A no pocos cristianos les asusta lo de “ser santos”. Piensan, sin más, que eso no es para ellos, sino para una minoría de almas escogidas, a las que el juicio de la Iglesia y el común sentir del Pueblo de Dios, les considera como héroes o ejemplos inasequibles a admirar, pero no a imitar.

Nada más lejos de la realidad tal apreciación. Lo ha dejado bien claramente expresado el Concilio Vaticano II en el nº 11 de la Constitución “Lumen Pentium”: “Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad, con la que es perfecto el mismo Padre”.

No existe pues, dos clase de santidad en la comunidad cristiana: Una, para los escogidos con una vocación singular y otra para la generalidad de la tropa o gente corriente. El mismo apóstol S. Pablo en sus cartas, al referirse a los miembros de las comunidades cristianas, tras el bautismo recibido, les llama “santos”.

Quede claro que no se trata aquí de “supermanes” o héroes dignos de admirar, - como los santos de altar, canonizados por la Iglesia- sino de vivir cada bautizado cumpliendo la santa voluntad de Dios en el estado y sitio que Él les haya colocado y de este modo lograr la salvación eterna, fin y meta de nuestro vivir terreno.

Ahora bien, No se piense que esto es cosa fácil, ni mucho menos. El cumplir la voluntad divina, no es otra cosa que esforzarse en cumplir todos y cada uno de los mandamientos de la Ley de Dios y todos sabemos lo duro, costoso e ir contracorriente que esto supone.

El gran santo de la juventud, S.Juan Bosco, decía a propósito del tema que nos ocupa : “Hijos míos, no se puede ir al cielo en coche”. Hay que esforzarse en ir por el único camino verdadero que Jesús nos enseñó con su Palabra y con su ejemplo. Os voy a decir a vosotros jóvenes la norma de oro para acertar siempre en este camino de la santidad: 1- Pensar bien de todos, sin excepción. 2. Hablar bien de todos o callarse. 3-Hacer el mayor bien que podáis a los demás, sin esperar nada. He aquí condensada y resumida la norma o regla de oro que un santo de altar, maestro y guía de otras muchas almas santas proponía.

Como Jesús al joven rico del Evangelio nos dice a todos y a cada uno de los que somos o nos consideramos seguidores suyos: “Haz esto y vivirás”. Manos a la obra.

MIGUEL RIVILLA SAN MARTÍN