Hoy me voy a dar un respiro en los temas habituales de esta columna y me voy a permitir traerles a ella algo que me envía por correo mi buen amigo Fernando el Uruguayo (Fernando Aguirre), de quien Vds. tienen ya alguna referencia. Se trata de unas preciosas imágenes que revelan que de vez en cuando, los seres humanos somos capaces también de llevar a cabo “pequeñas grandes obras”.
 
           
 
            Todo acontece en una playa de Brasil, de esas que todos imaginamos paradisíacas porque efectivamente lo son. De repente, como por arte de magia y para gran sorpresa de los numerosos bañistas, aparece en ella una entera manada de delfines, que se quedan varados en las pastosas arenas de la misma. ¿Desorientados? ¿Deprimidos a la busca de la muerte, fenómeno que, a lo que parece, se da entre los delfines? Chi lo sa!
 
            Un bañista se adelanta a los demás y agarra a uno de esos delfines, para orientarlo otra vez hacia el mar. El resto de los bañistas se une a él. En pocos minutos, los tres que dura el you tube que les traigo, entre todos, en un maravilloso trabajo de improvisado equipo, han conseguido salvar a la entera manada que se marcha por donde ha venido. Al final verán Vds. incluso un solitario coletazo de un delfín que parece dar las gracias por el trabajo de salvamento realizado.
           
            Entre las conclusiones por lo menos dos. Primera: no somos tan malos; ninguna otra especie del planeta habría hecho por los delfines lo que hicimos unos seres humanos. Segunda, suponiendo que los inteligentes delfines estuvieran buscando una muerte colectiva, cuando se les devuelve al mar ofreciéndoles una segunda oportunidad de disfrutar la vida, la aceptan gustosos. Mensaje que quiero dirigir a cuantos hoy día, muchos más de los que uno pueda imaginar, se dedican a predicar la cultura de la muerte en todas las muchas formas que hoy adopta.
 
            Ahí está: disfrútenlo.
 
 
            ©L.A.
           
 
 
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