él la conduce y alienta, y sin él ella ni existiría ni podría realizar misión alguna. Si el Espíritu ha ungido a Jesús en el bautismo para que lleve a cabo la misión mesiánica, también ha ungido a la Iglesia en Pentecostés para que continúe la misma a través de la historia. Una vez descendido sobre los discípulos, los envió a los gentiles para purificarlos de sus idolatrías e iluminarlos con la luz de la fe por el bautismo. Elige a los ministros y les concede los carismas necesarios para su ministerio. Establece la Iglesia universal, y distribuye de modo permanente entre los fieles todos los dones espirituales. La conserva como un vaso siempre joven que contiene el perfume fresco del mismo Espíritu; por eso llega casi a identificarlos: «Donde está la Iglesia ahí está el Espíritu, y donde está el Espíritu de Dios ahí está la Iglesia y toda la gracia, ya que el Espíritu es la verdad». Por ello quienes se apartan de la Iglesia para formar sus conciliábulos renuncian a la verdad y la salvación por el Espíritu de Cristo.

 

El Espíritu inspiró los Evangelios, porque, siendo el que preanunció a Jesús por los profetas, ahora lo anuncia por los evangelistas; el que descendió sobre los Apóstoles y los envió a todas las naciones, les comunicó su poder para actuar por medio suyo, convocó a los gentiles a la fe, les mostró el camino de la vida para la existencia en Cristo, y todavía purifica y eleva a las creaturas por el bautismo. Sigue llamando a cada uno de los cristianos a la vocación de la fe, para que pasen continuamente del campo árido de la gentilidad al terreno de Cristo, donde éste les da a beber de su Espíritu (San Ireneo de Lyon, Síntesis teológica, 6)

 

Se suele decir que el Espíritu Santo es el gran desconocido, yo no lo tengo tan claro. Más que desconocido, tal vez sea el gran ignorado. Las obras del Espíritu son patentes. La Iglesia recibe la Vida del Espíritu y a través de él, se desarrollan carismas y ministerios. Viendo su obra, no podemos decir que no lo conocemos, sino que ignoramos que todo esto parta del Espíritu.

 

Quienes se apartan de la Iglesia son evidencia de la ausencia del Espíritu. El Espíritu hace reverdecer la Iglesia y en los círculos cerrados no aparece la renovación. Las iglesias personales mueren junto con quienes las han creado. La Iglesia universal revive de manera continua: ha ungido a la Iglesia en Pentecostés para que continúe la misma a través de la historia.

 

El Espíritu sigue llamando a los cristianos y les sigue dando dones para que colaboren en la construcción del Reino. Otra cosa es que no utilicemos esos dones, los depreciemos o los ocultemos por miedo a perderlos. [El Espíritu] establece la Iglesia universal, y distribuye de modo permanente entre los fieles todos los dones espirituales.

 

Podríamos preguntarnos a nosotros mismos si nos sentimos vacíos de Espíritu. ¿Vivimos apáticos nuestra Fe dentro o fuera de la comunidad? ¿Qué nos sucede? ¿Nos da miedo recibir el Espíritu? El Espíritu Santo es quien, transformando al cristiano desde su interior, lo hace vivir la novedad de vida obedeciendo a Dios. Si sentimos que nuestra vida no tiene un sentido y no sentimos la necesidad de dar testimonio de Cristo, es que algo falla. La semilla que se plantó en nuestro bautismo no ha terminado de germinar. Al ungir al bautizado, el Espíritu permanece en él y lo transforma, de manera que por su inspiración y guía el creyente vive la vida cristiana. Tal vez nos pase como a quienes oían hablar a Cristo y se volvían abatidos porque su mensaje era duro. Mientras, sus discípulos oían palabras de vida eterna. No es lo mismo acercarnos a Cristo con el corazón sellado que con el corazón abierto.

 

¿Cómo tenemos nuestro corazón? Que el Señor nos ayude a abrir el corazón a Su Espíritu.