Los Neocatecúmenos son una de las más importantes, dinámicas y eficaces fuerzas evangelizadoras que tiene la Iglesia. Pero ni siquiera su extraordinaria vitalidad y sus valiosos frutos espirituales le suponen un "certificado de garantía". Este procede no del número de los que militan en sus filas o de los que llenan los seminarios "Redemptoris Mater", sino de la aprobación que en 2008 dio Benedicto XVI a sus Estatutos. Así son las cosas en la Iglesia. Y así tenemos el deber de aceptarlas. El Camino Neocatecumenal es una obra de Dios porque está aprobada por la Iglesia, y ya sólo por eso merece todo el respeto, al menos por parte de los católicos.
Eso no significa que todo lo hagan bien, que sus miembros no puedan cometer equivocaciones o incluso pecados. Pero para analizar eso, lo mismo que para discernir si a través de ellos actúa el Espíritu Santo, está la propia Iglesia. Y justo es eso lo que ahora está haciendo. Después de haber aprobado el pasado 20 de enero los ritos "para litúrgicos" que usan en sus distintos pasos de maduración, ahora ha decidido estudiar si se corresponden a las normas litúrgicas las variantes que han introducido en la celebración de la Santa Misa. Ni más ni menos. Es decir, el Papa no ha ordenado una investigación sobre escándalos sexuales o no ha puesto en entredicho el futuro de la obra. Sin embargo, por el revuelo que se ha armado ante lo ocurrido es como si algo así hubiera sucedido.
Al margen de los errores que los Neocatecúmenos pudieran estar cometiendo en la celebración de la Misa -y en eso la última palabra la tiene sólo el Papa- u otras cosas en las que pudieran estar equivocándose, la reacción de alegría que muchos han manifestado estos días al saber que los están investigando no me parece cristiana. Me da la impresión de que tras ella se esconde el deseo de quererles ver reprobados por la Santa Sede como herejes. Eso, para disgusto de sus enemigos, no va a ocurrir. Van a salir fortalecidos, porque el Papa renovará en ellos su confianza y porque darán un ejemplo de fidelidad a la Iglesia, aceptando las correcciones que les hagan, lo cual dejará avergonzados a sus enemigos. Los que se frotan ahora las manos, van a quedar decepcionados. Y no me entristece, porque lo que les mueve no es el amor a la Iglesia.
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