La Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de Talavera de la Reina presentó ayer el libro Padre Huidobro, héroe de almas legionarias. Escrito por Emilio Domínguez Díaz. Su presentación tuvo lugar en el Centro Cultural El Salvador de Talavera de la Reina.

PADRE FERNANDO HUIDOBRO, SJ

«Creo que Dios ha aceptado el ofrecimiento de mi vida por los legionarios. Está la necesidad de morir para dar fruto.» Así se dirigía el padre Huidobro por carta a su hermano Ignacio días antes de aquel infausto 11 de abril de 1937 cuando, tras caer abatido en la Casa de Campo, se presentaba ante el Padre celestial.

El capellán de la Bandera «Cristo de Lepanto» IV de la Legión fue un sacerdote sin filtros, capellán de la concordia, adalid de la reconciliación, campeón en valores y virtudes, héroe de almas legionarias y protector espiritual de hermanos, de uno u otro bando, enfrentados por el odio y la sinrazón de la guerra.

En un mundo actual asolado por el relativismo y la polarización, los actos y acciones de su vida no sólo se postulan como puente entre trincheras ideológicas, sino también como piedras en un camino de santidad hacia la beatificación.

EL AUTOR

Emilio Domínguez Díaz (Mérida, 1970) realizó su servicio militar como caballero legionario en la I Bandera "Comandante Franco" del Tercio Gran Capitán de Melilla. Reside en Madrid, donde trabaja como profesor de inglés en el Colegio Tajamar desde hace 25 años. Combina su docencia con su trabajo como profesor asociado en la Universidad Rey Juan Carlos, donde da clases de Educational Theory y Social Family Educational Intervention a los grados bilingües de Educación Infantil y Educación Primaria.

Prólogo de José Luis Orella: sample-151869.pdf (sndeditores.com)

En la web del Arzobispado Castrense pueden encontrar más información.

Biografía (arzobispadocastrense.com)

EN TALAVERA DE LA REINA

Fundadamente creemos que la guerra será larga, y yo pienso ser conforme a nuestra tradición y espíritu de la Compañía de Jesús el irme a España; no para coger el fusil, sino para ejercitar los ministerios que nos son propios: oír confesiones de los soldados que salen a combatir, consolar y esforzar los ánimos, servir a los heridos en los hospitales o en los campos de batallas, recoger a los niños que tal vez se hayan quedado abandonados, mover las gentes, tras la victoria, a la misericordia y caridad cristiana.

Esto último no lo podría hacer el que así escribía desde Bélgica [donde se encontraba estudiando] al P. General de la Compañía de Jesús. El P. Fernando Huidobro fue el primero destinado para entrar en España y estrenar esa aventura espiritual. El 29 de agosto de 1936 llega a España. Incorporado a la columna del teniente Asensio, es designado capellán de la Cuarta Bandera de la Legión.

Testimonios innumerables lo describen como un hombre sereno, imperturbable, desbordado en su abnegación y sacrificio por sus semejantes, para quien el peligro es clima natural anhelado. Esfumadas las diferencias, el capellán Huidobro prestaba sus auxilios, absolvía a los moribundos sin fijarse en su procedencia; enfebrecido y afanoso por salvar las almas. Con estas maneras, y siempre en el peligro, pronto fue herido en una pierna y llevado al hospital de sangre establecido en el Colegio de la Enseñanza (Compañía de María) de Talavera de la Reina. Las necesidades de la guerra obligaron al Ejército nacional a convertirlo en hospital. Las aulas y salones de estudio se transformaron en salas de heridos, y las religiosas se hicieron enfermeras.

La madre Calixta Muruzábal, que era la superiora de la casa, nos deja este testimonio que se conserva en la casa de Talavera:

“Del santo padre Huidobro… lo que sí podemos decir con verdad todas las religiosas que estábamos aquí es que en todo se mostraba edificantísimosumamente abnegado y olvidado de sí mismo para acudir en ayuda del prójimo. Siempre amable y sonriente, mortificado y de porte religioso, era voz unánime entre todos los que le trataban que el padre era un santo, y muy valiente, como decían los de su bandera”.

“En el mes de noviembre de 1936, cuando ya la mayor parte de las religiosas nos hallábamos reunidas en nuestro convento, convertido en hospital, recibimos la triste noticia de que traían al padre Huidobro con una pierna rota, como al principio se creyó. Lo sentí de veras, y únicamente me consolaba la idea de que, si quedaba cojo, tal vez, no pudiendo volver al frente, permanecería de capellán en nuestra casa, y al decirle después que casi me había alegrado con este pensamiento, me contestó con una sonrisa muy expresiva: -Cojo era san Ignacio y no fue capellán de monjas”.

En los últimos días de noviembre forma su propósito de abandonar el hospital de Talavera y marchar a Toledo, según le escribe en carta al padre Carlos Sáenz, “a ponerse allí en cura de reposo absoluto, que aquí no consigo, pues ando visitando heridos sin poder quedarme quieto”.

Realmente la vida que llevaba en el hospital de Talavera, recorriendo las salas, administrando sacramentos y hasta predicando, como lo hizo alguna vez, no era la más indicada para que su pierna recobrara la normalidad. Los hechos, sin embargo, vendrían a desmentir estos propósitos. Porque, en efecto, el 7 de diciembre, cojeando todavía porque la rodilla se le había hinchado a causa de un derrame sinovial, se trasladó a Toledo para continuar sus curas en el Colegio de Doncellas, convertido también en hospital de sangre, como el de Talavera.