El Evangelio de este domingo nos habla de muchas cosas. Quizás lo más interesante se pueda resumir en dos momentos:
- El momento en que sopló sobre los Apóstoles, diciendo “Reciban el Espíritu Santo”.
- El momento en que Cristo dice a Tomás y a los demás: “Dichosos los que crean sin haber visto”.
Pero como diga el Apóstol que la fe es la sustancia de cosas que se esperan (Heb 11,1), pero que no se ven evidentemente, se deduce que, en las que están a la vista, no cabe fe, sino conocimiento. Si, pues, Tomás vio y tocó, ¿por qué se le dice "Porque me viste, creíste"? Pero una cosa vio y otra creyó; vio al hombre, y confesó a Dios. Mucho alegra lo que sigue: "Bienaventurados los que no vieron y creyeron". En esta sentencia estamos especialmente comprendidos, porque Aquel a quien no hemos visto en carne lo vemos por la fe, si la acompañamos con las obras, pues aquel cree verdaderamente que ejecuta obrando lo que cree. (San Gregorio, In Evang. hom. 26)
Nunca ha sido es fácil creer en lo que nos dicen si esto contradice nuestras ideas y entendimientos. Posiblemente el Apóstol Tomás había aceptado la muerte del Señor y se preparaba para trabajar en el legado que había dejado en ellos. Pero el hecho de resucitar, le era imposible de aceptar. Seguramente el pensamiento de Tomás era de línea saducea, que negaba la inmortalidad del alma. Creer en Cristo resucitado iba en contra de su creencia, su modelo cognitivo, su ideología de vida. Hasta que Cristo no se presentó ante él y le ofreció su realidad para que la comprobara, Tomás fue incapaz de aceptar que el Señor estaba vivo. Cristo es la Verdad, creer en la Verdad conlleva que hemos abierto la puerta al Señor y habita en nuestro corazón. Tomás no tenía al Señor en su corazón y por eso no aceptaba que estuviera vivo.
Hoy en día nos seguimos pareciendo a Tomás. Creemos lo que nos gusta, nos motiva y nos reafirma. La postmodernidad ha creado miles de grupos ideológicos con verdades particulares que les reafirman y dan sentido. No podemos en duda nada que nos reafirma y somos incapaces de salir de nuestro entorno ideológico. Esta credulidad reafirmante es la que se utiliza en los medios sociales para generar grupos fieles que consumen la ideología que se les ofrece. No dudan en inventar noticias para que el canal de información esté siempre vivo y que no las personas no tengan oportunidad de pensar críticamente.
Las noticias falsas (fake news) colapsan las redes sociales y hacen imposible una comunicación sana y abierta entre nosotros. En las redes circulan bulos y contra-bulos que envenenan nuestro entendimiento y nublan la esperanza. Cuesta intercambiar mensajes con personas que consideran que no eres de su grupo ideológico. Desconfían de todo lo que les dices y lo fundamentan en los fakes que reafirman su pertenencia. Si pones en duda las líneas ideológicas de su pertenencia, la comunicación desaparece y aparecen murallas imposibles de superar. La soledad aumenta y la esperanza desaparece. Todos nos sentimos atacados y cada día más solos. No somos capaces de centrarnos en Cristo, que es la Verdad. No somos capaces de centrar la amistad en la Palabra de de Dios y en la verdadera Tradición Apostólica. Como he dicho en otros posts, la amistad se va reduciendo a complicidad.
Pero no debemos desesperar. Vivimos un tiempo de desierto en el que Dios desea que nos santifiquemos y la Iglesia resurja de nuevo. Una Iglesia llena del Espíritu Santo que sopló a sus Apóstoles. Recordemos lo que el sacerdote Joseph Ratzinger dijo en 1969 en una radio alemana:
… de la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que sólo se puede acceder a través de una decisión. Como pequeña comunidad, reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada uno de sus miembros.
No perdamos la esperanza. Las mareas del mundo las maneja Dios, no el activismo humano, ni nuestras ideologías, ni el ruido de falsedades que circulan por los medios sociales. Creamos en Cristo y dejemos las ideologías a un lado.