Este es el tercer capítulo, y último de momento, que dedicamos al tema de la homosexualidad. Tema de rabiosa actualidad debido a la proliferación de manifestaciones, cuestiones y problemas que plantea el tema. Como hemos dejado claro en artículos anteriores, no estamos juzgando ni condenando a personas, y menos a las que por "capricho" de la naturaleza, o debido a las circunstancias que han influido, han provocado en individuos concretos actitudes, costumbres, reacciones, e incluso criterios, no propios del sexo al que biológicamente pertenece. Estamos aclarando que la homosexualidad en sí no es una manifestación normal de la naturaleza humana. Dios creó al ser humano macho y hembra, hombre y mujer, con sus diferencias biológicas, fisiológicas, psicológicas, etc., para que fuesen un complemento y una ayuda mutua, y de esa relación normal entre ambos fueran llenando la tierra de otros seres humanos, de ambos sexos, iguales en dignidad y derechos, pero distintos en cuanto al sexo.
La naturaleza no siempre cumple las leyes a la perfección, y surgen de vez en cuando, sin que nadie tenga la culpa, individuos con distintas carencias o malformaciones. Esos individuos son tan dignos como los demás de su especie, y están sometidos igualmente a la norma moral de conducta grabada en nuestra naturaleza y plasmada explícitamente en las tablas de la Ley de Dios. El sexto mandamiento, que nos habla de castidad, afecta a todos: casados, solteros, célibes, heterosexuales y homosexuales. Cada uno, con la ayuda de la Gracia de Dios, ha de intentar ser honesto y limpio en sus relaciones afectivas con los demás, y nunca se debe ir contra la propia naturaleza. Primero por amor de Dios, segundo por respeto a la dignidad del ser humano, y tercero porque la naturaleza NUNCA PERDONA, y normalmente pasa factura de los atentados que se cometen contra ella. Ahí tenemos un ejemplo claro en el SIDA que ya sabemos cuál es su origen y quiénes son los que más riesgo corren de contagio.
Cuestiones que nos planteamos:
a) ¿Es admisible el matrimonio entre homosexuales?
Radicalmente hay que responder que NO. Aunque haya leyes que puedan admitirlo. Eso es una aberración. Una cosa son las parejas de hecho que voluntariamente puedan darse entre homosexuales, como también entre heterosexuales, y otra cosa es el MATRIMONIO. No hay que confundir las cosas. Hay que ser más serios y llamarle a cada situación por su nombre. El MATRIMONIO, que es una institución natural, y elevada por Cristo a la categoría de Sacramento, no puede verse mancillado por una caprichosa práctica de intentar vivir una relación afectiva y sexual aberrante. El MATRIMONIO es una institución que merece todo el respeto y respaldo legal y social por ser el modo natural de formalizar un compromiso entre hombre y mujer para fundar una FAMILIA, ayudarse mutuamente con el complemento de ambos sexos, y crear un ambiente adecuado para la educación de los hijos, seres humanos que necesitan el clima adecuado para crecer sanos física y psíquicamente. Y esto no lo puede ofrecer una pareja de homosexuales por pura lógica. Que vivan como quieran, están en su derecho, pero que no confundan los términos. El MATRIMONIO es lo que es, y nada más.
b) ¿Es admisible la adopción de hijos por parte de parejas homosexuales?
Se celebró en Murcia (España) el Congreso Internacional sobre "Educación, Familia y Vida", organizado por la Universidad Católica San Antonio (UCAM). Los ponentes fueron primeras figuras internacionales sobre el tema de que se trataba. Uno de ellos fue el Cardenal Alfonso López Trujillo, Presidente del Pontificio Consejo de la Familia en la Santa Sede. En su intervención, y en una rueda de prensa posterior, afirmó rotundamente sobre esta cuestión que nos hemos planteado: "Es horrenda la concepción educativa que subyace a las adopciones de niños por parte de parejas homosexuales".
Para este Cardenal colombiano, la aprobación en Holanda, y después en España, de una ley que permite los matrimonios entre personas del mismo sexo y la adopción de niños es un hecho que se ha producido "en oposición, prácticamente, al resto del mundo". "Parece como si todos los países del mundo -añadió- estuviesen equivocados y de pronto unos países concretos, hubiesen visto un nuevo sol y una nueva luz". El Cardenal sostiene que en este tipo de adopciones "los derechos del niño son vulnerados" ya que se utiliza al pequeño "como objeto para llenar soledades".
López Trujillo advierte de las graves consecuencias psicológicas que tendrá para el sujeto haberse criado en un ambiente sin el equilibrio que aportan el padre y la madre, un hombre y una mujer, y alerta sobre el hecho de que, una vez adultos, estas personas podrán reclamar al Estado que ha permitido su adopción indemnizaciones por daños sufridos.
Considero que son suficientes estas afirmaciones tan claras y rotundas para contestar a la pregunta que nos hemos planteado. No se puede jugar con la dignidad humana, utilizando a los niños indefensos como instrumentos al servicio de nuestros vacíos sentimentales, o de las pasiones descontroladas. El Estado que permite esto atenta contra el derecho que asiste a los niños a vivir y ser educados como corresponde a su naturaleza. Seguro que muchísimas personas no piensan lo mismo, pero la naturaleza humana es así.
c) ¿Puede un homosexual ser sacerdote o religioso/a?
Interesante cuestión esta. En otros tiempos esta situación era un impedimento serio para acceder al sacerdocio o a la vida religiosa. Hoy las dificultades no son mayores, o distintas, que para una persona heterosexual. Para uno y para otros es cuestión de integrar la sexualidad en una opción de amor célibe. Lola Arrieta, religiosa Carmelita de la Caridad, afirma: Que una persona homosexual se integre o no en la vida religiosa, no puede argumentarse desde su condición de homosexual, sino desde el grado de integración, salud, apertura y sinceridad con la que se le hace posible acoger la vida y la vocación recibida....La persona con buena integración de su sexualidad, sea cual sea su orientación, es capaz de establecer relaciones profundamente positivas, compromiso en el amor en cualquier estilo de vida.
El P. Jesuita Carlos Domínguez Morado afirma que "probablemente, han sido muchos los hombres y las mujeres homosexuales que, a lo largo de la historia de la Iglesia, han vivido honesta y creativamente su vocación de célibes por el Reino. Nunca sabremos lo que en su intimidad más profunda esto les significó de dolor y de grandeza".
Lo importante es comprender que somos hijos de Dios, y que se puede asumir la situación de cada uno, siguiendo la auténtica vocación que Dios da, y comprometiéndose a entregarse de todo corazón a una vida de total compromiso con Dios y sus planes salvíficos, dando un sí rotundo a un celibato apostólico vivido con toda lealtad. Y en estas circunstancias, en la que siempre hay que evitar todo tipo de sospechas, hay que respetar a una persona que puede tener un cierto grado de anomalía, pero no hasta el punto de ser un obstáculo serio, y que asumida, llevada con dignidad, y vivida con la entereza del que busca la santidad en una entrega total del corazón a Dios, da de sí lo mejor que tiene para vivir el Evangelio sirviendo a los hermanos desde el celibato por el Reino de los Cielos.
Pero, dado lo delicado del tema, y teniendo en cuenta las lamentables experiencias por todos conocidas, hay que atenerse a lo que la autoridad eclesiástica ha dictaminado sobre el particular:
La homosexualidad y el ministerio ordenado
Desde el Concilio Vaticano II a hoy, diversos documentos del Magisterio –y especialmente el Catecismo de la Iglesia Católica– han confirmado la enseñanza de la Iglesia sobre la homosexualidad. El Catecismo distingue entre los actos homosexuales y las tendencias homosexuales.
Sobre los actos, enseña que, en la Sagrada Escritura, estos son presentados como pecados graves. La Tradición los ha considerado constantemente como intrínsecamente inmorales y contrarios a ley natural. Estos, en consecuencia, no pueden ser aprobados en ningún caso.
En lo que concierne a las tendencias homosexuales profundamente arraigadas, que se encuentran en un cierto número de hombres y mujeres, son también éstas objetivamente desordenadas y frecuentemente constituyen, también para ellos, una prueba. Tales personas deben ser acogidas con respeto y delicadeza; se evitará toda discriminación injusta. Éstas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida y a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar.
A la luz de tal enseñanza, este Dicasterio, de acuerdo con la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, considera necesario afirmar claramente que la Iglesia, respetando profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir al Seminario y a las Órdenes sagradas a aquellos que practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o apoyan la así llamada cultura gay.
Las personas mencionadas se encuentran, de hecho, en una situación que obstaculiza gravemente establecer una correcta relación con hombres y mujeres. No se pueden descuidar las consecuencias negativas que pueden derivar de la Ordenación de personas con tendencias homosexuales profundamente arraigadas.
Si, en cambio, se tratase de tendencias homosexuales que fuesen solo expresión de un problema transitorio, como, por ejemplo, aquello de una adolescencia aún no terminada, estas deben estar claramente superadas al menos tres años antes de la Ordenación diaconal.
(Instrucción de la Congregación para la Educación Católica sobre discernimiento vocacional. Fechada el día 4 y publicada el 29 de noviembre de 2005)
Con esta tercera entrega damos por terminado nuestro trabajo sobre el tema de la homosexualidad, con el convencimiento de que, ni mucho menos, hemos intentado agotar el tema, que sigue abierto para cualquier pregunta que quieran formularnos. Hemos intentado sentar los principios básicos desde el respeto más profundo a la persona, pero dejando claro que la virtud de la castidad obliga a todos desde la situación en que se encuentren. Y el que sufra algún tipo de anormalidad en este campo, que lo lleve con dignidad, sin complejos, y pida ayuda a Dios para encauzar cristianamente su afectividad por el camino que Dios lo lleve.
Juan García Inza